El desvirgue de Ana y Fran (01)

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Ana y Fran se cuentan como fueron desvirgados.
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Parte 1 de la serie de 2 partes

Actualizado 04/16/2024
Creado 04/12/2024
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Ana y Fran echan a suertes quién empieza primero a comentar cómo fueron desvirgados. Le toca a Ana empezar y ella se lamenta, pero no se corta en confesar su primera vez.

--Jo... qué mala suerte... --resopló Ana--. Podrías portarte como un caballero y empezar tú primero.

--Lo siento... --me crucé de brazos--. La moneda es un juez imparcial. Estoy a la espera...

--En fin... qué se le va a hacer... --miró hacia el techo de la sala, pensativa--. Veamos... tenía dieciséis años, eso ya te lo he comentado... Pero lo que no te he dicho es que en realidad no era una niña, me faltaban unas semanas para los diecisiete...

--Ajá... --asentí--. Entonces no tan lejos de la edad en que yo me estrené...

--Eso es... --se la veía hacer memoria, hablando sin mirarme--. Fue en una casona que mi familia había alquilado para la boda de mi prima Sonia. Era un sitio enorme, casi un palacio, con multitud de habitaciones y un jardín maravilloso donde se celebraría la recepción. Nos hallábamos alojados y conviviendo en la casa el grupo central de la familia, unas treinta personas, y permanecimos allí alrededor de una semana haciendo los preparativos...

--Espera... --la detuve--. Recuerdo aquella boda... Marta y yo ya estábamos juntos por entonces... Aunque también recuerdo que no pude asistir.

--Sí, ya lo recuerdo... --confirmó--. Cuando tú y Marta comunicasteis a mis padres que erais novios, yo solo tenía quince años. Aunque Marta sí que asistió a aquella boda, ¿por qué tú no?

--La verdad es que no lo recuerdo bien... Sería por asuntos de trabajo... Ni idea, chica, ha pasado ya mucho tiempo de ello.

--No tanto, en realidad solo algo más de siete años. ¿No sería que os habíais peleado? --bromeó.

Hice caso omiso de su pregunta y conjeturé sobre el tiempo transcurrido.

--Vaya, que precisión... --sonreí--. ¿Es que llevas la cuenta? ¿Tanto te afectó la experiencia?

--No... jajaja... no es por eso... --replicó--. Es que a la vuelta de las vacaciones de aquel verano empecé a salir con mi primer novio, Martín, un chico que sí que me dejó huella. Ufff... Aún recuerdo aquella historia con algo de pena...

--Bueno... --la corté con suavidad--. ¿Te parece si volvemos al tema?

--Sí, claro... A ver... ¿por dónde empiezo...?

--Podrías empezar por el chico... --sugerí--. ¿Quién fue? ¿Cómo era?

--Vale... --aceptó--. El chico fue... aunque en realidad no era tan... «chico»... fue mi primo Sebas...

--Sebas... ¿alias el buitre?

--El mismo... sí... Olvidaba que conoces a casi toda mi familia.

--No a toda, pero a ese tipejo sí que lo conozco... Vaya... así que fue con Sebas... no me jodas... vaya tío suertudo... Pero... ¿hablas en serio...? Sebas era... «es» mucho mayor que tú... Él es casi de mi edad...

--Sí, algo así... Aunque solo me lleva ocho años... Tú me llevas diez... Eres más viejo... --dijo con ironía.

--Vale, gracias... ya es la segunda vez que me lo recuerdas... Recuérdame que me suicide cuando volvamos a casa.

Reímos un instante y luego Ana siguió hablando.

--Bueno, si ya lo conoces no creo que haga falta que te lo describa... --dijo, aunque si parecía desear hacerle un repaso, porque empezó a nombrar sus cualidades--. Grande, gordo... seboso... feo...

--Todo un cuadro, si señor... Ya te he dicho que tuvo una suerte de la leche al acostarse contigo.

--Quizá... aunque creo que hay algo que no sabes de él, a no ser que lo hayas tenido encima... como yo...

--Sorpréndeme...

Ana tomó aire antes de responder.

--Sebas tenía... al menos mientras estuve con él... un aliento de perros...

--¿Cómo...?

--Ya sabes... de ese tipo de alientos que te recuerdan una alcantarilla... Tal vez era por el tabaco, el alcohol, los porros... No sé, quizá una mezcla de todo, pero la boca le olía a pura M...

--Joder, Ana, ¿y aun así te dejaste follar por semejante elemento...? Porque supongo que mientras lo hacía, te besaría... ¿no?

--¿Besarme, dices...? --Ana me miró a los ojos--. Sebas me comió la boca durante tres noches seguidas... Y yo sé la comí a él con mayor ansia aún...

Hizo una pausa teatral antes de proseguir.

--Es más, si mi primo me hubiera negado sus besos, habría sido capaz de matarlo...

--¡Joder, Ana! --La pasión con que mi cuñada pronunció aquellas palabras me produjo un tremendo escalofrío. Y una sensación de asco insoportable--. Me parece que no entiendo nada, querida, vas a tener que explicármelo muy bien.

--Quizá te sea más fácil entenderlo si piensas que por aquella época yo era una adolescente enfermiza... de esas tan tímidas que apenas salen de casa. Me veía fea... gorda... con aquellos granos en la cara... con los brackets en los dientes, aunque la semana de la boda me los quité y los dejé en casa para no llevarlos en las fotos.

--Espera... espera... --Puse mi mano sobre la suya para que se detuviera--. Recuerda que yo sé cómo eras por entonces. Y te aseguro que eras una cría preciosa. De gorda y fea nada. Por dios... ¡si eras una hermosura! Y tú «horrible» acné eran en realidad cuatro o cinco granos sobre la frente. Tu cara era como de seda... Joder... si alguien te hizo creer esa estupidez de que eras fea, menudo hijo de puta...

--No es que me lo hiciera creer nadie... --replicó--. Simplemente me veía así... Aunque, ya se sabe, la realidad es siempre diferente a lo que uno piensa de sí mismo... Así era como me sentía y ello ayudó a que ocurriera lo que al final pasó.

--Continúa...

--El segundo día de alojarnos en la casona, después de la comida, nos dedicamos a probar música para la boda. Sebas debió de verme como una víctima propiciatoria... no sé... tal vez se dio cuenta de que estaba deprimida y se aprovechó de ello... El caso es que me sacó a bailar. Yo al principio me mostré remisa, pero al final pudo el halago que sentí porque un chico mayor, aunque fuera mi primo, se rebajara a bailar conmigo. Así que acepté.

--Y entonces notaste su aliento fétido.

--En efecto...

--¿Y eso te puso cachonda?

--No, la palabra no es «cachonda»... No al menos en ese momento. Me sorprendió que oliera tan fuerte... es verdad... Pero piensa que yo nunca había estado cerca de un chico, ni siquiera de mi edad. Tampoco había bailado con nadie --y menos tan pegados como me mantenía mi primo--. No tenía ni idea de cómo podrían oler los chicos... y menos un hombre hecho y derecho. De alguna manera supuse que aquel era el olor normal de los hombres... y entonces lo acepté y... empezó a gustarme...

--Joder... estoy flipando, te lo juro... --sonreí.

Ana rió y me dio un cachete en la mano.

--No te burles de mí, asqueroso... --dijo con fingido enfado-. En fin, sigo...

»Mientras bailábamos, empezó a cocinarme a fuego lento. Tras las típicas tonterías de los estudios, el instituto, bla, bla, bla... empezó a adentrarse en el tema favorito cuando se trata de seducir a una jovencita: los chicos. Me preguntó que si tenía novio y le repuse que no. Fingió sorprenderse y se vino arriba con la retahíla de los «cómo que no», «pero si eres una chica preciosa», «eso no puede ser», «será porque tú no quieres»... etcétera, etcétera...

Había engolado la voz para imitar a su primo, y eso nos hizo reír a ambos.

--Sí, eso suena a frases de ligón de tercera...

--Justo... Y son las frases de quien quiere seducir a una persona inocente o desesperada...

--El muy cerdo olió la sangre...

--Vaya si la olió, aunque si te digo la verdad no me arrepiento de lo que pasó... y posiblemente volvería a repetirlo en las mismas circunstancias...

--¿Con un tipo tan asqueroso?

--Jajaja... Y maloliente... no lo olvides... --recalcó--. Sí... con él lo volvería a hacer a aquella edad y con aquellos sentimientos a la baja. Sebas fue el primero en hacerme sentir bien conmigo misma e, incluso, me ayudó a levantar mi autoestima. Lo que me llevó a salir con Martín, mi amor de la adolescencia, tan solo unas semanas después.

--Chica, me dejas de piedra...

--Pero permite que prosiga, así quizá me entiendas.

»En fin... Cuando le dije que no tenía novio porque los chicos no me querían ni ver, el empezó a halagarme con más piropos... Y no paró hasta sonsacarme que había un chico en el instituto por el que bebía los vientos. Quizá fuera oportunismo o interés real, pero durante la hora que bailamos juntos me animó a no esperar a que él viniera a por mí, sino que fuera yo la que le pidiera salir... Me afirmó una y mil veces que Martín no iba a decirme que no... Jajaja, incluso llegó a regalarme una medallita de la suerte, que decía que a él nunca le había fallado en asuntos de ligues...

--Al menos contigo eso fue cierto... --bromeé...

--Pues sí, lo reconozco... --sonrió, pícara--. El caso es que cuando llegó el momento que Sebas debía de haber estado esperando toda la tarde, yo ya tenía mis braguitas húmedas... Y entonces era yo la que me pegaba a él.

»Noté que respiraba agitado antes de entrar a matar. Y aquel entrar a matar volvió a ser un cliché barato, pero que suele funcionar con jovencitas inexpertas como yo lo era.

--¿Y fue...?

--¿No lo adivinas...? --dijo y yo moví la cabeza hacia los lados--. Pues fue el truco de «lo que no debes hacer de ninguna manera es salir con él siendo virgen».

--Jajaja... --no pude evitar la carcajada--. En efecto, ese es un cliché de lo más sobado... No sé cómo no se me había ocurrido...

--Pues entonces te puedes imaginar la lata que me dio con eso de que la mayoría de los chicos no quieren estar con chicas vírgenes porque es un fastidio tener que acostarse con ellas esa primera vez... Que desvirgar a una chica es algo complicado y que solo un hombre experimentado puede hacer bien y sin lastimar a la chica... bla, bla, bla...

--¡Hijo de su madre...! --volví a reír a carcajadas--. ¿Y tú se lo compraste?

--Vaya si lo hice... Al final le pedí... no, más bien le «rogué»... que fuera él quien me aliviara de tan nefasta carga.

La carcajada fue mutua.

--Bueno, entonces... el primer acto ya estaba urdido... y bien urdido por el muy cerdo... Ahora vendrá la acción, ¿no?

--Sí, pero antes debo decirte que la operación «desvirgue» no sucedió en una sola sesión. Cuando antes te decía que me comió la boca durante tres noches seguidas, me refería que ese fue el tiempo que le costó acabar con mi «problemilla».

--Vaya... ¿tan inepto era?

--No, no fue ineptitud... Fue un cúmulo de circunstancias que... bueno, vayamos por partes...

»La primera noche fue la de ese mismo día en que habíamos bailado pegados como una lapa. Acordamos que él vendría a mi cuarto a una hora prudente de la madrugada, cuando todos en la casa durmieran. Por suerte, yo tenía una habitación solo para mí. Por ejemplo, mi hermana Marta la tuvo que compartir con otra prima.

»Le esperé idealizando el momento... Te puedes imaginar lo idiotizada que estaba. Cuando creí que me había engañado y que ya no vendría, unos golpes sonaron en la puerta y, al abrirla, apareció un Sebas algo achispado. Debía de haber bebido para darse valor, aunque esta es una conclusión a la que llegué a posteriori. Sin mediar palabra, empezó a besarme mientras me empujaba hacia la cama. El sabor apestoso de su boca en la mía me volvió medio loca de gusto. Apunto estuve de arrancarle la lengua de la pasión con la que se la mordí.

»Por fin consiguió calmar mi ímpetu y me tendió sobre el colchón, situándose a mi lado. Yo vestía una camiseta larga y debajo llevaba solo las braguitas. El me las quitó con mimo y, luego, se recostó a medias sobre mí. En esa postura estuvimos comiéndonos la boca durante interminables minutos. Él, mientras, me sobaba el coñito y jugueteaba con un dedo dentro de mí. Llegó a probar con más de uno pero, al ver mi gesto de dolor, se rindió y dejó de intentarlo.

»Al cabo de un rato, se bajó los pantalones y me enseñó a mover mi mano sobre su «cosa» para pajearle suave. Y, tocándonos el uno al otro, volvimos a besuquearnos otro momento eterno.

»Cuando al fin se decidió a pasar al acto final, se incorporó, sacó la cartera y me mostró un condón que, según sus palabras, era su arma secreta para casos de emergencia como aquel. Me hizo mucha gracia su comentario y reí con las manos en la cara, intentando disimular la vergüenza que sentía.

»Y entonces sucedió la tragedia.

--¿Tragedia?

--El condón debía de estar caducado y se rompió en varios pedazos cuando intentaba colocarlo en su aparato...

--Jajaja... --reí con sorna--. Debía de llevarlo en la cartera desde la primera comunión...

--O antes... --apuntaló Ana la broma y rió conmigo.

--¿Y qué pasó? --me interesé morboso.

--Sebas se llevó el disgusto de su vida. Me dijo que tenía que ver la forma de conseguir otro, que haría lo imposible por encontrar una farmacia de guardia, un bar con máquina expendedora, lo que fuera... Estaba hiper cachondo y fuera de sí...

--¿Y tú...?

»Pues yo pensé que me iba a morir del sofocón si Sebas no me metía aquel cacharro en el chochito... Era tan lindo...

--Por cierto... no me has dicho cómo era su «cacharro», como tú lo llamas... ¿Tan bonito era?

--¿Qué quieres que te diga...? En aquel momento me pareció la octava maravilla del mundo... jajaja... La vida, sin embargo, me ha demostrado que se trataba de un pito mediocre, corto y delgado y que para desvirgar niñas podía estar bien, pero para una mujer de verdad... ufff...

--Pues no sé qué te diga... La actual mujer de Sebas es un bombón... Algo tendrá el agua cuando la bendicen...

--¿Y por qué no...? En la vida no todo es sexo... --replicó Ana--. Ya te he dicho que Sebas se portó como un tío genial. Conmigo al menos lo hizo de maravilla. Nunca hemos vuelto a hablar sobre el tema, a pesar que de vez en cuando coincidimos en alguna celebración familiar, pero yo se lo he agradecido siempre. Él me cambió por completo... eliminó muchos de mis complejos de adolescente.

--Vale, vale... ya veo que le quieres mucho... pero sigue...

--Pues, mira, ahora puedo añadir otra cosa buena de mi primo... Porque yo estaba tan caliente que le rogué que no se fuera a buscar condones, que lo hiciéramos sin ellos, que yo no podía aguantar las ganas... que estaba muy caliente... que me moriría si me dejaba allí tirada...

»De hecho le mostré lo mojada que estaba pasando mis dedos por el chochito y sacándolos chorreando. Sebas me pidió calma y, ¿ves?, fue él el que me convenció de que no podíamos hacerlo sin condón, que eso era algo que no debía hacer nunca con un chico, ni aunque se pusiera brabucón... «Sin condón, nunca, me oyes, cielo, nunca...», me dijo con piquitos suaves sobre los labios.

--Yo no creo que lo hiciera por generosidad o por ser un gran tipo...

--Ah, ¿no?

--Lo que pasa es que Sebas tenía suficiente edad como para saber lo que hubiera ocurrido si te dejaba preñada... Le habrían expulsado de la familia a patadas y adiós a su herencia.

--Puedes pensar lo que quieras, eres muy libre, pero yo tengo mi propia opinión al respecto...

--Vale, vale... No me hagas caso... sigue, por favor...

--Antes de irse, me comentó que si no encontraba condones no volvería aquella noche... Que le esperara a la noche siguiente porque volvería a intentarlo. Tuve miedo de no verle más, así que le sujeté por un brazo y le pedí que en ese caso se quedara un rato más y que volviera a besarme...

--¿Besarte... aún más...? No puedo creerte...

--Pues ya ves... así fue... me moría por aquellos besos de hombre...

--¿Y qué ocurrió...?

--Pues que nos acostamos de nuevo en la cama y volvimos a morrearnos durante una media hora o así, mientras nos magreábamos como al principio. Luego se fue y, como era de esperar, aquella noche no volvió.

--¿Llegaste al orgasmo...?

--Bueno... he de confesar que eso fue lo que le faltó a aquellos encuentros... En ninguno de los tres días llegué a correrme... Y no me preguntes por qué, porque me lo pasé genial... Ni siquiera llegué a masturbarme... tampoco me preguntes por qué... Simplemente no me apetecía hacerlo a solas, ahora que lo tenía a él...

--¿Y Sebas?

--Él sí... De hecho utilizó muchos de los condones de una caja de doce que compró en una farmacia, según me explicó a la noche siguiente.

--¿Nunca eyaculó... ya sabes... sobre ti...?

--Nunca... ¿qué te parece? Otro rasgo de respeto, ¿no crees...? Me tuvo a su merced durante muchas horas... podría haberme hecho todas las cochinadas del mundo, que a mí me hubieran parecido lo «normal» en una pareja de amantes... Pero jamás se aprovechó de mí... más allá de lo que se supone que es abusar de una menor ingenua e indefensa... claro está...

--Por ahora te lo compro... pero ya veremos... continua...

»Lo esperé hasta casi el amanecer, pero fue en vano. Por la mañana, coincidimos durante el desayuno, pero Sebas no me dirigió ni una mirada. Eso me dejó bastante triste. Pensé que ya no quería nada de mí... no sé... que le había decepcionado por algo... Todo el día lo pasé dándole vueltas a ese asunto, sin poder entender que había hecho mal para que ya no me quisiera...

»Por la noche, sin embargo, volvió a tocar en mi puerta... Y el corazón se me aceleró de nuevo... Me enseñó la caja de condones, eufórico, y me contó la aventura para conseguirlos sin que nadie de la familia se enterara... Yo, por mi parte, callé la inquietud que había padecido al pensar que ya no quería volver a verme.

»Y, sin más, nos volvimos a la cama. Esta vez yo misma me quité las braguitas y el camisón. Y lo hice con mucha urgencia, estaba realmente cachonda. Él se desnudó también, a excepción de una camiseta pegada que le hacía parecer más gordo de lo que en realidad estaba. Antes de entrar en acción, me dijo que pusiera una toalla del baño bajo mi trasero por si sangraba.

--Un tío previsor...

--Ya te lo he dicho... todo un caballero... --rió su propia gracia--. Una vez en posición, volvimos a besarnos y a tocarnos... «Es para entrar en calor», dijo él. Lo hicimos largo rato. Luego, una vez a tono, se colocó sobre mí y se dispuso a penetrarme. Lo intentó de mil maneras, pero no lo conseguía de ninguna de ellas. Apenas me la metía dos centímetros, cuando yo notaba un dolor lacerante y le empujaba hacia afuera.

--¿A pesar de su mini pene...?

--Sí, a pesar de eso... --replicó, muy sería esta vez--. Aquel segundo contratiempo fue culpa mía. Después de intentarlo muchos minutos, se dio cuenta de que el problema es que yo no estaba húmeda como el día anterior. De mi vagina no brotaba ni una sola gota de flujo. En su opinión, debía de tratarse de los nervios, pero el caso era que no había forma de introducir su miembro en mi cerrada vagina sin que me pusiera a gritar de dolor.

»Incluso llegó a comerme el coño con la esperanza de que de esa manera mi fuente comenzara a manar. O, al menos, de llenarlo de saliva para que ésta actuara como lubricante. Pero nada de nada. Lo último que probamos fue ponerme a cuatro patas e intentarlo por detrás... también inútil...

»Lloré como una magdalena por aquello, pero él me consoló y me dijo que no me preocupara, que tenía la solución... Aunque tendríamos que esperar a la noche siguiente.

--¿Lubricante vaginal?

--Lubricante vaginal... eso es...

»Total, que a falta de penetración, volvimos a los besos y a los magreos. Él me enseñó a pajearle con pericia y aprendí a hacerlo casi como una profesional. Al menos, según su opinión. Y lo hice tan bien que se corrió varias veces. Dentro de un condón siempre, como ya te he dicho.

»Por fin se fue y aquella noche tuve un sueño muy hermoso. Recuerdo que me desperté besando a la almohada, soñando que a quien besaba era a Martín, el chico del instituto del que estaba enamorada. Luego, durante el desayuno y el resto del día, Sebas volvió a ignorarme. Me fastidiaba que lo hiciera, pero no albergué ningún miedo de que por la noche no fuera a volver.

»Aquella madrugada tardó más de lo normal. Yo ya estaba dormida cuando tres toques en la puerta me despertaron. Al abrir, Sebas entró a la carrera en la habitación y cerró la puerta con urgencia. Al preguntarle qué pasaba, me explicó que había visto a mi madre por los pasillos y se había acojonado.

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