La Chica de la Guardería (03)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
1.7k palabras
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Parte 3 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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Manuel ya no se encontraba en la cocina. De alguna manera había desaparecido, tal vez habría vuelto a su clase. Lara me miraba fijamente y seguía sonriendo, aunque su sonrisa ya no era burlona como unos segundos antes, sino provocadora.

Tragué saliva y volví a recorrer el pasillo hacia las clases sin atreverme a levantar la cabeza. De pronto, se cruzó conmigo para entrar en el lavabo de señoras. La observé de reojo al pasar y noté su mirada, aún clavada en mis ojos, como una invitación. Atravesé su perfume al pasar junto a ella. Era el aroma de una diosa.

La ignoré avergonzado y seguí mi camino hacia la clase de mi sobrina. No habría dado más de cinco pasos, sin embargo, cuando me detuve reflexivo. ¿Y si aquella mirada significaba realmente eso, una invitación?

Giré la cabeza y comprobé que Lara ya no se encontraba en el pasillo. La puerta del lavabo, unos segundos antes entornada, ahora se encontraba cerrada. La chica de mis fantasías estaba dentro, no me cabía la menor duda.

Retrocedí y me detuve a la entrada del baño. Posé mi oreja sobre la puerta y escuché el sonido de un grifo. Lara se encontraba allí, como suponía.

¿Qué debería hacer, llamar? ¿Y qué le diría cuando preguntase quién era? «Hola, soy Carlos, ¿puedo pasar?». No, aquello era una estupidez. Miré mi mano que temblaba sin control. El corazón me latía a tal velocidad que amenazaba con salírseme del pecho. Y entonces decidí atreverme a dar el paso.

Ahora o nunca, me dije. Si Lara me había invitado a entrar al baño, era probable que no hubiera cerrado con el pestillo de seguridad. Así que tomé la manija, la bajé, y de un pequeño empujón la puerta se abrió sin resistencia. La imagen que me encontré en el interior aceleró mi pulso en los oídos hasta hacerlo insoportable.

Lara se miraba en el espejo refrescándose el escote y con los pechos casi a la vista. Al verme aparecer, se giró sorprendida, cerrándose la blusa con rapidez. Después se dirigió a mí de malos modos.

--¿Qué haces aquí? --refunfuñó en un susurro; estaba claro que no quería hablar en voz muy alta para no atraer a nadie--. Este es el baño de señoras... ¿Qué coño quieres? ¿Me estás siguiendo...?

--Eeeh... lo siento... yo... --tartamudeé anonadado.

Viendo que era incapaz de reaccionar, Lara tiró de mí y me introdujo en el baño. Después asomó la cabeza al pasillo y, tras asegurarse de que nadie me había visto entrar, cerró de nuevo la puerta y esta vez sí echó el pestillo.

Una vez dentro, Lara se apoyó de espaldas en el lavabo y se cruzó de brazos. Yo me encontraba frente a ella y me apoyaba en la pared para no caer desmayado. El lugar era muy escueto y la distancia entre los dos era más que mínima.

No me atreví a decir nada, incapaz de hablar. Ella, con su sonrisa mordaz, me miraba a los ojos y al paquete de forma alterna.

--¿Se puede saber qué te pasa conmigo? --dijo al fin--. Porque está claro que algo te pasa... Tu polla no miente...

No pude evitar sonrojarme hasta que me ardía la cara.

--Yo... no... --repliqué sin poder hablar aún.

--¿Qué ocurre? --sonrió y dio un paso hacia mí, cerrando la distancia hasta que casi nos tocábamos--. ¿Es que te gusto?

Fui incapaz de mentirle.

--No... digo sí... Mu... mucho... --aspiré aire para infundirme valor--. Es... imposible que haya alguien... a quien no le gustes...

No esperaba que sirviera para nada, pero al menos quise decirle la verdad. Una verdad que, por otro lado, era más que evidente para una lagarta como ella.

--Ven, acércate... --dijo atrayéndome de un brazo--. Quiero que veas una cosa.

Y entonces ocurrió lo impensable. Lara se apoyó en mí, me tomó de una mano y la metió bajo su falda. Sin esperarlo, me encontré acariciando la suavidad del coño de la mujer, que rezumaba humedad. ¿Se habría puesto cachonda con su compañero de trabajo o habría sido por su numerito de quitarse las bragas para hacerme un pase privado en el despacho?

Un calambre me recorrió el brazo. Me quedé rígido, sin poder resistirme al movimiento que Lara ejercía sobre mi mano para que le acariciara la entrepierna.

La humedad de su orificio vaginal iba en aumento. Casi sin pretenderlo, como un acto reflejo, estiré el dedo pulgar y este fue engullido por el coño como si se muriera por tragárselo. Mi polla amenazaba con empezar a escupir de un momento a otro.

Lara sonreía socarronamente y me miraba a los ojos. Luego acercó su boca a mi oído y comenzó a susurrarme. Su pelo acarició mi mejilla. Su cuello se acercaba peligrosamente a mis labios y acaricié con ellos aquella piel suave como la seda. Noté el palpitar de su corazón en el cuello y deposité allí mi lengua.

--¿Notas mi coño? --susurró--. ¿Lo sientes hincharse? ¿Está húmedo, no...?

--Sí... sí... --tartamudeé una vez más.

--¿Y... te gusta?

--Mu... mucho...

Rió bajito.

--¿No sabes decir más que «sí, no y mucho...»?

--No... no sé...

Lara mantenía su sonrisa procaz, sabiéndose dueña y señora de la situación. Me estaba vacilando como a un adolescente y disfrutaba de lo lindo con ello. Yo comencé a mover mis dedos sin disimulo y rozaba la entrada de su trasero con el dedo índice, jugando con él a intentar introducirlo en su culo a poco que el orificio se me abriera como una flor.

No podía creerlo. Aquella era una situación con la que había soñado miles de veces. ¡Cuántas pajas con aquella fantasía que ahora se hacía realidad! El coño de Lara al alcance de mi mano... ¿Qué vendría después? ¿Me dejaría besarla? ¿Podría amasar y lamer aquellas tetas con las que tantas veces había fantaseado? ¿Me permitiría adorar sus pies que tanto morbo me provocaban? Todo, todo iba a hacérselo si ella me dejaba y...

¡Zas!

La bofetada que me cruzó la cara de lado a lado me volvió a la realidad.

Y la cosa no se quedó ahí.

De un empujón me golpeó contra la pared, dándome a continuación un doloroso pellizco en el brazo. Su expresión, antes sonriente, ahora mostraba unos dientes apretados para demostrar su cabreo monumental.

--Pues debes saber una cosa, ¿me oyes? --dijo amenazadora.

--Sí... sí... --seguía con mis monosílabos, incapaz de hilar una frase completa.

--Que este cuerpo que tanto te gusta no vas a tocarlo en tu puta vida... ¿lo has entendido?

Joder, ¿qué coños había ocurrido allí? Había pasado del cielo al infierno en una fracción de segundo.

--Y como se te ocurra volver a mirarme --continuó--, te voy a cortar los huevos y te los voy a meter en la boca...

Tragué saliva no menos de cinco veces, mirando con terror sus ojos achinados por el cabreo.

--¿Te has enterado? --volvió a hablar ante mi mutismo--. ¡Pero di algo, coño!

--Hombre... Lara... --acerté a decir--, pero si eres tú la que me provocas...

--¿Quién, yo? ¡Y una mierda...!

--Entonces, ¿por qué te has quitado las bragas?

--Joder, pues porque me las he ensuciado sin querer al mear... ¿A ti nunca te ha pasado...?

Menuda trola, eso no se lo tragaba ni ella. De todas formas, no quise contradecirla por si me arreaba otra bofetada.

--Bueno... a veces... --mentí para darle la razón.

Se hizo un silencio de algunos segundos que ella rompió más calmada.

--¿Es que no sabes que soy una mujer casada y con un hijo?

--Sí... claro... lo sé...

--¿Pues entonces por qué te pasas el día persiguiéndome como a una fulana?

Respiré profundo y traté de sacar valor de donde no lo había. A pesar de que Lara me cohibía en grado extremo, yo no me consideraba para nada un idiota imberbe. A mis veinticuatro años ya había salido con bastantes chicas, había tenido dos novias, y había follado con tías que, si no tan buenas como Lara, no estaban nada mal. Así que decidí salir del atolladero intentando no tartamudear.

--Verás... Lara... --dije tratando de que no me temblara la voz--. Es verdad que tú me gustas... mucho... Pero no he querido ofenderte, te lo juro... Si lo he hecho, te pido perdón... Y te prometo que no va a volver a pasar... Joder, lo siento, perdona...

Mi declaración había sonado a canto lastimero. Me sentía como un perro apaleado. Y a ella debió de llegarle dentro porque de pronto cambió de registro.

--Bueno, tío... --dijo suavizando el tono--. A lo mejor soy yo la que se ha pasado un poco...

No entendí el cambio. Parecía como si de pronto se sintiera la ofensora, en lugar de la ofendida.

--No, tú no te has pasado... --repliqué--, he sido yo que me he comportado como un gilipollas... Y no tengo excusa...

Lara no sabía que yo estaba poniendo la voz grave que utilizaba para ligar. Esa voz que apabullaba a las chicas. Aunque, eso sí, a las chicas diez años menores que ella. Era impensable que pudiera funcionar con una mujer hecha y derecha, así que no me hacía ilusiones. Si la usaba era para infundirme valor.

Pero algo sí debió de removerle, porque ahora era ella la que tragaba saliva sin parar.

--Que no... que no... de verdad... que me he pasado... --intentaba Lara quitar hierro al asunto.

--Que sí... que sí... --insistía yo--. Que sé de sobra que eres una mujer casada... Y si me gustabas... pues tenía que haberme aguantado las ganas...

--O al menos habérmelo dicho, ¿no? --apuntó ella.

--O eso... habértelo dicho...

Esta afirmación me extrañó sobremanera. ¿¡Habérselo dicho...!? ¿Para qué? ¿Para que me mandara a tomar por culo? Y una mierda se lo iba a decir para que me soltara una de aquellas hostias que sabía dar a mano abierta, no te fastidia.

Que no, que no, me dije... Debía dejarme de gilipolleces. Aquella historia debía cortarse allí mismo. Además, en un par de días me tocaba el turno con Luisa, y follando con la zorrita de la academia podría desquitarme de la calentura que me había llevado con Lara aquella mañana.

Instantes después abandonamos el baño, cada uno camino a sus obligaciones. Ella hacia su despacho y yo hacia la clase de mi sobrina. Primero salió Lara y, un par de minutos después --según sus indicaciones--, lo hice yo. No era cuestión de salir a la vez y que alguien nos viera y se preguntara que hacíamos juntos dentro del baño.

Continuará...

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