La Chica de la Guardería (02)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
1.2k palabras
2.5
114
00

Parte 2 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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Era aquella una mañana de mayo. El día apuntaba calor y la ropa de la gente empezaba a menguar. Yo mismo me había vestido con mi primer polo de la temporada y unos vaqueros a media pierna que no había usado desde el verano anterior.

Mientras caminaba hacia la guardería —la excusa del día era llevar a la niña una medicina que debía tomar antes de comer—, me preguntaba cómo iría vestida mi amor platónico. Seguramente, aquel día tocaría la falda beige de los jueves, corta y tableada, que a mí me ponía a más de cien con solo verla flotar sobre sus muslos mientras se movía por el despacho.

La blusa sería la de seda color rosa y, en cuanto a los zapatos, tocarían las sandalias de tacón que había estrenado el anterior otoño antes de que el frío invitara a cambiar el armario y a vestir ropa de más abrigo.

Soñaba con la paja que me haría a la salida de la guardería en el caso de que acertara en mi pronóstico. Si eso ocurría, además, quizá podría dosificarme y me daría para dos pajas: una antes de comer y otra después de la merienda.

Iba a ser un día memorable, lo intuía.

*

Y acerté en casi todo. Al menos en lo fundamental. La falda y la blusa eran las esperadas. Sin embargo, en lugar de las sandalias previstas, Lara vestía unos botines de medio tacón que nunca le había visto —recién comprados, seguramente— y que incrementaban su femineidad hasta niveles de infarto.

Fue verla al entrar en el despacho y empalmarme casi de inmediato.

—Buenos días —dije con el tono más firme de que fui capaz. No muy firme, he de confesar, ya que descubrir que Lara se encontraba sola en el pequeño espacio de aquella oficina me había puesto bastante nervioso.

—Buenos días, Carlos —respondió Lara amablemente—. Lucía ha salido un momento a resolver un asunto, pero no tardará en volver. Espérala junto a su mesa, si quieres.

—De acuerdo, gracias —confirmé—. La esperaré.

Me senté en la silla ante el escritorio de la directora de la guardería y observé como Lara se levantaba de su asiento. Acto seguido, y moviendo las caderas con aquella cadencia que me mataba, salió del despacho y me dejó en una soledad que casi dolía.

«La muy cerda… —me lamenté—. Me ha dejado solo a propósito. Si no puedo verla despacio, a ver en qué pienso esta tarde cuando me la casque. ¡Joder!»

Pero no había pasado ni un minuto cuando Lara ya estaba de vuelta. Sin siquiera mirarme, se sentó tras su mesa y, cuando pensaba que se cruzaría de piernas, abrió los muslos y me enseñó lo que llevaba debajo.

Y lo que llevaba debajo era, simplemente, ¡nada!

El respingo que di sobre la silla debió de notarlo la muy zorra. Su sonrisa había crecido tanto al ver mi agitación que por fuerza no podía ser casual.

Y, por si esto fuera poco, se recostó en el respaldo de la silla mientras fingía mirar a la pantalla, comenzó a chupar el capuchón de su bolígrafo e inició un movimiento de muslos de infarto. En un vaivén abre-cierra de piernas, lento pero sin pausa, la muy guarra comenzó a mostrarme de forma intermitente su precioso coñito al fondo de la falda.

Si no fallecí de la impresión en aquel mismo instante fue por puro milagro. Con toda seguridad, la salida del despacho de la muy zorra había sido para ir al servicio, quitarse las bragas y mostrármelo todo. Si hasta entonces la había considerado una calienta braguetas de mucho cuidado, a partir de ese momento la bauticé como la mayor «calientapollas» del mundo.

Por otro lado, aquel coñito era, debo reconocerlo, bonito a rabiar. Se encontraba afeitado en casi toda su superficie, mostrando la rajita apretada bajo una fina línea de vello que adornaba la parte superior sobre su botón mágico. Era un coño de hembra hecha y derecha, por el que hubiera dado la mitad de mi vida, dejando la otra mitad para mimarlo dulcemente.

Todo mi cuerpo comenzó a transpirar con un sudor frío que amenazaba con derretirme. Mi polla había formado una tienda de campaña en mi entrepierna como nunca antes había mostrado, necesitando de toda mi atención para disimularla. Y mi mirada, a pesar de que luchaba por apartarla de sus muslos, se había clavado allí y no había forma de retirarla.

La sonrisa de Lara crecía y crecía, a sabiendas de que me torturaba de la forma más miserable que existe: permitiéndome ver algo que jamás podría tocar.

*

Lucía, la directora, no tardó mucho en aparecer, aunque a mí se me hizo un tiempo eterno.

Cuando me disponía a explicarle el motivo de mi visita —la tercera de la semana—, le entró una llamada al móvil y me pidió un momento para contestarla.

Compartiendo mi mirada entre la dueña de la guardería y los muslos de Lara, observé como una cabeza asomaba por la puerta y se dirigía a la chica objeto de mi deseo.

—Oye, Lara, ¿tienes tiempo para un café? —dijo Manuel, el único profesor masculino de la guardería.

Lara pidió permiso a su jefa con la mirada y ésta le hizo un gesto con la mano para que se fuera sin problemas. Lamenté la interrupción, ya que en ese instante estaba tratando de adivinar si la sombra que se veía por debajo de los labios de Lara era la entrada del orificio trasero o si solo se trataba de un pliegue de la piel.

«¡Será gilipollas el profesorcito…!», protesté en silencio.

Segundos después, una vez finalizada la llamada, Lucía escuchó mi explicación.

—Vale, perfecto —me dijo cuando le mostré la medicina—. ¿Pero te importa llevársela tú mismo a la profesora? Tengo que salir de nuevo y voy con prisa.

Acepté feliz al pensar que tal vez pudiera encontrar a Lara por los pasillos. Al menos tendría eso, era lo mínimo que necesitaba.

Y no me equivoqué.

Según me acercaba al rincón del pasillo donde se encontraba la mini cocina con una máquina de café, encontré a Lara con Manuel hablando y riendo en tono confidencial. Un sentimiento parecido al de los celos brotó por todos los poros de mi piel. Aquellos dos imbéciles estaban tonteando a todas luces.

«¿Es que no sabes que está casada, capullo?», le dije al tal Manuel con la mirada. Aquel tipo nunca me había gustado, demasiado guapo y lo bastante caradura como para entrarle a una mujer casada sin preocuparse por los efectos secundarios. Menudo gilipollas, me dije, supurando envidia por los cuatro costados.

La escena la viví como a cámara lenta. Yo caminaba por el pasillo despacio y Lara me miraba fijamente al pasar. Su mirada irónica se burlaba de mi deseo por ella, estaba seguro. La mirada de Manuel, sin embargo, no se despegaba de Lara, a la que claramente deseaba tanto o más que yo.

Cuando casi llegaba a su altura, Lucía me llamó desde la puerta del despacho de administración.

—Carlos, te has olvidado el jarabe… —me dijo, y me detuve sonrojándome hasta la raíz ante la mirada de burla de la parejita del café.

—Oh, sí, es cierto, cualquier día pierdo la cabeza, jaja —reí abochornado a modo de disculpa y volví hacia atrás para recoger la medicina.

Cuando Lucía me la entregó y me giré para volver hacia las clases, la situación había cambiado.

Continuará...

(Este relato será publicado completamente en LITEROTICA, a razón de un capítulo por semana. También podréis leerlo completo en Amazon los que no querías esperar. Feliz lectura!!!)

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