Eva, Estudiante Promiscua (05)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 5 de la serie de 8 partes

Actualizado 05/01/2024
Creado 04/10/2024
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Pasaron un par de minutos sin saber nada de ella. Se había metido tras el seto del jardincillo y desde la furgoneta no podía verla. La curiosidad empezó a picarme y decidí acercarme a ver mear a la princesa del cuento de hadas en que se había convertido aquella noche.

Crucé el seto por la única entrada que encontré y forcé la vista para acostumbrarme a la penumbra del lugar. Las farolas de la calle no conseguían traspasar las hojas de los árboles que bordeaban los setos y, más que en un jardín, parecíamos estar en una caverna.

Fue el ruido de la meada lo que me permitió localizarla. Sin duda, estaba eliminando todo el líquido ingerido por la tarde, porque llevaba un buen rato y el chorro no parecía aflojar.

Me acerqué hasta ella y me miró desde su vergonzante postura. Las bragas las sujetaba estirando las rodillas. Pero ella no parecía inmutarse por mi presencia. No pude evitar que me volviera su imagen acuclillada a mis pies en los lavabos. Y de nuevo ella debía sentirse en confianza tras lo sucedido, por lo que no se cortaba lo más mínimo.

—¿Tienes un clínex? —preguntó al terminar.

—Sí, toma... —le alargué un pañuelo y ella se limpió la entrepierna antes de levantarse y hacer el gesto de subirse las bragas.

Sin embargo, detuvo el movimiento y dio un respingo, antes de quejarse de un detalle íntimo.

—No te imaginas lo que me ha pasado... —rió bajito mirándose entre las piernas—. Tenía tantas ganas de mear que no me ha dado tiempo a bajarme las bragas y me las he empapado... jajaja...

Reí la gracia con ella mientras la veía sacarse la prenda de entre las piernas e introducirla en el bolso. Luego se recompuso la falda tirando de ella hacia abajo.

Una vez que su vestimenta estuvo en su sitio, me giré para que pasara a mi lado camino del coche. Así lo hizo y la seguí. Pero al llegar a un árbol semi caído, se detuvo y se sentó en el tronco doblado a modo de banco, cruzándose de piernas.

—Se está bien aquí, ¿verdad? —dijo mirándome desde su posición—. No parece que estemos en medio de la ciudad... Parece otro mundo.

—Es verdad —le di la razón haciendo un giro de 360 grados para observar el lugar.

—Ven... siéntate aquí... —señalaba con la mano un espacio del tronco que quedaba a su lado donde apenas cabría una persona de su anchura, y mucho menos de la mía.

—Vale, pero no vamos a caber... —respondí escéptico.

—Ya verás como sí cabemos... —replicó ella levantándose.

Me empujó hacia abajo con las manos y me obligó a tomar asiento en el lugar donde ella había estado antes. Se recogió la falda por detrás y se sentó sobre mis piernas. Luego echó los brazos sobre mis hombros y me rodeó el cuello con ellos.

—Ves... —acompañó con palabras el movimiento—. Así ya cabemos los dos.

No pude evitar empalmarme de nuevo. Y ella notó mi erección al estar sentada en parte sobre mi entrepierna.

—Joder, Jose... —rió bajito—. Ya la tienes gorda otra vez...

—Ya... —repliqué—. No sé por qué...

—Yo sí que lo sé... —dijo y acercó su boca a la mía.

Apretó sus brazos detrás de mi cuello, abrió mis labios con su lengua y la introdujo hasta que se enlazó con la mía.

—Hummm... —dijo con un ronroneo—. Tienes una boca tan fresquita...

No se trataba de que mi boca fuera fresca, sino que el contraste con la suya, ardiendo hasta decir basta, era impresionante.

Durante unos minutos nos besamos con una humedad que habría avergonzado a una actriz porno. Solo el ruido líquido de nuestras lenguas perturbaba el silencio de la noche sobre el jardincillo.

Sin dejar de besarme, tomó una de mis manos —hasta ese momento en su cintura— y la puso sobre su muslo.

—¿Te gustan mis piernas? —hablaba sin separar su boca de la mía—. Parecía que antes me las querías desgastar con tanto magreo.

Se confirmaban mis suposiciones. Eva era una diva caprichosa sin remedio. No solo necesitaba ser admirada y deseada por todos, sino que requería oírlo a todas horas. Una narcisista de libro, a la que volvía a tener a mi alcance contra todo pronóstico. Me sentí henchido de felicidad y respondí con un suspiro.

—Me vuelven loco... ya lo sabes...

Rió y separó los muslos. Luego empujó mi mano más arriba, hasta que noté los rizos de su vello púbico.

—¿Y mi chochito...?

Mi polla dio un salto bajo el pantalón y ella le dio un apretón en señal de reconocimiento.

—Joder, Eva, tu chochito puede llegar a matarme... —decía las gilipolleces que se me ocurrían en cada momento.

Porque, en el fondo, nada tenía sentido y podría haber dicho lo contrario y todo habría sido igual. Las palabras no contaban, solo las emociones. Y éstas eran la leche, qué puedo decir. No solo las mías. También Eva se estremecía cuando mi mano se atrevía a entreabrir sus labios vaginales, que se habían quedado a las puertas del orgasmo, o a amasar cualquiera de sus tetas de pezones hinchados como canicas.

—Auuuu... —jadeaba con su boca en la mía—. Joder qué bien tocas, tío... ¿Te importaría hacerme otro dedo...?

La miré alucinado.

—¿Otra paja? Estás muy cachonda esta noche, ¿no?

—Y a ti qué más te da... —se quejó—. ¿Importa mucho lo cachonda que esté? Antes me he quedado a medias, y una no es de piedra...

—Pues sí que me importa... —respondí burlón—. Me gusta saber el nivel de calentón de mis «esclavas» cuando me piden que les haga un dedo. Sobre todo si no es el primero.

—Jajaja, muy gracioso el nene... —replicó—. A ver, ¿me vas a hacer un dedo o me lo tengo que hacer yo solita?

—Si te lo haces tú, ¿puedo mirar?

—¡Pues no...!

—Entonces te lo hago yo...

Con conversaciones de tonteo como ésta mi polla amenazaba con reventar. Había soportado la presión durante la conversación telefónica, pero ahora no estaba tan seguro de volver a conseguirlo. Y lo digo en sentido literal: tuve que hacer un esfuerzo para no correrme. Pero es que Eva iba cada vez un poco más allá y no solo eran las frases, las segundas intenciones, sino la forma entregada de decirlas...

—Prepárate, esclava... —seguí la broma.

—Sí, mi amo... —rió ella y abrió aún más los muslos—. Y déjate de cuentos, anda, que estoy que me subo por las paredes. Esa puta amiga de Mario me ha puesto a cien. El muy cabrón me las va a pagar todas juntas.

«O sea —pensé cachondo como un perro—, que esto va de venganza... Pues venguémonos, qué se le va a hacer...».

*

Sin ningún esfuerzo mi dedo corazón entró de nuevo en su coño. Las paredes de la vagina se contrajeron al sentirlo y lo abrazaron felices. La humedad que seguía rezumando parecía mantequilla lechosa y caliente. Acaricié la suave piel interna hasta llegar a la zona rugosa, donde volví a tocar con roces suaves.

—Hmmmm... sí... así... sigue... eres un ángel... cómo me pones, Josito... pero méteme más dedos, porfa... Hazlo como antes, que lo hacías de puta madre...

Añadí el dedo índice y con los dos empecé a moverme adentro y afuera, follándola con lentitud, pero sin pausa.

—El clítoris... —me recordó babeando su boca dentro de la mía—. No te olvides de él... Antes ni lo has rozado, cabronazo...

Estiré el pulgar y comencé a rozarlo suavemente. Lo tenía tan hinchado como sus pezones. Hacía giros sobre él y daba golpecitos de cuando en cuando.

—Ahhh... Mmmm... —gemía Eva mientras me mordía el labio inferior con sus dientes infantiles hasta hacerme daño—. No pares, no pares... Joder, Josito... ¿Dónde has aprendido a tocar?

Y yo seguía con el juego, mientras ella echaba mano a una de sus tetas y la apretaba al ritmo de mis caricias entre sus muslos.

—¿Vas a correrte...? —dije cuando observé su mirada perdida. Había abandonado el morreo y su cuello se había arqueado hacia atrás.

Bajó la cabeza y me lamió los labios antes de responder.

—Sí... sí... —suspiró—. Pero no así...

—¿Entonces...?

—Quiero que me lo comas... —respondió sin dejar de morrearme—. ¿Sabes comer un chocho, Josito...?

En este punto tengo que reconocer que hasta la fecha solo me había comido un coño. Fue en las fiestas de un pueblo de la sierra de Madrid al que había ido con unos amigos. Y también debo reconocer que aquella vez sentí un asco de la leche. Tal vez porque la chica iba muy sudadita después de horas de marcha. El caso es que le olía fatal y a punto estuve de vomitar la cena. Si no la dejé a medias fue porque estaba bastante pedo y, sobre todo, porque tenía que comérselo si quería que me dejara follarla.

En cualquier caso, a Eva no iba a decirle que no. Aunque no me ayudaba pensar que estaba recién meada. Así que respiré profundo y me eché palante.

—Por supuesto que sé comerlo, no te jode...

—De puta madre... —suspiró y se puso en pie, recogiéndose la melena con las manos en un gesto muy femenino—. A ver, levanta... ¿dónde podemos ponernos?

Giró sobre sus pies buscando un lugar adecuado, pero no entendí por qué. En aquel árbol se estaba bien.

—Aquí mismo... ¿no? —sugerí—. Siéntate, levántate la falda y ya...

—Ni de coña... —replicó—. No tienes ni idea de la que monto yo cuando me corro... Aquí fijo que nos hostiamos... Necesitamos un sitio mejor... Y en el suelo no me apetece, no quiero llegar a la residencia llena de tierra.

¡Joder...! ¿Así que era de las gritonas? Me emocionó que comentara con tanta naturalidad algo tan íntimo. Y mi polla ya no podía soportar más tensión.

—Espera... —le dije—. Allí hay un banco.

—Mira que bien... —replicó ella con el coño al aire y tratando de secarse el goteo que de él brotaba con el pañuelo que le había prestado antes.

Cierto era que el banco estaba más pegado al muro de la casa y que cualquier vecino podría vernos desde alguna ventana o un balcón. Pero miré hacia arriba y no vi ninguna luz. Eso me tranquilizó y la empujé hacia él.

*

Al llegar al banco, Eva se sentó y la observé hacer desde mi altura. Se quitó el bolso, que aún llevaba en bandolera, y lo dejó a un lado. Después se recogió la falda y abrió las piernas.

—Vamos, Josito, haz feliz a tu chica...

Había dicho «mi chica» y esa expresión me hizo ilusión. Quizá porque me hubiera parecido vulgar que me hubiera dicho algo así como «vamos, campeón» o «dale, colega». Aún me reía con estas ocurrencias cuando le abrí los labios inferiores con las dos manos y pasé mi lengua por la hendidura, partiendo desde el orificio inferior y dando golpecitos al final sobre su botón mágico.

Eva dio un respingo y soltó un gritito.

—¡Joderhummmm...! ¡Hostia puta, tío...!

—Sssshh... —le dije conteniendo la risa—. ¿No puedes gritar más bajito? Te van a oír los vecinos.

Eva rió también y sacó las bragas del bolso. Sin decir palabra se las metió en la boca.

—Joder, Eva, tampoco era para eso... —me dio algo de grima—. ¿No decías que te las habías meado?

Se las sacó de la boca un segundo y me aclaró:

—Tranqui, que no me da asco —y volvió a metérselas y a morderlas con saña.

—Pero tampoco hace falta que te las comas, ¿eh...? —bromeé y ambos reímos. Y enseguida me lancé a la faena.

Le besé las ingles, una por vez, y luego se las lamí ensalivándolas con ansia. Mientras cambiaba de un muslo a otro, le pasaba la lengua por el clítoris, dándole un golpecito de aviso y luego huyendo. Eva daba botes cada vez que una sensación nueva la provocaba un espasmo.

—Joder... joder... joder... —decía con las bragas en la boca.

Por fin me dediqué a su abertura. Aparté de nuevo los labios con los dedos y le lancé mi aliento.

—Joooderooohhh... —suspiró al sentirlo. Y echó sus manos a mi cabeza para impedirme que la moviera.

—Tranquila, mujer, que no pienso escaparme... —reí bajito.

Al lamerle el coño me estaba dejando guiar por algo que había leído en un Playboy, ya que mi experiencia real no era para tirar cohetes. Y me alegraba comprobar que las indicaciones de la revista daban resultado, que no eran un invento de la redactora de turno, mujer al fin y al cabo a la que se lo habrían comido muchas veces.

Eva se retorcía como una posesa. Comprendí por qué había rechazado el árbol. De haber estado sentada en él, ya haría tiempo que se habría caído de espaldas.

No sé el tiempo que la estuve lamiendo, acompañado por el mete saca de los dos dedos. El caso es que llegó a la cima y anunció que se iba a correr.

—Joder... Josito... chupa cabrón... que me corro... hostia... hostia... me voy... asíiiiii.... Me voy.... Me voyyyyy......

Y yo la animaba.

—Córrete, zorrita... Que no parece que te canses nunca... Si serás puta...

—Hummmmppffffff... —gritó y los ojos se le pusieron en blanco.

Todo su cuerpo se puso rígido antes de empezar a temblar. Sus caderas brincaban sobre la madera del banco; las piernas se abrían y se cerraban alocadas, golpeándome los laterales de la cabeza; y sus manos se aferraban a las tetas de forma cruzada: la derecha sobre la teta izquierda y la izquierda sobre la teta derecha.

De pronto tuve una revelación. Tiré de mis pantalones hacia abajo sin siquiera desabrochar el cinturón. Tomé a Eva de las nalgas y la elevé un poco. Y entonces apunté mi polla entre sus labios y se la metí de un empujón. Las paredes de su vagina se contrajeron alrededor de mi rabo y lo aprisionaron para no dejarlo escapar.

Eva apretó los ojos y arqueó la espalda y el cuello hacia atrás. Se veía que mi atrevimiento la había gustado.

No obstante, mi intención no era follarla, sino incrementar su orgasmo. De modo que no comencé a embestirla. Muy al contrario, levanté sus piernas y las enrosqué en mi espalda antes de volcarme hacia delante y abrazarla. Acerqué mi boca a su oído y me quedé quieto, sujetando sus espasmos mientras se derramaba entre mis brazos.

—Ssshhh ... —le decía bajito—. Córrete, zorrita... córrete, que yo te cuido...

Mi lengua lamió la entrada de su oído y un latigazo le recorrió el cuello. La piel bajo la melena se le había erizado mientras la ensalivaba a conciencia.

—Ssshhh... córrete, guarrilla... córrete... —le repetía sujetándola para que no se derrumbara.

El clímax de Eva parecía no terminar nunca. Me pareció que se corría durante más de un minuto. Cuando al fin terminó, la chica se recostó en el respaldo del banco y se sacó las bragas de la boca. Mantenía los ojos cerrados y resoplaba hacia arriba. El flequillo se le removía por la brisa que levantaban sus suspiros.

Me salí de su interior y me subí los pantalones de cualquier manera. Luego me senté a su lado y le acomodé la falda tirando hacia abajo.

—¿Qué tal...? —le pregunté cuando noté que recobraba la consciencia.

—Uffff... la hostia... —replicó apoyando su cabeza en mi hombro—. ¿Dónde has aprendido a hacer estas maravillas?

—No sé... —la vacilé—. Son congénitas. Mi padre también era un monstruo de las comidas de conejo.

Se echó a reír y me abrazó con su mano libre. La otra la mantenía en mi muslo.

—Pero eres un cabrón... —prosiguió—. Te has aprovechado y me has follado... Eso es violación...

—Eh... no... —me defendí un tanto acojonado—. No te he follado, te lo juro...

—Sí que lo has hecho... —levantó su cara y me miró muy seria—. Me has follado sin mi consentimiento... Te vas a cagar.

—No... déjame que te explique... —mi acojone subía de nivel por momentos—. No te he follado, es que...

De pronto se echó a reír a carcajadas.

—Que es coña, bobo... jajaja... —dijo y volvió a apoyar su cabeza en mi hombro sin dejar de reír.

Suspiré aliviado. Por un momento me había visto jodido y en la cárcel.

—No, verás... —aproveché su silencio para intentar explicarme—. Es que hay una técnica que...

—Vale, vale... —me cortó—. Que ya me conozco ese rollo... Mi novio lo hace siempre. Cuando me estoy corriendo me la mete y se queda quieto mientras me abraza. El orgasmo así dura la hostia... ¿no es eso lo que me ibas a decir?

—Ah, vale... —asentí—. Si ya lo sabías...

—Sí, y además ya has visto que funciona... al menos conmigo... —no veía su sonrisa, pero la sentía cuando hablaba.

—Sí, ya lo he visto.

Me acarició el muslo y su mano llegó a mi entrepierna.

—Joder, tío... —se mofó—. La sigues teniendo super dura... Te va a reventar.

—Ya te digo... —confirmé.

Levantó los ojos y me miró fijamente.

—¿Quieres que te la chupe como esta tarde?

Pero no era eso lo que me apetecía en ese momento, precisamente. Aproveché que había bajado la guardia tras el orgasmo y no me corté en pedírselo.

—La verdad es que... —respiré y me tiré a la piscina—... lo que quiero es follarte... Y por mi padre que te voy a follar...

Puso los ojos en blanco y suspiró sin mirarme.

—Vaya... ya me parecía a mí que no me lo hubieras pedido hace rato... Todos los tíos sois iguales, solo pensáis en meterla. Pedazo de cabrones...

—Tu verás, como para dejarte escapar viva... ¿Pero tú has visto como me has puesto?

Y Eva se defendía sin cortarse ni un pelo. Ya era un triunfo que no hubiera echado a correr, así que me decía que el que la sigue la consigue.

—Ya te he dicho que te la chupo si quieres...

—Es que otra mamada no me vale, Eva... Necesito metértela...

—Pues ya te digo que a mi no me la metes...

Me estaba partiendo de la risa por dentro. Tal vez no conseguiría follarla, pero al menos el tonteo era de lo más cachondo.

—¿Y eso por qué? Ya has visto que tus dos novios te ponen la cornamenta a cual más...

Sabía que eso la picaría. Y no me equivoqué.

—Esos tíos son unos cabrones... —dijo con malas pulgas—. Pero eso no quita para que no quiera que me la metas.

—A ver... —dije erre que erre—. Dame una razón válida.

—No sé, coge la que quieras... —replicó—. Que me duele la cabeza, que estoy con la regla...

—Ya... —no pude evitar reírme—. Menuda regla tienes tú...

De pronto cambió de tercio, dejándome pasmado.

—A ver... —prosiguió—. ¿Llevas ahí un condón en la cartera o algo...?

Tragué saliva al sentirme pillado.

—Pues... no...

—Pues ya te has respondido tú mismo... Ni loca me la metes sin condón. ¿Qué quieres? ¿Hacerme un Josito?

Se estiró cuan larga era en el banco y se quedó boca arriba, usando mis muslos como almohada. Con los dedos de sus manos jugueteaba con su ombligo por debajo del top. Yo le acariciaba el pelo con una mano y le amasaba una teta por encima del top con la otra.

Continuará...

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