El desvirgue de Ana y Fran (02)

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Ana se dio un golpe en la frente con la mano al comprender.

—Ya entiendo... —dijo—. Te estaba ordeñando para...

—Eso es... para vaciarme la próstata y minimizar el riesgo de embarazo....

—¡Bingo!

—Lo que pasa es que Clara, a su edad, ya no recordaba que no se puede vaciar a un chico de dieciocho con una sola corrida.

—No me digas que...

—Sí... pero tranquila... Espera a que llegue...

—Vale... me espero...

—Tras correrme, sacó un paquete de tabaco de algún lugar y estuvimos fumando unos cigarrillos. Charlábamos de cosas tontas, como el instituto, las chicas... Me preguntó si tenía novia y le dije que no. Ella se extrañó porque insistía en que yo era un chico muy guapo.

—Vaya... los mismos clichés que utilizaba mi primo Sebas.

—Idénticos, ya lo ves.

—Sigue...

—Mientras hablábamos, ella me tocaba siempre que podía. Cuando no era un muslo, era el vientre. Cuando no, metía la mano bajo la camiseta y me sobaba el pecho, las tetillas. Me echaba piropos sobre la suavidad de mi piel.

»También me habló sobre ella. Me contó que tenía una zapatería de señoras a medias con una socia y que les iba muy bien. Su marido era azafato de vuelo y pasaba mucho tiempo fuera de casa. Y de su niño me dijo que tenía seis meses y que se llamaba Carlitos. Querían tener la parejita lo antes posible y luego ya no tener más.

—¿No te comentó cómo es que estaba follando contigo? ¿Ni por qué su marido se contentaba con mirar?

—Pues no... de eso no dijo ni palabra. Y a mí, como te imaginarás, ni se me ocurrió mencionarlo. Mi alucine era tan grande que la cabeza no me daba para más.

»Al cabo de tres cigarros, se inclinó sobre mí y volvió a comerme la boca despacio. Su saliva sabía a tabaco y a sexo. Estaba probando mi propio semen.

»Volvía a besarme y a sobarme los testículos, a la espera de mi erección. Cuando por fin la consiguió —en poco tiempo a decir verdad—, me apartó hacia un lado, se tumbó boca arriba y, con las piernas muy abiertas me pidió que me pusiera sobre ella.

—Ya llega el momento... ya llega... jajaja

—Sí, el momento de perder la virginidad llegaba y yo estaba cada vez más nervioso.

—¿Se dio cuenta de que eras virgen?

—Si te digo la verdad, no lo sé. Sí sé que notaba que temblaba como un flan, pero tal vez lo achacó a que estaba con una mujer de verdad, no las niñas con las que habría tenido mis experiencias anteriores. Cuando me tumbé sobre ella, Clara no lo dudó un instante: tomó mi pene con una mano y se lo introdujo dentro de ella hasta el fondo con un gemido muy sensual.

»—Ahhh... —suspiró—. Qué polla tan maravillosa tienes, criatura... Me llena toda entera... Ven, bésame mientras me follas, cariño...

—¿Te gustó la sensación al metérsela...? —volvió Ana a interrumpir mi relato.

—Ufff... ya te digo... Aquella fue una de las sensaciones más alucinantes de mi vida. Por mucho que folle antes de morir, aquella sensación de la primera vez no creo que vuelva.

—Jajaja... Ya te aseguro yo que no... A mí me pasa algo parecido... es una lástima... pero así son las cosas...

—Total, que estuvimos allí con mis embestidas a veces suaves, a veces más fuertes y alocadas, durante largos minutos. Y ahora era yo el que la comía la boca y le sobaba las tetas con ansia. No quería que aquello acabase. Estaba en la gloria. Pero a ella me dio la sensación de que se le hizo algo largo.

»—¿Te queda mucho? —decía de vez en cuando.

»—No, ya casi me corro...

—¿Llegó ella al orgasmo?

—Pues, fíjate, en mi inocencia yo creía que se estaba corriendo de forma continua. Que, desde que se la había metido, no había parado de encadenar orgasmos. Y era porque ella gemía sin parar. Con el tiempo me he dado cuenta de que no solo no se corrió, sino que no estuvo ni cerca. He imaginado que ese no era su objetivo. Que el objetivo era montar la escena para que el cornudo de su marido disfrutara al verla follar con otro. Pedazo de gilipollas enfermo.

Ana puso expresión de desagrado, igualmente.

—Sí... qué asco de tío... Jamás hubiera pensado que tales tipejos existieran, a pesar de lo que se ve en los videos porno.

—¿Tú ves... porno? —la miré asombrado.

—¿Qué pasa... tú no? —replicó con gesto enfurruñado.

—Ya, pero es que...

—Es que... ¿yo soy mujer y tú hombre...? —Se cruzó de brazos—. A ver si me vas a resultar un machirulo...

—Que no, cuñada, que no... —supliqué su perdón con las manos unidas—. Es solo que no te imaginaba tan... entusiasta...

Rió con media sonrisa y luego me apremió para que siguiera.

—En fin, cuando el orgasmo llamó a mi puerta, fue de sopetón. Ninguno de los dos lo esperábamos tan de repente, aunque la primera vez había sido igual. Ella debió de notarlo tarde porque para cuando me separó de un empujón, yo ya había eyaculado la mitad de mi leche dentro de ella. El resto, que fue una barbaridad, se lo eché sobre el vientre y el vestido playero. De hecho, mi segunda corrida debió de expulsar el doble de semen que la primera. En mi vida he vuelto a eyacular tanto.

»Los siguientes minutos ella los empleó en limpiarse a conciencia, tanto con la toalla como con unos pañuelos de papel que había en la guantera del coche. Luego, sacó el paquete de tabaco y volvimos a fumar... Y a conversar plácidamente. No parecía tener prisa y a mí me encantaba charlar y fumar, como si la noche no fuera a acabarse nunca.

»Me estaba hablando de su último veraneo en Torremolinos, cuando mi erección volvió a repuntar de nuevo. Noté que ella la había visto, aunque era difícil de ocultar ya que no me había puesto el pantalón todavía. Esta vez no me corté y le pedí que me dejara follarla otra vez y ella respondió que no.

»Me puse un poco brusco, quizá por las hormonas juveniles. Además, después de follarla una vez, le había perdido el respeto y ya no me sentía intimidado por su edad. Clara, para calmarme, me dijo que si quería me haría una paja, pero que no iba a volver a follarla, y menos sin condón. Por muy chulito que me pusiera. No mencionó al marido, pero una sombra suya sobrevoló entre ambos y acepté sin más quejas.

—Así que te pajeó y volviste a eyacular por tercera vez en tan poco tiempo...

—Eso es, y esta vez ella se cuidó de que no manchara nada. Me daba la risa cuando se echaba las manos a la cabeza y mencionaba mi capacidad prostática.

»Cuando al fin dijo que se iba a la cama, le pedí su número de teléfono. Clara se negó a dármelo y me dijo que aquella noche era única y que la recordaría siempre, pero que no volvería a ocurrir. Que ella quería a su marido y que no iba follando por ahí con extraños como si tal cosa.

—¿La creíste? —preguntó Ana.

—Entonces sí... —repliqué—. Mi pecho rebosaba un sentimiento que creía que era una apasionado y doloroso amor. Me hubiera creído cualquier cosa que saliera de sus labios. Ahora no lo tengo tan seguro, se la veía muy acostumbrada a manejar aquellas situaciones.

—¿Y qué hiciste? ¿Le declaraste tu amor... o algo así...?

—Sí... cuando se iba la detuve por el brazo y se lo expliqué. Le dije que me moriría si no volvía a verla.

—¿Y ella...?

—Ella me echó las manos al cuello y me morreó no menos de un minuto. Pero, al terminar, me dio un azote en el culo y, con un guiño, cogió el carrito con el bebé, se volvió al hotel y me dejó allí tirado.

—Y... ¿fin...?

—Jajaja... si te cuento lo último... ¿pensarás que soy un degenerado?

—No me digas que...

—Eso mismo...

—¿Pero de dónde sacabas tanta energía...? Y, sobre todo, ¿de dónde sacabas tanta leche?

—En realidad, la cuarta eyaculación no fue muy cuantiosa... pero al fantasear con ella, te aseguro que me lo pasé de miedo...

—¡Qué animal...!

—Qué joven, diría yo...

Era la conclusión de mi historia y casi el de la velada. Me incliné sobre ella y le di un fuerte abrazo que mantuve varios segundos. Ella me lo devolvió y sentí que nuestra conexión había ganado unos grados. Cuando nos separamos, Ana preguntó:

—Bueno... ¿y ahora qué?

Miré mi reloj de pulsera y al ver la hora propuse volver a casa. La noche empezaba a menguar, incluso en el número de clientes del local.

FIN

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