Disciplinando a Sor Angustias

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La historia de cómo me gane el favor de Sor Angustias.
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Sor Angustias nunca fue una hermana muy disciplinada. Llegó al convento muy joven y, quizás por ello, su respeto a las normas que rigen nuestra comunidad dejaba mucho que desear. Se levantaba tarde, no hacía bien sus tareas, molestaba a sus compañeras y, casi nunca, prestaba atención en la iglesia. Era un martirio insufrible para nosotras que, pacientemente, aguantábamos por ser una criatura de Dios nuestro señor. Pero lo que hizo, de ninguna de las maneras se lo podía dejar pasar.

Todos los domingos nos visita el párroco de la iglesia que hay aquí al lado, un hombre de fe entregado en cuerpo y alma a cuidar de sus fieles transmitiéndoles la palabra de Dios, para saber qué necesitamos y permitir que expiemos nuestros pecados. Siempre es igual, él viene, le contamos los cuatro o cinco pecadillos que podemos cometer en un convento, rezamos dos o tres avemarías extras, se va y nosotras seguimos con nuestra vida de recogimiento y oración. La misma rutina de todas las semanas hasta que Sor Angustias la tuvo que cambiar.

Siempre soy la última en confesarme porque así puedo chismorrear un poco con el cura y enterarme de lo que ocurre en el convento a mis espaldas. Es gracioso ver la cara de terror que se les queda a las novicias cuando se dan cuenta de que sé algo que no debería saber y las pobres, incapaces de dudar de un párroco que chochea, se creen que es el mismísimo Dios el que me las cuenta. Por suerte, esos mensajes divinos me permiten controlar mi convento y mantener una buena imagen en todos aquellos que nos visitan. Pero ella tuvo que estropearlo.

Aquel día, llegué como siempre la última a confesarme.

-Buenos días padre.- dije sentándome a su lado (no usábamos confesionario porque la carcoma lo había roído y la última vez que el cura se sentó se dio un buen batacazo)

-Buenos días hermana ¿Qué tal la semana?

-Igual que todas padre, aquí las cosas no cambian mucho.

-Gracias a Dios, el cambio hace difícil que las palabras de nuestro señor lleguen al corazón de la gente.

-Sí padre. -- respondí cansada de oírle siempre el mismo rollo.

-¿Algún pecado que quieras confesar?

Durante tres segundos pensé en responderle que estaba harta de estar allí, que el resto de monjas me parecían unas rancias sin cerebro, que encerrarme en un convento era una perdida de tiempo, que los curas me daban asco y que encima dudaba de que Dios existiese, pero me contuve. Contarle algo así a un viejo con la lengua floja podía traerme problemas.

-lo de siempre padre, Sor Angustias me saca de quicio, dije arrepentidísima.

-De esa misma quería hablarte yo- Me soltó enfadado.- ¿Controlas este convento hermana?

Esa pregunta me dejó descolocada

-Sí, claro

-¿Estás segura?

Empecé a dudar

-Bueno -- titubee- la hermana Sor Angustias no cumple mucho las normas pero no es nada que afecte al buen funcionamiento de nuestra comunidad.

-Entonces, ¿Podrías explicarme por qué el pecado se ha instalado aquí?- Me preguntó con algo de ira contenida.

-¿Pecado?

-Sí, pecado. Mientras tú deberías estar velando por el bien del convento, tus hermanas llevan a cabo prácticas desviadas- me espetó.

-¿Qué es lo que hacen?- Pregunté asustada con un hilo de voz.

-La hermana Sor Angustias ha realizado actos lésbicos con una de las novicias. ¿Podrías explicarme cómo has consentido que ocurra algo así?

La sangre se me heló. Que Sor Angustias hubiese hecho algo con una novicia me daba igual, es más, no me sorprendía pero que el cura cuestionara mi trabajo allí de esa manera me jodía. Fuera como fuere, estaba cómoda en mi puesto y no iba a consentir que nadie me lo fastidiase.

-Lo siento mucho padre, no volverá a pasar. --dije sumisamente conteniendo la rabia

-Espero que así sea o tendré que tomar cartas en el asunto.

Me absolvió de mis pecados y se largó sin decir ni adiós. Yo me quedé allí un rato más, pensando en qué debería hacer y llegando a la conclusión de que ya iba siendo hora de hacer algo con la hermana Sor Angustias. La mandé llamar a mi despacho y pedí que no nos molestasen mientras hablábamos, tenía un problema que solucionar y cualquier interrupción podría haber sido contraproducente.

No tuve que esperar mucho a que la trajesen porque en menos de dos minutos atravesó la puerta de mi despacho sin tocar antes, como siempre.

-¿Desea algo madre Martirio?- preguntó servicialmente con algo de mofa.

-Sí, cierra la puerta y siéntate- le dije imperativa.

Cerró la puerta con mucha parsimonia, demorándose lo suficiente para colmar mi paciencia y cabrearme. Eso era lo que le gustaba, fastidiar a la gente, pero ese día no lo iba a lograr. Iba a quitarle el cuento y me iba a asegurar de que el curita no volviera a reprocharme nada.

Al final se sentó.

-Usted dirá hermana.- dijo completamente indiferente a lo que yo pudiese decirle.

-¿Qué has hecho con la hermana natividad?- solté a bocajarro.

Eso la sorprendió, estoy segura de que no se lo esperaba. Pero, rápidamente, volvió a aparentar indiferencia.

- Pues hemos fregado los baños.

- Sabes que no me refiero a eso- La miré duramente.

-Es cierto, se me olvidaba, nos hemos fregado los morros también.- Soltó con todo el descaro que pudo.- Por lo que veo, parece que el cura se ha chivado.

-Sí, lo ha hecho.

Respiré profundamente tres veces e intenté suprimir mi ira. Por culpa de ella parecía que había perdido el control sobre el convento, pero tenía claro que gritándole no iba a lograr nada. Es más, seguro que si lo hacía volvía a repetirlo solo para joderme más. Si quería lograr algo, tenía que ponerla de mi parte.

-¿Por qué hiciste algo así?- pregunté

- No sé, me aburría y me apeteció.

- ¿Ella quería?

- Vaya que sí.- se rió- mucho más que yo.

-¿Te gustó lo que hiciste?

-Sí, bastante- volvió a reír.- Debería probarlo, no sabe lo que se pierde.

Esa vez la que se rió fui yo. Sor Angustias me había mirado de una manera a medio camino entre el desafío y la insinuación. Todo iba a ser más fácil de lo que esperaba.

-¿Volverías a repetirlo?- pregunté totalmente inexpresiva.

-Sí, claro ¿Por qué no iba a hacerlo?

Sus palabras, que pretendían ser una provocación a mi autoridad, fueron el pistoletazo de salida para mi plan. ¿Quería repetirlo? Pues lo iba a hacer.

-Desnúdate.- le ordené.

-¿Qué?- preguntó muy sorprendida.

-Que te desnudes.-Respondí sin darle importancia a mis palabras.- ¿No me dirás que te da vergüenza?

No sé qué pasó por su cabeza pero, por la sonrisa perversa que puso, no debió ser nada bueno. Sin decir nada, se levantó de la silla y se quitó el hábito. Una sonrisa lasciva se dibujó en su boca y no dejó de mirarme a los ojos.

-¿Le gusta lo que ve hermana?

Seguí impasible.

-Te he dicho que te desnudes.

Su sonrisa se incrementó y, muy despacio, queriendo exhibirse, quitó su sujetador y bajó sus bragas. Ante mí quedó una chica joven de veinticinco años completamente desnuda. Sor Angustias era guapa. Si no hubiese sido porque la habían hecho monja, habría tenido bastante éxito con los chicos. Era algo alta, no muy delgada y sus pechos no habrían dado problemas a la hora de amamantar a un bebé. Pero lo mejor de ella era su cara. Sus facciones eran harmoniosas, sus ojos eran azules y su boca ocultaba una sonrisa perfecta que deslumbraba a todo el mundo.

Lo que estaba viendo me gustaba. Siempre sentí cierta atracción hacia las mujeres y, por el sentimiento de culpa que me provocaba, decidí dedicarme a Dios haciéndome monja. Pero, con el tiempo, el sentimiento desapareció a medida que las cosas de la iglesia me iban pareciendo, cada vez más, tonterías. Muchas veces había pensado en dejar el convento y largarme pero, con cuarenta años, rehacer mi vida no sería fácil. Así que no tenía otro remedio que seguir allí y, por eso, protegía con tanto celo mi cargo de madre superiora; los privilegios siempre están bien y yo no iba a perder los míos.

-Date la vuelta.

Sin borrar su sonrisa, se dio la vuelta y me dejó verla por detrás. Tenía un bonito culo de amplias proporciones.

-Vuelve a darte la vuelta.

Se giró sin mostrar ni un ápice de vergüenza.

-¿Alguna vez has tocado a otra mujer?- pregunté sin moverme de la silla.

- Sí

-¿En el convento?

-No, fue antes de venir aquí. ¿Qué pretende hermana?

Ese fue el momento. Me levanté de la silla y caminé hasta quedar frente a ella, a un palmo escaso de su pecho. Nos miramos las dos y sin decir nada apoyé la palma de mi mano en su coño.

-Quiero que dejes de darme problemas.- Le dije de manera clara y firme.

Tras uno segundos de incredulidad, recuperó la compostura y recuperó su sonrisa lasciva. Tampoco dijo nada más y avanzó el pequeño paso que nos separaba hasta que nuestros cuerpos se tocaron. Me besó. Abrí mi boca y dejé que hiciese todo cuanto quisiese. Nunca antes había sentido la textura de una boca ajena y no iba a perder la oportunidad. Sor Angustias introdujo su lengua y, como si fuese un cepillo, limpió todos mis dientes. ¡Qué suave era! Hubiese podido seguir con aquello eternamente pero había mucho más por probar.

Retiré mi mano de su vulva y la obligué a darse la vuelva permitiendo que mi delantera se uniese a su espalda. Nuestros cuerpos encajaron perfectamente y mi boca quedó a la altura de su oreja que no dudé en lamer con ahínco. Años y años había estado reprimiendo esos deseos, castigándome mentalmente para alejarlos de mí y, por fin, había decidido rendirme a ellos. Y, para una vez que lo hacía, no iba a andarme con mojigaterías así que abandoné su oreja y lamí su cuello. Olía al champú de rosas que compramos en el convento y no quise reprimirme el deseo de besarla como una vampira que quisiese sacarle toda la sangre.

Lamí su espalda recorriendo toda su columna vertebral hasta llegar a su culo. Separé un poco sus nalgas para poder ver lo que se escondía tras ellas. Lo primero que vi fue su ano, que era de un color rosa que contrastaba con su blanquísima piel. Pero un poco más abajo, pude ver la parte de atrás de lo que antes había tocado cubierto por unos cuantos pelillos rubios. ¡Qué visión! Me moría por meter mi mano ahí y no parar de agitarla nunca. Pero quise contenerme, teníamos todo el tiempo del mundo para hacer cuanto quisiese.

Me enderecé y, haciendo fuerza con mis manos sobre sus hombros, volví a darle la vuelta. Sor Angustias seguía sonriendo pero había aparecido un leve sonrojo en sus mejillas que me incitó a seguir con todo aquello. Volví a besarla pero, esta vez, la que metió la lengua en la boca de la otra fui yo. Lamí con ansia y succioné sus labios. ¡Qué gusto! Nunca antes había besado a una mujer y acababa de darme cuenta de que había cometido un error al esperar tanto. Agarré uno de sus pechos y, mientras la besaba, pellizqué su pezón, que se puso duro. Se lo chupé. Lamí también su barriga y su ombligo. Me agaché de nuevo y besé el suave vello de su pubis tomándome el tiempo necesario para que mi nariz absorbiera su olor. Embriagada por él, estiré la lengua y la posé en el punto justo donde su cuerpo comenzaba a abrirse antes de empujar y comenzar a explorar con ella las profundidades de su cuerpo. Para poder llegar más adentro, tuve que proyectar mi cara hacía arriba de tal manera que pude ver la expresión de éxtasis que tenía y me animé a seguir explorando. Como la postura era incómoda para mí, aparté todos los trastos que había sobre mi escritorio empujándolos con el brazo y la tumbé sobre él. Separé sus piernas y hundí mi cabeza entre ellas volviendo a dejar que mi lengua se metiese en sus profundidades. ¡Qué delicia! Aquello me sabía a gloria y no pude evitar aprovechar para meter mi músculo dentro del agujero de su vagina.

-¡Oh, Dios!- Gimió.

Saqué mi lengua un momento para mirar su cara ansiosa por que continuase con aquello. Volvía a meter de nuevo la cabeza entres sus piernas y a lamer el interior de su vulva haciéndome de rogar. Finalmente, volví a meter la lengua en ese agujero todo lo que pude, aplastando mi cara contra su coño para que llegase lo más adentro posible y empapando sobremanera toda mi piel con sus abundantes fluidos. La lengua se me cansó y, para que su placer no decayera, me puse a estimular su clítoris con mis labios, boqueando como si fuese un pez al que han sacado del agua y se está ahogando.

-¡Sí!- Gemía ella.

Recuperé mi lengua y añadí a mi tarea mis dedos índice y anular, que metí cuidadosamente en el agujero que había profanado mi lengua. Tenía curiosidad por saber que había allí adentro pero, aquella vez, no me atreví a llegar más lejos de donde alcanzaban esos dos por miedo a hacerle daño. Los moví allí dentro como si acariciase con ellos las orejas de un gato al mismo tiempo que mi lengua relamía una y otra vez la pequeña protuberancia que había entre sus piernas.

-¡Esto es el paraíso hermana!

El interior de Sor Angustias se volvió líquido hasta el punto de que aquello parecía una boca babeante. Seguí lamiendo desde el agujero hasta el inicio de su raja asegurándome de presionar bien fuerte con mi lengua en su interior. Saqué mis dedos de allí adentro y metí mi lengua para hacer con ella lo mismo que hacía con ellos. Sor Angustias se contorsionaba y gemía del gusto y yo, encantada por ello, continuaba frotando su interior con mi lengua.

Estuvimos así un rato largo hasta que Sor Angustias se levantó y me impidió continuar con aquello. La miré incrédula, sin saber lo que pasaba.

-Ahora me toca a mí, hermana.

Me desnudó del todo y me hizo subirme al escritorio. Me colocó a cuatro patas dejando a su vista mis partes traseras. No tuvo remilgos y metió una mano entre mis piernas. Un escalofrío de deseo recorrió mi cuerpo, que se contrajo cuando sentí como un dedo curioso se aventuraba dentro de mi y exploraba mis cavidades. ¡Qué gusto! Todavía no había empezado el movimiento y ya me derretía de placer.

Sor Angustias quitó su dedo de mi coño muy lentamente y de improviso me metió algo blando y húmedo que se movía como una culebrilla. Era su lengua que entraba y salía por ese mismo agujero a toda velocidad. Aquello verdaderamente era el paraíso. ¡Qué estúpida había sido todos esos años preocupándome por llegar al cielo cuando podía tenerlo ahí mismo! Nunca jamás me iba a volver a privar de algo así

-No pares hermana.- Gemí un poco más fuerte de lo normal

Sor Angustias siguió con lo suyo metiendo y sacando su lengua cada vez más rápido y extasiándome en todo momento. Pronto empecé a sentir unas cosquillas ahí abajo que se iban extendiendo por todo mi cuerpo, provocándome oleadas de placer. Sus manos separaban con más fuerza mis nalgas y su cara se hundía entre ellas todavía más para que su lengua llegase más adentro.

-¡Qué placer!- Casi grité cuando me sobrevino un placer más fuerte de lo habitual.

Aquello había sido delicioso. Nunca antes había sentido nada igual. Sor Angustias continuó lamiéndome cada vez más despacio, permitiendo a mi cuerpo que se relajase y volviese a la normalidad.

-¿Le ha gustado hermana?- Me preguntó.

- Muchísimo.

-¿Querrá repetirlo?

- No lo dudes.

Después de esas palabras, nos vestimos de nuevo y hablamos como dos buenas amigas de muchísimas cosas, incluso de lo que deberíamos confesarle al nuestro cura la próxima vez. Sor Angustias comenzó a portarse bien y a cumplir con la disciplina del convento. Nunca más tuve ninguna queja de ella hasta que, finalmente, se largó en busca de aventuras. Sin embargo, aunque en mi convento volvió a reinar el orden que requiere Dios nuestro señor, cada noche la hermana Angustias y yo repetíamos lo de aquella primera vez.

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