Eva, Estudiante Promiscua (03)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 3 de la serie de 7 partes

Actualizado 04/29/2024
Creado 04/10/2024
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Al volver a la mesa, algunos aprovecharon para meterse conmigo.

—¿Qué te ha pasado, tío? ¿Se te ha tragado la taza?

Las risas me cortaron un poco, pero busqué una salida airosa.

—No, joder, es que algo me ha debido de sentar mal... —me defendí posando una mano en mi vientre—. Y, claro, pasa lo que pasa...

Eva, que ya estaba allí cuando llegué, aprovechó para apalancar su excusa. Al parecer habíamos elegido la misma sin habernos puesto de acuerdo. Aunque tampoco hacía falta demasiada imaginación, todo hay que decirlo.

—¿No me digas que a ti también te ha sentado mal algo...? —dijo poniendo en mi antebrazo la mano que había quedado pringada de mi leche unos minutos antes. Luego miró a su novio—. ¡Lo veis! ¡Y no me creíais, capullos...! A Jose le ha pasado lo que a mí... Hemos debido de comer algo en mal estado. Yo aquí no vuelvo más.

La miré divertido, pero ella giró la cabeza y rehuyó mis ojos. Mi momento de gloria había pasado. Y me conformé, Eva era así. El siguiente sería algún otro de la mesa. Aun estando su novio sentado a su lado, ella no se cortaría para hacérselo con cualquiera si se sentía cachonda.

Es lo que me habían contado de ella, y que yo no había creído nunca. Ahora me alegré por ello, al fin y al cabo me lo había hecho pasar en grande. Que se follara a quien quisiera, la mamada que me había hecho había valido la pena.

Los comentarios cambiaron de rumbo y las conversaciones volvieron a lo habitual. El principal tema era el fin de curso y las vacaciones a la vuelta de la esquina.

No podía evitar alucinarme al ver con qué naturalidad proseguía todo en aquella mesa. Continuábamos hablando de cualquier cosa o riendo ante la gracia de algún chiste, como si no hubiera pasado nada.

Si yo decía alguna sandez, Eva me miraba y reía la gracia, aunque sin mucho interés. Si ella mencionaba alguna bobada sobre algún profesor, yo le daba la razón. Y Juanse allí, tan tranquilo, mirándonos a ella o a mí sin imaginarse que unos minutos antes me la estaba mamando en cuclillas mientras abría las piernas para que le viera las bragas. O mirándose mi leche sobre la mano y oliéndola para ver si le gustaba el aroma, antes de relamerla y tragársela.

Una puta locura. Era como si no hubiera pasado nada. Tengo que reconocer que mi visión del sexo cambió aquella tarde. Sobre todo la del sexo prohibido. Una vez echado el polvo, no quedaban ningún tipo de señales sobre la frente que acusaran a los implicados. No aparecía, por ejemplo, un cartel en la cara de la chica que anunciara con letras de neón: «recién follada». Ni tampoco algo parecido en la del chico que exclamara: «ganador del premio gordo, se ha tirado a la guapa del grupo».

Era increíble la naturalidad con la que transcurría la noche tras los minutos de adrenalina en los lavabos. Me sentía genial. Y, además, con la próstata recién vaciada, la sensación de relax era fantástica.

Y la celebración continuó.

*

Sobre las doce, un buen número de los colegas se había marchado. Solo quedábamos ocho, pero las cervezas seguían llegando de la barra para terminar en nuestros estómagos. Eva, por su parte, había cambiado de coca-cola a fanta, aduciendo que la cafeína le quitaba el sueño.

De repente, Juanse, el novio de Eva miró su reloj y se puso en pie.

—Bueno, es mi hora —dijo levantando una mano y despidiéndose de los que quedábamos—. Os veo un día de estos. Cuidad bien de mi chica.

—Ojo, tío... —dijo Carlos, uno de los machirulos del grupo—. No vayas a meterla en el agujero equivocado....

Todos reímos la broma, a excepción de Eva que miraba hacia otro lado con cara de pocos amigos.

Intenté descifrar la frase de Juanse. Había dicho «cuidad de mi chica». ¿Significaba eso que dejaba plantada a Eva y se piraba de fiesta sin ella? Porque la broma de «ojo dónde la metes» no la hubiera soltado el imbécil de Carlos si el novio de Eva se fuera a dormir. Además, si se fuera a dormir, ¿no la llevaría consigo?

La cara de mala leche que se le había puesto a Eva confirmó mis sospechas. Juanse se largaba a seguir la fiesta en otra parte, pero en esa fiesta no estaba invitada ella. El muy capullo la dejaba plantada y en compañía de algunos de los tíos más salidos de la Escuela. Menudo soplapollas, ¿pero no se daba cuenta de que la estaba poniendo a los pies de los caballos? Apostaba que a partir de ese momento los cazadores del grupo la iban a entrar a saco.

Juanse se agachó para darle un piquito de despedida a su novia

—¿Me das un beso, amor? —le pidió, pero ésta se echó hacia atrás para evitar que sus labios la rozaran.

Luego echó a andar y desapareció por una boca del metro cercana al bar.

*

El ambiente se había congelado. Parecía que la noche tocaba a su fin. Me preparaba para pedir la cuenta, cuando Eva se levantó de la silla.

—¿Dónde vas? —le preguntó Álvaro, otro de los más echados p'alante del grupo.

—A mear, si al señor no le importa... —respondió Eva de malas pulgas y echó a andar hacia el interior del bar.

—Espera, te acompaño... —dijo él y salió detrás de ella.

Tragué saliva. Mi empalmada comenzó a resucitar. Me estaba imaginando la escena que volvería a producirse en los aseos con toda probabilidad.

No me extrañé para nada. Eva me la había mamado, pero ella no se había desfogado. Era más que probable que estuviera cachonda como una perra. Y Álvaro no la iba a dejar escapar como yo lo había hecho. Se aprovecharía del cabreo que se había pillado porque su novio la dejara plantada. Se la iba a follar a lo grande.

«¡Qué cabrón!», pensé celoso como un novio cornudo.

Las conversaciones en la mesa eran prácticamente inexistentes. Alguien pidió una última ronda y nadie se resistió, a pesar de todo. Así que la fiesta no se rompió de momento.

Habían pasado quince minutos y Eva y Álvaro no volvían. El muy cerdo se la estaba follando a conciencia, no me cabía duda, y le envidié por ello.

Cinco minutos después, Juanjo consultó unos mensajes que le habían entrado en el móvil y, súbitamente, anunció que se meaba. Cuanta casualidad, a todo el mundo le había entrado ganas de mear a la vez, pensé.

Le seguí con la mirada y comencé a sospechar lo que pasaba. Juanjo era íntimo de Álvaro, y la estaría dando lo suyo. Y el muy cerdo había enviado un mensaje a su amigo Juanjo para rematarla. La buena de Eva iba a tardar en poder sentarse tras aquella noche. La iban a dejar fino el coño a la pobre.

Me hice el despistado y cambié de tema. En realidad forzaba la conversación, que era casi inexistente, para no pensar en lo que estaría ocurriendo en el sótano de aquel bar. Me moría de celos por una chica que no tenía nada que ver conmigo. Menudo imbécil, me decía.

Unos minutos después, sin embargo, viendo la apatía de la gente y las miradas perdidas por el alcohol, tomé una decisión.

—Bueno, pues yo también me voy a mear, a ver si esta vez no me da un apretón.

Nadie rió mi broma y me encaminé a los aseos sin esperar respuesta. Mi plan era aprovechar el lío de Eva con la pareja de cazadores e intentar aprovechar la situación. Tal vez me dejaran follarla un rato, aunque solo fuera para acabar la función. Sospechaba que la putita no tenía fondo, y no iba a pillarla en otra.

Marica el último, pensaba, si se puede meter, metamos y mañana será otro día.

Casi llegaba a la escalera de bajada hacia los aseos cuando algo llamó mi atención. ¿No eran aquella pareja medio escondida tras una columna cercana a la barra, Eva y Álvaro? De Juanjo, por cierto, no había ni rastro.

Vaya, me había equivocado, el imbécil de Álvaro no se estaba comiendo una rosca, al menos de momento.

Me situé estratégicamente y, aunque no podía escucharles, intentaba leer sus expresiones corporales.

Se encontraban muy pegados, Álvaro cercándola contra la columna. El tipo la hablaba al oído y claramente intentaba un acercamiento mayor de lo que Eva parecía permitirle con la mano apoyada en su pecho. A cada intento de Álvaro, ella le empujaba hacia atrás. Pero el chico no se rendía.

De cuando en cuando, una mano de Álvaro se posaba en la cadera de Eva, pero ella se la quitaba de forma inmediata. No entendí la escena. Si Eva pasaba de él, como parecía, ¿por qué seguía a su lado y no se iba? Presentí un «sí, pero no» de la chica, que acabaría como dios diera a entender.

Tan absorto me encontraba, que no vi llegar a Juanjo por mi espalda.

—¿Qué, qué tal las vistas? —dijo llegando hasta mí. Me sentí pillado en falta y me ruboricé hasta la raíz—. ¿Tú qué crees? ¿Se la follará o no se la follará al final?

Tragué saliva antes de responder.

—Casi seguro... —dije con el mayor tono de machirulo que me salió—. Tres contra uno a que se la folla...

—No sé, no sé... —replicó Juanjo—. Yo veo a ésta muy rarita esta noche. Con lo puta que es, parece que hoy no tiene ganas la cabrona. A mí ya me ha mandado a la mierda hace un rato. Y Álvaro parece ir por el mismo camino.

—Eso parece... —repuse con la boca seca por los nervios.

Qué cabronazo el cerdo de Juanjo, pensé. El tipo la había entrado para llevarla al huerto y lo reconocía sin pudor. Incluso parecía enorgullecerse de haber salido derrotado. Quizá era poque no había sido así en otras ocasiones.

—¿Por qué no la entras tú? —prosiguió con su perorata—. A lo mejor lo que necesita esta noche es un poco de cariñito... Y tú podrías salir ganando, cabroncete, porque eres de los nenes buenos a los que no está acostumbrada.

Este comentario tenía dos partes. La de que Juanjo me viera con posibilidades me levantó el ego. La de que me viera como un «nene bueno» me tocó las narices.

—Nah... —respondí quitándole hierro al asunto—. Si la guarrilla quiere darse un gustito, que se pajee en el baño. Conmigo que no cuente... —Solté y eché a andar escaleras abajo.

Según bajaba, el roce del pantalón sobre la polla, dura a reventar, me molestaba sobremanera. El cerdo de Juanjo había conseguido que me empalmara pensando en la posibilidad de tirarme a la Barbie. Porque llevaba razón, quizá tenía posibilidades. Al fin y al cabo, un rato antes me había dicho que le pidiera lo que quisiera, y yo me había conformado con la mamada como un imbécil.

Si se presentaba una nueva ocasión, eso no me volvería a ocurrir.

*

Cuando regresé del baño, Álvaro y Eva ya no estaban tras la columna. Sospeché que ella había claudicado. Sus ganas la habrían hecho rendirse, y ahora estaría jadeando en los baños de las chicas con las bragas en la boca para no gritar demasiado alto.

Cuando descubrí que los dos estaban sentados a la mesa, y sin siquiera mirarse, un grito de triunfo casi se me escapa. No entendí por qué una derrota del chuleta de Álvaro podía alegrarme tanto. Aunque estaba claro que la alegría era más por mí que por él. Saberme el único poseedor de la zorrita aquella noche me llenaba de orgullo.

Y me endurecía la entrepierna a rabiar.

Unos diez minutos más tarde, Eva empujó su silla hacia atrás. Miró su reloj de pulsera, bostezó y se puso en pie.

—Bueno, chicos... —dijo soltando unos billetes sobre la mesa—. Yo también me piro. No bebáis más, que os vais a mear en la cama. Aquí dejo mi parte.

Luis, otro de los ligones del grupo, se levantó al unísono. Se le veía con ganas de atacar y debió parecerle un momento ideal.

—Te acompaño...

«Pedazo de cabrón —pensé—. Otro que quiere cazar a la niña. No hay machirulo en la Escuela que no intente tirársela.»

Pero Eva le dio el corte de la noche.

—¿Acompañarme, tú? —dijo con cara de asco—. Ni de coña, tío...

—Pero, nena, ¿por qué no? —se quejó él, contrariado—. Si es para cuidar de ti, como nos ha pedido tu novio.

Eva le puso una mano en el pecho y lo obligó a sentarse.

—Pues porque tienes las manos muy largas, cariño... —los grititos y risas de los compañeros, ya todos chicos menos Eva, resonaron en la terraza—. ¿Quieres que le cuente a mi novio lo que pasó en cierto vagón de metro el día que se fue la luz? ¿O prefieres que le explique la encerrona en el baño de la tercera planta de la Escuela?

Los silbidos de los espectadores ya eran vocerío.

—Anda, Evita, no seas mala... —dijo Juanjo, quien seguramente quería que luego Luis le contara la aventura con pelos y señales—. Deja al chico que te acompañe... Si hoy se va a portar bien... ¿A qué si, tío...? —Y lanzó una carcajada.

Pero estaba claro que la chica tenía tablas para manejar al rebaño, que se había desmandado en cuanto el novio de Eva se había evaporado.

—Ni en sus mejores sueños... —remachó la chica—. Además...

De pronto, se volvió hacia mí y me puso una mano en el hombro. Ninguno de los otros pudo ver el guiño que me hizo en plan «sígueme la corriente».

—Además —repitió—. Jose me ha prometido que me llevaba a casa en su bólido...

Todos rieron por la palabra «bólido», sabían que la furgoneta de mi padre llegaba a los noventa con dificultad.

—¿Verdad, Joselito...? —insistió, animándome a confirmarlo.

¿Qué podía decir? Pues que sí, que se lo había prometido y que la llevaría a su casa, aunque estuviera en... ¡Joder!, ¿no había dicho un rato antes que vivía en una residencia de estudiantes de la Ciudad Universitaria? ¡Eso estaba en la otra punta de Madrid! Mi padre me iba a matar por la gasolina que le iba a dejar en el depósito. O, mejor dicho, por la ausencia de gasolina.

Continuará...

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