El Abogado. Cap. 02

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La vida de ambos fue muy ajetreada desde un comienzo. Leandro, enfrentado a una realidad de país desconocido, tuvo que comenzar a realizar planes de cómo invertir el dinero que habían traído, pero, gracias a los contactos que le había dado el cónsul, de quien se había hecho muy amigo, comenzó a armar algo similar a lo que tenía en España. Y fue así como en poco tiempo había iniciado un negocio que comenzó a dar sus frutos.

Romina lo acompañaba para todas partes a las que iba, y Leandro podía ver la admiración que generaba ella a su paso. A sus veinte años, se había convertido en una mujer de una belleza casi agresiva. Con una cintura increíblemente estrecha, hacía que sus caderas fueran el foco de atención cuando alguien la veía aparecer en cualquier lugar a la que llegaba, haciendo rechinar los dientes de los hombres cuando la veían de espalda, en que el movimiento vibrante de sus nalgas, dejaban babeando al que se atrevía a seguirla con la mirada por solo algunos segundos.

Leandro consciente del efecto que producía su mujer, acostumbraba a invitarla a unos cafés que habían cerca de uno de los negocios que tenía en el barrio alto de ciudad, para verla precisamente caminar hasta llegar a él, quien la esperaba observando con deleite cómo los hombres se giraban para verla alejarse. Eso le producía una extraña excitación que recorría su entrepierna, haciendo que el muñón de su pene endureciera hasta casi hacerlo llegar a la eyaculación.

Leandro y Romina llevaban una activa vida sexual. Para ella, era absolutamente normal la manera en que Leandro la hacía acabar, y Leandro la había convencido de que él era feliz con la manera en que se desarrollaba su vida. Romina, por su parte, al poco tiempo de comenzar su vida juntos, lo había obligado a que le permitiera hacerle sexo oral también.

Leandro en una oportunidad le comentó las reacciones que él experimentaba cuando veía cómo los hombres se comportaban ya sea mirándola o trataban de coquetear con ella.

"¿De veras te excita mucho?" Le pregunto una noche Romina mientras desnuda con su cabeza apoyada sobre su pecho, acariciaba lo que quedaba de su pene.

"Mucho" Contestó Leandro acariciando su cabello sedoso.

"¿Te gustaría que un hombre, mientras tú miras, acariciara mi cintura?" Le dijo ella casi en un susurro. Ella de inmediato noto la reacción en su muñón. Y continuó como una letanía, que a los oídos de Leandro sonaba como un encantamiento al escucharla hablar.

"Y bajara sus manos por mis caderas..." De nuevo la reacción.

"Y colocara su erección entre mis nalgas... " Nueva reacción.

"Y se apretara a mí, mientras acaricia mi entrepierna en busca de mi coño... " Nueva reacción.

Romina había colocado su muslo sobre la pierna de él, mientras lo seguía acariciando mientras hablaba.

"Y sus dedos juguetean con mi clítoris y yo llevo mi mano hacia atrás y busco su erección... " Nueva violenta reacción.

"Y tomo su pene y lo guio hacia abajo entre los labios de mi coño mojado...." Lo sentía vibrar entre sus dedos.

"Y dejo que lentamente meta su porra hasta el fondo y me folle... y me folle... y me sigua follando... " Romina sintió cómo el cuerpo de Leandro se crispaba y sus dedos que asían la pequeña protuberancia, se humedecían con una breve eyaculación.

Romina se alzó y se monto sobre él, para besarlo apasionadamente. Había encontrado una nueva manera de excitar a su hombre, al que amaba más que nada en el mundo.

*****

¿Compañía inesperada?

Cuando esa tarde estábamos por salir del baño para dirigirnos hacia el dormitorio, Romina se había acercado a mi oído y me había susurrado:

"Ahora, seguidme el juego".

Como había levantado las cejas en señal de interrogación, me había mirado y agregado con una cara llena de picardía:

"A partir de este momento, eres mi sobrino Luciano. No lo olvides." Y tomándome de la verga, me condujo hacia el interior del dormitorio.

La luz del baño había iluminado por breves segundos la habitación, quedando en total penumbra cuando cerré la puerta del baño tras mío.

Después de haberme besado, al llegar al borde de la cama, Romina me soltó y se giró y, haciendo el gesto de dama sorprendida en su desnudez. Con su mano derecha cubrió la zona de su sexo y con la otra hizo el gesto de cubrir infructuosamente, por cierto, sus amplios pechos.

"Pero, sobrino Luciano, ¿cómo puedes entrar aquí estando desnuda? ¿Qué dirá tu tío Leandro?"

Sonreí al escucharla. El juego había comenzado.

"Le ruego que me perdone, tía Romina. Pero, esperaba mi beso de las buenas noches". Dije, sorprendiéndome a mí mismo por el relato construido.

"¿Pero, mírate, así desnudo?" Y retirando la mano de sus pechos y apuntando hacia mi erección, agregó: "¿Y eso qué significa? ¿Esperas que os dé el beso en esa condición, apuntándome con tu polla?"

"Perdona tía Romina, pero el solo el verte así..." Dije, mirándola compungido. "Bueno, os daré ese beso, pero después, tendrás que marcharos. No sea que tu tío Leandro os encuentre en esa condición; no tendría como explicar tu presencia".

Escucharla hablar así, con ese acento español, me volvía loco. Y más, viéndola ante mi desnuda, sólo quería comérmela a besos. "Sí, te lo juro. Solo un beso" Dije, mientras bajaba la punta rígida de mi pene y lo dejaba rozando su entrepierna.

En ese momento 'tía Romina' cruzó sus brazos alrededor de mi cuello y acercando su mejilla a la mía, esperando que yo la besara, mientras repetía "Recuerda sobrino. Me das solo un beso y te vas"

"Sí, solo uno" Repetí mientras cruzaba mis manos por su espalda bajándolas hasta encontrar la redondez de sus nalgas, que se tensaron cuando las apreté y acercando mi cara busqué su boca. No opuso resistencia cuando encontré su boca, al tiempo que sentía que sus pechos se pegaban más hacia a mi torso y toda la suavidad de su cuerpo parecía amoldarse al mío.

Pero, lo que realmente me hizo estremecer fue cuando ella, en el momento en que yo buscaba su boca para besarla, abrió levemente sus muslos, permitiendo que la cabeza de mi verga se deslizara hacia abajo, rozándola a todo lo largo de su hendidura, hasta posicionarse entre sus apretados muslos. A partir de ese instante, mi sentido del tacto pareció aumentar, como si cada trozo de mi cuerpo se hubiera convertido en dedos enormes por medio de los cuales podía apreciar, la suavidad de su vientre y la textura de sus pezones, porque mis manos habían comenzado a recorrerla sin parar.

Romina respondió a mi beso, asomando la punta de la lengua que yo tomé con mis labios. Ella abrió los suyos, para dejarme hurgar en su boca. Y el pretendido y casto beso de buenas noches, fue transformándose lenta e inexorablemente en un apasionado beso sexual, en que los labios dejaron que las lenguas entraran en un diálogo silencioso de búsqueda, cuyo objetivo final, era el despertar de nuestros cuerpos.

De pronto ella puso sus manos sobre mi pecho y me dijo.

"Sobrino, basta ya. Estás presionando mi coñito con tu polla. No pretenderéis algo más, ¿o sí?" Me dijo con una sonrisa pícara que iluminó su rostro.

"Déjame sentirte sólo un poco más, tía Romina"

"¿Qué queréis decir con eso, sobrino?"

"Colocarte la puntita allí... y nada más"

"Humm. Pero, sólo la puntita" Dijo Romina bajando su mano entre nuestros vientres para acariciar la base de mi pene, ya que todo el resto estaba incrustado entre sus muslos. "Tu tío Leandro no lo debe saber. ¿De acuerdo?" y diciendo eso, me dejó que la empujara hacia la cama y acomodando sus codos sobre ella, me quedó mirando mientras abría sus muslos.

Mi vista ya se había acostumbrado a la penumbra de la habitación, y mis ojos se quedaron extáticos al contemplar la blancura y redondez de los muslos de 'mi tía Romina' que mostraban entre ellos un bulto sin un vello. Por alguna extraña razón, la abertura de su sexo era solo una pequeña línea, como el de una adolescente impúber, y que apenas ocultaba su clítoris.

No me pude contener y tomando su muslo izquierdo con mi brazo, lo levanté apoyándolo en mi hombro y, colocando mi rodilla derecha sobre la cama, apunté con mi mano izquierda el glande en el inicio de su raja. Presioné bajándolo a lo largo de su hendidura. La lubricación que había comenzado a manar de la punta de mi pene, me permitió que se deslizara entre los hinchados labios, introduciéndome suavemente en ella, hasta encajar toda la cabeza.

"¡Ah, oh! ¡Sobrino mío, cuidado. Dijisteis que solo seria la puntita! ¿No pretenderéis cogerme ahora?" Gimió 'mi tía Romina'.

"Si. Sólo será la punta, tía Romina" Dije, mientras presionaba mis caderas hacia abajo.

"Bueno, sólo... la... pun... tita... ¡Aaah!" Gimió tía Romina, mientras yo le introducía toda la cabeza y gran parte de mi verga adentro de su coño apretado; sentí que ella había comenzado a lubricarse también, porque sentí que la inserción comenzaba a hacerse más fácil a medida que entraba en ella.

"¡Aaaah, sobrino! ¡Me metisteis toda tu polla!" Gimió ella, cayendo cuan larga era sobre la cama, mientras apretaba sus pechos.

"Es sólo la puntita, tía" Dije, deteniéndome, mientras sostenía su muslo con mis brazos.

Romina, se alzó un tanto sobre los codos para mirar hacia abajo y pudo verificar que yo le había penetrado mi verga hasta la mitad.

"Pero, sobrino. ¿A eso llamas la puntita? Si me tenéis media polla adentro. Y bueno" Dijo con un suspiro. "Mete el resto de tu polla solo una vez y te sales. No quiero que tu tío Leandro nos encuentre así y piense equivocadamente que me estáis cogiendo. No tendría qué excusa entregarle." Y acostándose de nuevo sobre la cama, levantó la otra pierna para que yo la tomara.

Colocando ambas manos en sus muslos, la tiré hacía mí y presioné de una vez mi pelvis contra la entrepierna de 'tía Romina'. Las paredes de su vulva se abrieron, recibiéndome caliente, al tiempo que la sentía exhalar largos 'aahh, ooh' al tiempo que su coño se apretaba y palpitaba alrededor de mi tieso tronco. Cuando mi pubis tocó su mullido montículo, cuna de su sexo, me quedé allí, para sentir cómo el interior de su coño parecía 'conversar' con el intruso que la había penetrado.

"¡Que polla tan buena tienes, sobrino. Solo por esta vez, dejare que la metas toda, pero solo una vez más. Pero, después te sales."

La retiré con suavidad, para que ella apreciara cada centímetro al salir, para luego meterla nuevamente.

"¡Oooh! ¡Aaah! Sí. ¡Que tu polla está muy buena, sobrino! ¡Muévete un poco más, sobrino, por favor, muévete más!" Me rogó ella con un quejido, mientras sus manos se apretaban al cobertor de la cama.

En ese instante, mi mente nublada de todo lo que no fuera esa hermosa mujer que tenía atravesada con mi pico, hizo caso omiso que Leandro Vizcaya estuviera sentado, oblicuo y detrás de nosotros observando cómo su mujer era culeada sin trámites frente a él. Todo lo que me indicaba mis instintos en este momento, era que debía continuar. Mi cerebro estaba nublado.

Fueron largos minutos en que, primero con lentitud, culeé a Romina sin pausa. Momentos en que ella no despegó su vista de mi rostro, como tratando de adivinar lo que en ese instante pasaba por mi mente. Yo, por mi parte la observaba también especialmente cuando, apoyado ahora con ambas rodillas sobre la cama enviaba todo mi cuerpo hacia adelante para penetrarla profundo, veía su lengua mojando sus labios, como disfrutando al máximo esos instantes de placer.

Sin embargo, algo más necesitaba yo en ese instante y ella, como si adivinara mi pensamiento, alzó sus brazos hacia mí pidiéndome que me acercara a ella. Solté sus piernas que ella se apresuró a recoger, doblando sus rodillas y dejándolas oscilar al lado de mis caderas, mientras que yo me apoyaba en mis brazos a los costados de ella, me inclinaba y buscaba su boca.

Ella rodeó mi cuello y también buscó mi boca que abrió para tomar mis labios entre los suyos, y entre beso y beso, húmedos de pasión, comenzó a suplicar "¡Por favor, no pares, sigue, sigue así, Luciano, no me importa si tu tío nos pilla. Dame toda tu polla. Mi coño la quiere toda!"

Sus palabras de aliento y sus gemidos los mantuvo así por varios minutos, mientras yo continuaba golpeando pausadamente mis caderas contra las de ella, introduciéndome con fuerza en su coño como si quisiera atravesarla, como si mi pico se hubiera convertido en un ariete de carne.

Era evidente que el coito pausado anterior, no era el que ella ni yo esperábamos, y ese deseo lujurioso se reflejaba ahora en los movimientos de ambos. El cuerpo delicioso de Romina me tenía en tal estado de excitación, que no supe en qué momento, desbocado por la pasión, comencé a moverme casi sin control, culeándola con toda la celeridad que podía sostener.

EL chasquido de mi cuerpo chocando con el de Romina, se escuchaba ahora, nítido en la habitación en semi penumbra, interrumpido de tanto en tanto, con los gemidos que emitíamos ambos. Con cada golpe yo la hundía en la cama, sin embargo, ella comenzó a tomar un rol más activo en el coito, elevando sus caderas como si buscara una mayor penetración, cada vez que yo bajaba.

Como cualquier hombre joven, confrontado con una mujer mayor, me sentía con una enorme responsabilidad ante esta hermosa mujer que se entregaba totalmente a mí en ese momento. Sentía el cosquilleo en mis bolas, lo que significaba que estaba a punto de eyacular. Seguí golpeando mis caderas con firmeza, pero la delicia de sentirme fuertemente succionado cada vez que presionaba profundo en ella; todo esto me estaba llevando a ese punto en que no podría hacer otra cosa que descargar.

Por fortuna, el sexo oral que le había realizado hacía unos minutos atrás y ahora la verga que la penetraba sin pausa, fueron acicates suficientes como para elevar la excitación de Romina a tal extremo, que la sentí que comenzaba a gemir con más frecuencia hasta que, en un largo chillido, su cuerpo se tensó y apoyando sus talones contra mi culo, se apretó más hacia mí, en el momento que, desde el interior de su coño saltaba un chorro que mojó totalmente mi pubis. Su orgasmo continuó por varios segundos más, mientras gemía y se retorcía entre mis brazos.

Lentamente bajé sus piernas sobre la cama y cuando me retire, quedé de rodillas frente a ella con mi pene aun rígido, oscilando y cubierto de espuma, esperando que ella se recuperara. Cuando abrió sus ojos, su rostro tenía la expresión y sonrisa de una mujer satisfecha; me recorrió con la mirada, y con un movimiento ágil, se colocó de rodillas sobre la cama y, como una pantera acechando su presa, repto sobre los cobertores hasta alcanzar con su mano derecha mi mojada mi erección; sin dejar de mirarme, la recorrió con su puño a todo lo largo, hasta que de pronto y en su solo movimiento, abriendo ampliamente su boca, me succionó lentamente, como si eso lo hubiera realizado todo la vida.

Di un gemido ronco, y hubiera jurado haber escuchado un eco en la habitación cuando la mamada de 'tia Romina' continuo precisa, larga y continua, con su lengua enroscándose alrededor del glande, dibujado sus bordes, una y otra vez, como si lo quisiera memorizar la firmeza y textura de mi pene. Tiempo después ella me confidenciaría las emociones que había sentido cuando me mamó. Era su primera vez me había dicho, pero habría jurado que ella era una experta natural. Cuando se lo dije, se sonrojó y me había dado un papirotazo a mi pene.

Su mamada siguió sin pausa; estaba seguro de haber durado una eternidad mientras acariciaba su cabello y su cabeza subía y bajaba frente a mí.

Poco a poco su boca y su lengua comenzaron a crear una ebullición en mis bolas y mis caderas parecieron convertirse en una caldera, hasta sin poder resistir un segundo más, lancé un aullido más que un gemido, sonido que reverbero en la habitación cuando disparé mi primer chorro de semen en su boca.

La mano de 'tia Romina' se mantuvo firme en la base de mi pico, cuando apreté mi pubis contra su boca, mientras seguía lanzando chorro tras chorro en su boca, que continuó asida alrededor, tragando toda mi emisión sin retroceder.

Mareado, caí sobre la cama y pronto, ella se reunió conmigo, apoyando su cabeza sobre mi hombro se quedó abrazada a mí, hasta que el sueño nos rindió a ambos.

****

A partir de ese dia, y casi un par de días a la semana, durante casi un mes, me convertí en el 'familiar' de Romina.

Ella solía llamarme diciéndome simplemente:

"Tu tía Romina, necesita conversar hoy con su sobrino" Y cortaba.

****

Una semana antes del advenimiento de su viaje a Europa, me había llamado por teléfono para que nos juntáramos en un bar del barrio alto. Era la primera vez que nos reuniríamos fuera de su casa. Las 'reuniones familiares' había sido la tónica de nuestra relación, por lo que su llamada me había pillado de sorpresa. Me indicó el lugar y la hora. Me vi obligado a pedirle el automóvil a mi padre, ya que me habría sentido muy ridículo llegando en taxi a una cita.

Cuando llegué, eché una mirada al lugar, recorriendo con la vista el salón, hasta que pude verla sentada en un gran sillón circular de cuero, que había casi al final. Me dirigí hacia ella y cuando me acerqué, Romina alzó la vista y me quedó mirando mientras me recorría de arriba abajo.

Me acerqué y la besé en la boca, como era nuestro habitual saludo de los últimos meses.

Nos tomamos de las manos como dos enamorados, y ella mirándome con esos ojos verdes en los que yo parecía ahogarme, me dijo:

"Hablé con Leandro y me dijo que podías viajar con nosotros".

Lo había dicho con toda naturalidad mientras apoyaba su espalda sobre el sofá, como si este tema hubiera sido largamente discutido por nosotros y solo esperara confirmación.

"Pero. Romina. ¿De qué estás hablando?"

Ella estaba frente a mí y de pronto sentí que bajo la mesa había llevado su pie desnudo hacia adelante y lo había introducido entre mis piernas y comenzado a acariciar mi ingle. Por supuesto, el roce en un segundo me dejó duro. Los dedos de su pie comenzaban a reptar, presionando mi bulto.

"De que quiero que te vengas con nosotros en este viaje" Dijo impertérrita.

"Es decir, ¿me quieres llevar como tu mascota?"

Ella siguió con su roce haciendo que los dedos de su pie reptaran por mi bragueta y me contesto

"Pero, ¿cómo podéis decir algo como eso? ¿Es que no te he dado muestras de lo mucho que te quiero?"

"Si, claro, con un tercero mirando" Sentí que había dicho eso, con un dejo de niño taimado; me arrepentí de inmediato por mostrarme tan débil.

"Vamos, Luciano. Tú sabes que no puede ser de otra manera. Y ambos lo hemos disfrutado ostias. ¿O no os parece así?".

Por supuesto esa tarde nos fuimos a un motel en donde me entregó buenas razones para que la acompañara, cosa que no hice por supuesto.

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