Eva, Estudiante Promiscua (01)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 1 de la serie de 7 partes

Actualizado 04/29/2024
Creado 04/10/2024
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Acababa de cumplir los veinte años, estudiaba el cuarto de carrera de Ingeniería en la Universidad Politécnica de Madrid y, como tantos otros, conocía de vista a Eva, la chica más guapa y provocativa de la Escuela y posiblemente de todo el campus.

Eva era una chica algo mayor que yo, quizá veintiuno o veintidós. Era asturiana, aunque alguien se había equivocado de geografía y la había apodado la gallega. De cualquier manera, el apodo que mejor la definía era la Barbie.

La Barbie era la chica más deseada por todos los babosos de la Escuela y creo que no necesitaré muchas palabras para describírosla, su apodo lo dice todo: rubia natural y de larga melena; fina de tipo pero de formas rotundas; tetas medianas, de las que caben en una mano; altura también media, uno sesenta y muchos; ojos azules oscuros y profundos. Entre todo ello, lo que más resaltaba en su rostro eran los labios sonrosados y carnosos y su sonrisa perpetua, una risa blanca y de dientes pequeños que podían enamorarte si te miraba a los ojos mientras sonreía.

No había tío en la Escuela que no la amara, deseara o, al menos, que no quisiera tirársela. Muchos, según los rumores, lo habían conseguido, aunque esas cosas se suelen afirmar de los bombones de todas las universidades del mundo. Incluso de las chicas más puritanas y estrechas que te hayas echado a la cara.

Eva, como buena Barbie que era, tenía un novio Ken. Este Ken en realidad se llamaba Mario y era un compañero de clase muy pijo y guapetón, que conducía un descapotable y vestía ropa de marca desde los calcetines hasta las gorras deportivas. Y, en este caso, sí era cierto que la tenía bien follada. No, no lo digo por decir, ella misma lo comentaba a quien quisiera oírlo.

Y eso no sería nada especial si no fuera porque la Barbie tenía un novio «de verdad». Se llamaba Juanse y vivía en su ciudad natal: Oviedo. Porque Eva no era madrileña, como he dicho, y solo pensaba quedarse en Madrid mientras estudiaba la carrera. Luego se volvería con Juanse a su tierra y allí formarían una familia llena de niños. Esto era también cosecha de ella misma.

Vamos, que Juanse era el novio «oficial» y Mario el que se la follaba. Al menos cuando residía en Madrid durante el curso académico. Todos suponíamos que en Oviedo se la follaría Juanse, pero ese extremo nadie pudo confirmarlo. Quizá allí hubiera algún otro que le apagara las calenturas, haciéndole crecer los cuernos aún más a Juanse de paso.

En fin, que en esas andábamos cuando la chica se cruzó en mi camino. Y entonces fui yo el que consiguió tirársela. En buen orgullo tengo aquel polvo, porque ocasiones como la que se me presentó con la Barbie solo aparecen una vez en la vida. Y a fe que no la dejé escapar.

Pero empecemos por el principio.

*

La tarde en que empezó mi aventura con Eva era un viernes de examen. Mediaba ya junio y hacía calor. Las ganas de vacaciones eran patentes entre los compañeros de clase y nuestra cabeza estaba centrada en cualquier cosa menos en los libros.

La prueba terminó a las ocho en punto. A la puerta del aula se formaron los corrillos en los que se comentaban las preguntas que habían caído, las posibles soluciones, los puntos de vista de cada uno, y todas esas cosas que podéis imaginar.

Se discutía a voz en grito cuando en algún punto no nos poníamos de acuerdo sobre la respuesta correcta. Todos queríamos llevar la razón. Pero yo sabía que solo una facción de los revoltosos estaría en lo cierto y se llevaría el gato a su sardina. Y con ello, quizá el aprobado del trimestre o, incluso, de la asignatura. El resto de las facciones tendría que repetir.

Sobre las ocho y media apenas quedábamos colegas en el vestíbulo de la Escuela. Alguien propuso ir a celebrar el examen a la cervecería donde solíamos quedar en ocasiones parecidas. Cansado por haber estudiado hasta la madrugada la noche anterior, intenté escabullirme.

No lo conseguí, por supuesto. Y debo añadir que por suerte, a tenor de lo que ocurrió horas después. Todo el mundo se opuso a que me marchara. No porque fuera un tipo popular, ni mucho menos. Lo que ocurría es que yo era de los pocos que teníamos coche. Y, aún mejor, aquel día había dejado mi viejo «pelotilla» en casa —en el taller, en realidad— y había acudido al examen en la furgoneta de mi padre. Todos sabían que en aquel «cacharro» de asientos corridos podíamos entrar hasta cinco personas —seis o siete si nos apretábamos.

Me puse serio y conseguí que solo me colocaran a cuatro, aparte de mí. En total, éramos tres chicas y dos chicos. En el otro coche de que disponíamos se metieron otros cinco, entre ellos Eva y su novio Juanse, que había viajado a Madrid para pasar con ella unos días. Los dos chicos del grupo que no consiguieron plaza se tuvieron que conformar con viajar en autobús.

Por cierto que, Mario, el «amante» oficial de Eva, se excusó y se largó en solitario con su descapotable a una supuesta fiesta con amigos. Aunque «todos» sabíamos que se excusaba porque no quería sentarse a la mesa con Eva y con su novio oficial. Todos, menos el cornudo, que vivía ignorante y feliz en los mundos de Yupi.

Al llegar a la cervecería nos sentamos en una mesa corrida que nos habían preparado en la terraza. Afortunadamente a alguien se le había ocurrido llamar para reservar. El lugar estaba de bote en bote y una mesa para doce hubiera sido misión imposible.

Las cervezas comenzaron a sobrevolarnos junto con las tapas y las raciones. Brindamos incontables veces a la salud del fin de curso y de las vacaciones, ya próximos, y reímos e hicimos todas esas tonterías que hacen los jóvenes en el entorno de la veintena.

En ese momento no tenía ni idea de que alguien no me había quitado ojo en toda la tarde.

Continuará...

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