La Chica de la Guardería (08)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
1.6k palabras
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Parte 8 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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La follada bucal no duró mucho, afortunadamente. El hombre acababa de eyacular unos minutos antes y no debía de quedarle gasolina. Así que terminó por cansarse y se echó para atrás. Luego se subió los pantalones y los bóxer y, sin echarse encima una gota de agua, salió del baño camino de su habitación.

«!Pedazo de cerdo!», mascullé.

Lara salió tras él, tras enjuagarse la boca, y yo me asomé a la puerta del baño para volver a espiar sus movimientos.

Estuvieron ambos en el cuarto durante cinco minutos y al cabo salieron juntos y se dirigieron hacia la puerta de la casa.

Remolonearon unos segundos dándose piquitos amorosos y luego el tal Miguel desapareció.

Me dirigí hacia Lara a paso cansino y me uní a ella junto a la puerta. Iba a esperar unos minutos para dejar a su marido alejarse del edificio antes de salir de la casa. Ella se acercó a mí y se me quedó mirando extrañada.

—¿Dónde vas? —preguntó mirándome a los ojos.

No supe qué responder. En realidad, era obvio, ¿no? ¿Qué coños pintaba yo allí después de lo visto?

—¿No me digas que te marchas? —dijo recelosa.

—Pues... claro... —esta vez conseguí hablar—. ¿Qué voy a hacer si no?

—Pero... ¿por qué? —se quejó—. ¿He hecho algo que no te ha gustado?

«¿¡Qué!?», pensé alucinado, pero volví a guardar silencio. Notaba el latido de la sangre en un oído —fruto del miedo pasado minutos antes— y cabeceé para alejar la incómoda sensación.

—¿No serás tan cabrón de dejarme así...? —Lara tragaba saliva y me miraba a los ojos sin parpadear—. Me has puesto cachonda como a una cerda y aún no he conseguido explotar.

—¿No te has corrido con tu marido?

—¿Con ese...? —puso cara de desagrado—. Ni de coña... con Miguel no me corro desde hace años...

Su confesión me enfadó.

—Pues entonces no sé qué haces casada con él, es casi un viejo a tu lado.

Pareció mosquearse y lo demostró:

—Mira, Carlos, eso a ti ni te va ni te viene... —me regañó—. Pero si has empezado con algo, ahora no puedes echarte atrás.

Intenté buscar una excusa creíble, me moría por salir de allí no fuera a volver el musculitos.

—Lo siento, Lara, pero mañana tengo un examen, otro día será...

—¡Y una mierda! —gruñó—. Otro día me follas más, pero hoy tienes que acabar lo que has empezado... No puedes hacerme esto... ¿No serás un cerdo calienta coños, no? ¿Me vas a dejar tirada como a una puta?

Me había dejado la respuesta a huevo y sonreí para mis adentros. «A cada una la dejan como lo que es», pensaba. Pero no me atreví a pronunciarla. En lugar de ello, le espeté irritado:

—¿Para qué? ¿Para quedarme otra vez a medias?

Me echó las manos al cuello y arrimó su pelvis contra la mía.

—Quédate, joder... —su tono era lastimero y sus morritos eran los de una niña que pide caramelos—. Te prometo que ya no habrá interrupciones...

—¿Y...? —la reté.

Lara no respondió con palabras. Simplemente me quitó la correa que aún llevaba en mis manos y se la puso alrededor del cuello. Ante mi mirada alucinada, se dobló sobre sí misma y en un instante se encontraba a cuatro patas y con la lengua fuera de la boca. La movía relamiéndose los labios. Mi polla dio un Sí bemol y se irguió de un salto. Fue la erección más rápida de mi vida.

La icé del suelo y la permití sujetarme de una muñeca. Luego tiró de mí y me llevó al salón, sentándose en uno de los sofás de cuero de treinta mil pavos por lo menos. Cuando me arrodillaba ante ella, sin embargo, llegó la enésima interrupción de la tarde. Esta vez era el niño que lloraba.

Suspiré irritado, pero ella estuvo al quite antes de que volviera a intentar escapar.

—Espera un segundo —dijo levantándose a toda prisa—. Esta vez lo soluciono rápido.

*

En unos instantes había vuelto con el niño, lo había depositado en el parque infantil junto a la librería y se había vuelto a sentar en el sofá frente a mí. En el parque había todo tipo de artilugios para bebé.

—Tranquilo, el niño tiene ahí sus juguetes y suele pasarse horas entretenido sin dar la lata —dijo y se arremangó la maltratada falda.

Intenté atraer sus caderas hacia mí para entrar en ella, pero Lara me cogió de la cabeza y me la llevó entre sus muslos.

—Chupa... por dios... chupa y mátame...

Se abrió la hendidura del coño con las dos manos y me ofreció su chochazo para que lo saboreara a placer. Y eso fue lo que hice. Durante los siguientes minutos me harté de comerle aquel rincón sagrado, salivándolo desde el clítoris hasta el orificio de entrada a su cueva y viceversa.

Lara daba botes sobre el sofá, intentando no gemir demasiado alto para no atraer la atención del niño. Cuando su vientre se puso rígido, comprendí que su orgasmo ya le subía por las piernas. No iba a tardar en correrse.

Entonces me eché para atrás y me incorporé sobre ella.

—Joder... no dejes de chupar... eres un cabrón... estaba a punto... —se quejó amargamente. Lágrimas de desesperación recorrían sus mejillas.

Me alcé y tiré de sus caderas, al tiempo que le introducía la polla hasta la base de las pelotas. El coño lo tenía tan húmedo que se la tragó sin necesidad de empujarla. ¡Qué puto placer volver a entrar en aquel coño suave y caliente!, pensé.

—Ufffff... —escenifiqué el gusto que me recorría la polla entera, desde el glande hasta los testículos. Luego respondí a su queja—. No te preocupes, zorrita, que te voy a hacer correr con el rabo hasta que creas que vas a morirte... Pero tápate esa boquita de puta que vas a mosquear al niño...

Se puso las manos en la boca y dio un par de botes sobre el sofá. Notaba que por cada palabra obscena, Lara sentía un subidón de adrenalina, un mini orgasmo en toda regla.

Comencé a follarla sin contemplaciones. Sabía que con aquel chochazo era imposible causarle dolor, pero en el fondo era lo que pretendía. No por ser un puñetero cerdo, sino porque según las reglas de la guía de la sumisa, ésta agradecía el dolor como prueba de su sumisión al «Alpha».

Aquello ya no era follar, si no «joder». Joder por todo lo alto y con todas las letras. El sofá crujía con cada embestida, la falda se arrugaba más y más... y Lara retenía un gemido cada vez que mi glande golpeaba su útero.

Aproveché la posición de sus piernas, elevadas al techo, para lamerle uno por uno todos los dedos de sus pies. Me había pajeado cientos de veces soñando con ellos y ahora hacía mi sueño realidad. No dejaba de embestirla con fiereza mientras tanto.

Tras unos instantes de mete-saca, la mujer estiró sus brazos y los pasó alrededor de mi cuello. Luego, haciendo palanca, subió su cabeza y pegó su frente a la mía, mirándome tan de cerca que daba miedo. Su expresión contraída y sus dientes asomando y mordiendo no ya sus labios, sino también su barbilla, transmitía la sensación de que se lo estaba pasando en grande.

De pronto soltó una frase que me dejó helado:

—Pégame... —suspiró con un jadeo, más que habló.

—¿Qué...? —la había oído, pero no quería creerlo.

—Que me pegues, coño... —volvió a jadear.

Le aticé un cachete en una nalga al tiempo que la follaba como el pistón de una máquina. El cachete había sido casi sin tocarla, como había visto en las pelis porno en las que el actor era un sensiblero.

—Ahí, no... tío —se quejó—. Dame en la puta cara...

Ahora sí que me quedé alucinado, bajando la intensidad de mis acometidas.

—Vamos, joder... ¿a qué esperas? Hóstiame de una puta vez... —me apremió.

Más por callarla que por otra cosa, le propiné una bofetada sin casi tocarla que la hizo volver la cabeza. La melena le cayó sobre la cara y su imagen ganó en belleza. Aun así, no se había quedado conforme.

—¿Qué coños eres...? —me retó—. ¿Una nenaza?

No le di tiempo a acabar la frase. La bofetada en esta ocasión sonó por toda la casa. Tuve miedo de que el niño se volviera a mirar, pero ella no parecía temerlo. Al menos, su sonrisa de placer, los dientes mostrando una agresividad increíble, así lo parecía.

Se soltó de un brazo y me mostró las tetas en un movimiento que invitaba a...

¡Zas!

El golpe sobre las tetas a mano abierta tuvo que dolerle, a tenor de su expresión, pero enseguida volvió a sonreír. La muy puta necesitaba los golpes para sentirse plena. Así que a partir de ese momento ya no me corté.

Los minutos siguientes la abofeteaba en la cara y en las tetas de forma alterna. La rudeza de los golpes iba en aumento y el rojo de sus mejillas y de sus pechos crecía a la par.

Y el orgasmo no se hizo esperar. Noté el de ella subirle por los muslos, al tiempo que en mis pelotas ya bullía la leche pidiendo salir.

—Voy a correrme —le anuncié—. ¿Quieres que me ponga un condón?

—Ni de coña... —jadeó—. Si te sales ahora... te mato...

No entendí su negativa.

—Pero a tu marido le has obligado a ponérselo —insistí.

Lara respondió de forma críptica.

—Mi marido... joder... me corro... —jadeaba—. Mi marido es un guarro... Hostia puta, me voy, me voy... no te preocupes por él... tu fóllame, que ya no aguanto más...

Y me dispuse a cerrar la faena elevando la velocidad de la jodienda, acompañado por dos hostias en cara y tetas.

—Allá voy... yo... también... —le dije apretándola del cuello para hacerla gozar con la asfixia—. Te voy a llenar de...

—Aaaagggg... —gruñó ella sin poder hablar por la fuerza de mi mano en su garganta.

Y el orgasmo comenzó a apoderarse de los dos al unísono.

Pero de pronto algo lo retuvo...

Porque entonces...

¡Sonó el timbre de la puerta!

¡Su puta madre...!

Continuará...

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