Anita - Marta entra en la fiesta

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Alfredo se cepilla a su suegra y Anita a su señora
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III -- Marta entra en la fiesta

Durante la ausencia de Marta, Alfredo y Anita disfrutaron de su relación a tope, sin que ella sospechase de nada.

Anita estaba feliz, pero a la vez muy preocupada y con remordimientos. Eso la animaba a intentar llevar a Marta a la cama. Si lo lograra y después lo hicieran a tres, ya no tendría más problemas de conciencia. Ya no tendría sentido hablar de cuernos.

Alf se fue a Bilbao domingo siguiente.

Cuando llegó, lo recibió Almudena, su suegra.

Marta había salido con el niño y regresaría en unos tres cuartos de hora por lo menos.

Hola, Almudena. -- Le dio un beso. Almudena lo abrazó fuertemente y lo besó en la boca, cogiéndole al mismo tiempo el pene que se le puso como una roca. Almudena tenía cincuenta y nueve años, pero aparentaba cuarenta y tantos y estaba buenísima.

Estate quieta. -- Le dijo muy bajito. - ¿Quieres que nos pillen?

Arturo está sedado y duerme. Marta y el niño tardarán casi una hora. Me da tiempo a chuparte esa polla que tanto añoro, cariño. Vente conmigo al garaje.

Alf le dijo que ni hablar, que todo eso estaba terminado.

Eres un ingrato, Alf. ¿Cómo me haces eso? Arturo tiene el juguete parado hace más de un año. No quiero meterme con desconocidos, por todos los peligros e inconvenientes que eso tiene. Podías echarme una mano en memoria de los viejos tiempos. Estoy desquiciada. Necesito una polla ya, pero ya.

Vámonos entonces, pero rápido, cariño.

Ya no les dio tiempo. Marta estaba metiendo la llave en la cerradura y por unos minutos los habría pillado. Alf estaba enfadado con Almudena. Era peligrosísima cuando se ponía cachonda. No medía las consecuencias de nada y eso era de siempre. También estaba con una erección terrible, pensando en la mamada que ella le podría haber brindado. Era toda una artista con la boca. En esa materia, Marta no le llegaba a los talones y Anita no estaba mal, pero tenía que apurar bastante la técnica.

Hola, cariño. -- Se besaron con mucha ternura. -- ¡Jaimito, ven aquí!

Hola papa. ¿Qué me traes? -- Alfredo le entregó el paquete que tenía en la mano.

Ohhh... ¡El coche que yo quería! ¿Cómo lo sabías?

Tengo un dedito que adivina. -- Le contestó mientras le enseñaba el meñique derecho. -- Ya veremos cuánto tiempo va a durar entero. Mi dedito me dice que va a durar poco.

Jaimito salió corriendo con su juguete nuevo.

Vamos a ver a Arturo.

No. Cuando se despierte. Todavía no está nada bien.

Alf, cariño, me voy a visitar a Carmen con Jaimito. ¿Nos acompañas, verdad?

Ai, cariño, quería acostarme un rato, que tuve una semana terrible. ¿No te importa?

Ya lo sabía. A la pobre Carmen, nunca la has tragado. Tardo unas dos horas. Descansa, cariño.

Martita, yo tengo que quedarme a cuidar a tu padre... me gustaría acompañarte, pero...

Ni hablar. Tienes que quedarte, mama.

Alf. ¿Podemos quedarnos aquí esta noche volver mañana en el vuelo de las diez de la mañana?

Vale. Llamo a Jorge y le digo que no puedo estar en la oficina mañana por la mañana. Tú llama al móvil de la empleada y dile que se puede quedar con su amiga, o que se quede en casa, cómo tú lo veas, pero dile algo. Un saludo a Carmen. -- Lo dijo con un aire irónico.

Eres un cínico. Pero si... Se lo diré. -- Le contestó Marta riéndose.

Cuando Marta salió, Almudena y Alfredo se fueron al garaje por la escalera interior. Pero antes, fueron a la habitación de Arturo. Dormía profundamente.

Abajo, en el garaje, Alfredo empujó a Almudena contra el coche. Ella se inclinó sobre el guarda barros delantero, mientras Alf le subía la falda y le bajaba las bragas.

Métemelo todo, cabrón... hasta los huevos. Antes me follabas a todas horas, pero ahora me ves vieja...

Alfredo la penetró de golpe. Estaba muy mojada. -- Estás buenísima y me gustas mucho, Almudena, pero estamos jugando con el fuego.

No te corras dentro. Te quiero tragar. Por lo menos la primera, que es la más jugosa. -- Y se reía.

¿La primera? Solo me voy a correr una vez, que tengo que ocuparme de tu hija esta noche. ¿O quieres que esté con las baterías descargadas?

La estuvo bombeando hasta que ella se corrió.

Qué bien follas, cariño. La edad te ha mejorado... -- Le dijo Almudena -- Ahora quiero que me rompas el culo. No te corras dentro. -- Alfredo le hizo la voluntad. La muy puta no tardó en volver a correrse de nuevo. Adoraba ser enculada.

Sigues siendo una hembra de película... De vieja, nada. No tengas complejos.

Vamos a lavarnos. Te la quiero mamar. Me vas a descargar toda esa leche y me la voy a tragar toda. Adoro la leche condensada. -- Se reía, con una expresión pícara de puta vieja.

Se lavaron en un baño que había en el garaje y se hicieron un monumental sesenta y nueve en el banco trasero del BMW de Arturo.

Ay Almudena, sería capaz de te follar, encular, beber tus deliciosos jugos y darte el biberón toda la tarde, pero tenemos que irnos. Solo espero que cuando tu hija tenga la edad tu que tienes ahora, esté la mitad de buena que su puta madre... ¡y nunca mejor dicho!. Marta es guapa, pero no te llega a los talones. Eres un putón Almudena. Seguramente Arturo está así, por el peso de los cuernos.

Qué mal hablado eres, pero... a las tantas, hasta puede que sea verdad. -- Se reía con gusto.

Siempre fuiste guapa, sigues guapa y te morirás guapa. Si te vinieras a vivir para Madrid, te iba a follar unas dos o tres veces a la semana. Ahí sería muy fácil y nadie se iba a enterar. Ya verías que no soy mal agradecido.

No me lo digas dos veces, cariño.

Pues piénsatelo. Trae a Arturo contigo y lo pasarás pipa. Lo tratamos muy bien para que viva feliz y le dejamos la cabeza como las de treinta venados. Tus mamadas son de locura, tu culo es un monumento y tu coño es delicioso. Ahora me doy una ducha y me acuesto antes que venga tu hija. Y que ni se te ocurra ir a mi habitación.

Alfredo había sido amante de Almudena antes de conocer a Marta y ella había quedado encantada de tenerlo como yerno. Marta ni se lo imaginaba. Arturo siempre había sido un flojo y un eyaculador precoz. Una polla y una lengua como las de Alfredo eran un tesoro que haría feliz a su hija. Además... así, lo tendía siempre a mano. Él supo ser agradecido y le daba su dosis de vez en cuando. A pesar de vivir lejos, siempre encontraba forma de alguna vez que otra poder satisfacer sus necesidades sexuales.

Cuando vino Marta, Arturo se despertó al poco rato. Alfredo estuvo hablando con él unos diez minutos.

Arturo, -- le decía, mientras recordaba los cuernos que le había estado poniendo con Almudena. -- no nos des un disgusto. Deja ya de fumar y trata de descansar.

Tienes razón, hijo... es lo que tengo que hacer. Pero no te creas qué es fácil...

Todos te queremos mucho, Arturo, tienes que te cuidarte. Tienes que venir a vivir en Madrid. Ahí te podemos cuidar mucho mejor. -- Y también te pondremos los cuernos más a menudo. -- pensaba con total cinismo.

Hablaron un rato y Arturo se volvió a dormir a continuación.

Esa noche tuvo que darle a su mujer lo que le correspondía, pero la verdad es que empezaba a estar agotado. Marta no era demasiado exigente y con lo preocupada que estaba con la salud de su padre, ni notó que Alfredo estaba con menos vigor que habitualmente. Después de correrse en su boca, quedó agotada y folló sin ganas. Estaba deseando que Arturo se corriese rápidamente para poder dormir.

El día siguiente regresaron los dos a Madrid. Jaimito se quedó con los abuelos. Estaba de vacaciones, por eso sus padres lo dejaron. A Alfredo le venía bien por ciertos planes que tenía.

Durante la comida, Alfredo le dijo a Marta que tenía que renovar sus bikinis.

Esos que tienes son muy anticuados, cariño. Cómprate tres o cuatro más osados. Eres tan guapa y estás tan buena... quiero que te pongas algo que no te tape tanto, por lo menos aquí en la piscina de casa.

No sé... con todo este vello que tengo, no es fácil.

Te puedes depilar un poco, ¿no?

Anita había entrado con el segundo plato.

Le hice el suflé que tanto le gusta, doña Marta.

Gracias, Anita. Eres un cielo. Te he echado de menos, ¿sabes? Mira, esta tarde nos vamos de compras, ¿vale?

Yo a usted también le he echado de menos, señora. Vale, lo que usted diga.

Nos vamos a comprar unos bikinis. Para ti también.

Alfredo estaba encantado con la conversación. - ¡Eso es! Anita, ayuda a doña Marta a elegir algo moderno.

Con mucho gusto, señor.

Después de comer se fueron a un Corte Inglés.

En la tienda, Anita cogió algunos muy bonitos que casi no escondían nada.

Creo que una cosa así le debe quedar muy bien, Doña Marta.

Anita... No. Con eso me quedo desnuda. Pero, vámonos a un probador.

Se fueron las dos. No había nadie más. Era muy temprano.

Anita, póntelo tú. Quiero ver cómo te queda.

Me da vergüenza quitarme la ropa delante de usted, doña Marta.

¡Qué va! Somos dos mujeres, ¿No?

Anita se quitó todo si decir una sola palabra y se quedó completamente desnuda delante de Marta.

¡Qué lindo pecho tienes, Anita! Ahhh... Estás depilada... No me lo imaginaba.

Mientras se ponía el bikini, Anita le dijo -- Si... era una cosa que le gustaba a mi novio. Nos hemos dejado, pero me acostumbré. -- Y se puso muy colorada.

Qué bien te queda el bikini, Anita. Tienes un cuerpo precioso.

Pruebe-se usted este, doña Marta.

No me atrevo. Tengo mucho vello.

Vamos, doña Marta, ahora es usted la que está avergonzada. Somos dos mujeres, ¿verdad?

Marta, que ya estaba con ganas de quitarse la ropa le contestó -- Vale. No es justo que no me aplique a mí la misma regla.

Cuando se puso el bikini, quedó realmente con mucho vello a la vista.

¿Ves? No me puedo poner esto.

Claro que si, doña Marta. Solo hay que rasurarle el vello un poco. O así como yo. Y usted tiene un cuerpo precioso también. ¡Qué lindos senos! Ai, perdóneme... no quería decir eso...

¿De veras te gustan? -- Estaba muy excitada. -- Quiero decir... ¿Se me ve bien?

Muy bien.

Anita, no me da la gana ir a depilarme ni sabría a donde ir. Me da vergüenza... No me lo puedo llevar.

¿Y si la depilo yo?

Ai... No sé... ¿Lo harías?

Claro que lo hago. Solo tenemos que ir a la sección de cosmética a comprar unas cositas. ¿Se pondrá en mis manos?

Bien... no sé qué decir... Bueno, vale. -- Marta y Anita estaban las dos cada vez más excitadas.

Compraron los bikinis y luego se fueron a comprar cera fría y una crema muy buena para aplicar después de la depilación. Después se fueron a casa.

Anita la cogió de la mano. -- Venga conmigo, doña Marta. -- La llevó a su habitación. Colocó una toalla de baño doblada sobre la cama.

Marta estaba tan excitada como nerviosa.

Anita me dejas ver tu... tu zona depilada... solo quiero ver como está.

Anita se quitó todo, se acostó y se abrió de piernas. Marta la observó excitadísima.

Ya lo veo... que lindo sexo tienes, Anita. ¿Puedo tocarlo? Quiero decir, la piel... para ver cómo está de suave.

Anita se colocó de forma que ella la pudiese ver. Después se abrió los grandes labios y se colocó las rodillas junto al pecho, de forma que ella pudiese ver todo, incluyendo el ano.

¿Ve, doña Marta? Todo depilado sin dejar pelos junto a la entrada de la vagina ni tampoco junto al ano. Puede tocarme. -- Marta estaba excitadísima y nerviosa. Le tocó y se dio cuenta de la cantidad de jugos que se le formaron y del aroma que desprendían. Tuvo ganas seguir tocando, pero no se atrevió. Anita cogió un Kleenex y se limpió, muy colorada. -- ¿Podemos empezar?

Yo... Si... No sé... Bueno... Vale.

Acuéstese aquí en la toalla con las piernas para fuera, doña Marta. Yo me ocuparé de todo. Eso es. Levante un poco el culito para que le quite la falda y las braguitas, ¿vale? -- Marta obedeció y se quedó desnuda de la cintura para abajo.

Espéreme un momento. Vengo enseguida. -- Fue al baño y trajo una palangana de plástico con agua tibia, gel de baño, una esponja y una toalla.

Relájese, doña Marta. La veo muy nerviosa. ¿Por qué no se quita toda la ropa? Verá que se queda mucho más cómoda. Marta terminó de desnudarse. Los pezones se le pusieron duros como una roca.

Anita se colocó entre las piernas de su señora, le mojó el sexo con la esponja y empezó a lavarla con gel, sin perder ninguna ocasión de acariciarle la vulva y el clítoris, de una forma muy discreta, pero eficiente. Después le quitó la espuma con la esponja.

Usted va a quedar lindísima depilada. Que sexo más lindo tiene. Ya verá como que va a encantar a D. Alfredo. -- Marta nada contestó pero se quedó cortadísima... y excitadísima.

Anita cogió las tijeras y le empezó a cortar la mayor parte de vello. Después cogió la espátula, le aplicó cera y la empezó a depilarle.

Ahhh... Duele, cariño. Me duele mucho.

Es solo un momento. Un poco de paciencia... Tenemos que hacerlo así. Con maquinilla de afeitar es más cómodo pero le crecerían después con mucha fuerza y es peor.

¿Ya terminaste, Anita?

No lo sé. Ahora la voy a lavar y a ponerle esta cremita. La dejará muy bien y le quitará el picor. Cogió la esponja con mucho gel y la empezó a lavar con mucha suavidad. Marta estaba loca de deseo, pero no se atrevía a decir nada.

Está casi bien. Solo tengo que quitarle unos poquitos junto a los pequeños labios, pero lo hago con la maquinilla de afeitar. No se mueva para nada. Podría hacerle daño.

Anita colocó los dedos entre los pequeños y los grandes labios de la parte izquierda, le puso gel de afeitar de Alfredo y la afeitó. Mientras tanto, cómo si no se diera cuenta le presionaba también el clítoris. Marta empezó a mojarse toda.

Ahhh... Mmmm...

¿Le hice daño, Doña Marta? -- Su señora de quedó coloradísima.

No, cariño... Es que... Nada.

Después, Anita le hizo lo mismo al lado derecho. Esta vez no solo le presionó el clítoris. Cómo si lo hiciera inadvertidamente, lo acarició un poco.

Ohhh... Ahhh... Mmmm... Anita... Ohhh...

Ai, Doña Marta... ¿La he lastimado?

No... Me gustó mucho... Ohhh...

Anita cogió bastante gel y la lavó con los dedos, masajeándole toda la vulva y dándole especial atención al durísimo clítoris.

¿Así le gusta mucho, verdad?

Ohhh... Sí... Anita... Anita... Ohhh... un poquito más arriba, cariño... ¡Ahí! Sigue... Sigue...

Anita la siguió acariciando y la besó en los labios. Marta correspondió a su beso.

Qué bueno, cariño... Un poquito más... Ahhh... -- Anita entonces se arrodilló entre sus piernas y empezó a hacerle un delicioso cunnilingus. Marta tenía un clítoris pequeño pero muy prominente, que Anita lamió y chupó hasta que ella explotó en un orgasmo incontrolable y prolongado.

Eres un ángel, Anita. ¡Te quiero! -- Le cogió la mano y la atrajo hacia a ella y la besó apasionadamente. -- Quítate toda la ropita y acuéstate aquí conmigo, cariño.

Anita se desnudó. Después se acostó con Marta y se abrazaron besándose y lamiéndose las bocas la una de la otra.

Anita, cariño. Cuando estemos solitas me tuteas, ¿vale?

Vale, Marta. ¿Te gustó, cariño? Ohhh... ¡Sí! Definitivamente sí... ¿Ahora, me dejas que te haga lo mismo a ti? Tengo tanta curiosidad... Por supuesto, mi amor.

Se hicieron un sesenta y nueve y se corrieron las dos varias veces. Anita le hizo un profundo y prolongado beso negro que la dejó loca. Ella también se lo hizo a Anita. Después, se quedaron agotadas en los brazos la una de la otra y se durmieron.

Marta fue la primera en despertarse.

Anita... -- Le lamió un pezón.

Mmmm... Marta... ¡Te deseaba tanto!

Y yo, Anita... Yo también, pero no sabía cómo intentarlo. Tenía miedo que te enfadaras y te marcharas.

¡Nunca! Quiero a esta familia cómo si fuera mía. ¡Me tratáis tan bien!

Alfredo desea mucho que tengamos a una amiga para hacernos el amor a tres. ¿Estarías dispuesta a ser esa chica?

Ai, Marta... tendré que pensarlo. Y no sé si tu marido me admitiría a mí... que soy una sirvienta.

Seguro que sí. Cuando me lo dijo, le contesté que eras la única chica que yo podría considerar como candidata a una cosa así. Me dijo que lo intentara contigo... Pero no me atrevía.

Y tendría que hacer el amor con él, ¿o sería solamente una relación entre las dos?

Claro que sí. Nos haríamos de todo entre los tres. ¿O no te gustan los hombres?

Me gustan tanto cómo las mujeres. Para mí, el sexo no tiene sexo, cariño. ¿No tendrías celos?

No. De ti no. Seríamos un trío y tú eres una amiga. Técnicamente eres una sirvienta, pero no te consideramos como tal. Eres una amiga. ¡Una gran amiga!

Marta, dame unos días para que lo piense.

Vale, cariño. De momento no le cuento nada de lo nuestro. Es nuestro secreto.

Vale Marta. Tengo que ir al supermercado a comprar unas cositas. ¿Te importa que me vaya ahora, o me voy más tarde?

Puedes ir, cariño. Así no me tengo que frenar... Estoy deseando comerte de nuevo y creo que debemos parar, de momento.

Anita la besó en la boca y salió, mientras Marta pensaba en todo lo que había pasado entre las dos.

En la calle cogió el móvil y llamó a Alf.

Hola, cariño. ¿Podemos hablar un minuto? Es muy importante.

Hola, Anita. Dime.

Ya lo hicimos. Le depilé el coñito y nos comimos la una a la otra.

¿De veras? Eres un diez.

De veras. Quiere introducirme en vuestras sesiones de cama. Le dije que me diera unos dos o tres días para que me lo pensara.

¡Chica lista! Le vas a decir que sí. Pero deja pasar al menos un par días y que sea ella a pedírtelo

Vale. Alf, no le cuentes nunca a Marta que ya éramos amantes, antes de nuestro primero encuentro a tres. No hace falta para nada y lo consideraría una traición por parte de los dos.

Me parece bien. Tienes mi palabra. Un beso, mi amor, ahora tengo que dejarte.

Un besote, cariño. Donde más te apetezca.

Cuando Anita llegó a casa, la esperaba Marta.

¿Qué has comprado, Anita?

Setas, nata y unas cositas más. Hoy hago un plato sorpresa... os va a gustar.

Sabes, Anita... tenemos que andar con cuidado cuando Jaimito esté en casa. Si se entera de algo, me suicido.

No hay peligro. Cuando pase el verano, ya se va al cole y tendremos mucho tiempo para vivir nuestra lubricidad.

Anita... ¿Te lo vas a pensar? Quiero decir, lo de Alfredo con las dos.

No hago otra cosa desde que me lo pediste... ¿De verdad lo deseas?

Si. Mucho. Sé perfectamente que nunca harías nada para robármelo.

¿Y cuando me veas con él, no me vas a odiar?

¡Te juro qué no! Esto para ti es nuevo, pero yo me lo estoy planteando desde hace más de un año. Estate tranquila, mi vida.

Entonces, vale. Puedes hablar con él. Me voy a morir de vergüenza, pero creo que va a ser una experiencia maravillosa. Pero, tienes que prometerme una cosa.

Dime, cariño.

Si en algún momento alguno de vosotros quiere acabar con esa relación, me lo decís y se acaba ahí. Que no pague yo las consecuencias con un despido. Volvéis a ser Doña Marta y D. Alfredo y yo vuelvo a ser la sirvienta comedida tímida y respetuosa de siempre.

Prometido. Es justo. Y Alfredo estará de acuerdo. Te lo prometo

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