La Chica de la Guardería (09)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
1.6k palabras
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Parte 9 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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Esta vez fue ella la que juró en arameo, mientras mi orgasmo se paralizaba por enésima vez y la leche volvía a su base en los testículos. Los temblores de los muslos de Lara también se detuvieron.

—¡Me cago en su puta madre! —blasfemó—. ¡Como sea un vendedor lo voy a capar y luego le haré tragarse las pelotas!

Me empujó hacia atrás y mi polla salió de su interior reduciéndose a ojos vista. Luego salió a la carrera hacia la puerta de la casa bajándose la falda. La pobre falda, llena de lamparones y arrugada como un acordeón.

Lara observó un segundo por la mirilla y volvió a la carrera.

—Es la vecina de al lado —susurró quitándose la correa del cuello—. Vete a la cocina y espérame allí. Por nada del mundo se te ocurra salir. Toma, coge la correa.

No entendí por qué la cocina.

—¿No es mejor el baño, como antes?

—No... hazme caso.... Mejor la cocina.

Salí a toda leche hacia donde me pedía, dando saltitos mientras me recolocaba los bóxer y los pantalones.

En cuanto la puerta se abrió, todo se convirtió en besos, risas, palabras amables y todas esas bobadas sociales. Yo observaba asomado a la puerta de la cocina y vi a la mujer, una regordeta de edad parecida a la de Lara con una niña en brazos.

La invitó a entrar al salón y comprendí que aquella visita no era de las de cinco minutos. Me iban a dar las uvas escondido en la puta cocina.

No habían pasado ni dos minutos de palabras cordiales, cuando oí a Lara ofrecer café a su amiga.

—¿Te apetece un café?

—¿No tienes mejor un té? —respondió la gordita.

—Ufff... no, lo siento... —replicó Lara en un tono que sonaba a excusa por todos lados—. Se me ha acabado y aún no he podido ir al súper. Pero tengo de ese café italiano que a ti tanto te gusta. Me va a llevar algo de tiempo hacerlo, pero seguro que vale la pena. ¿Te apuntas?

—Ah, vale... —respondió la gordita, conforme—. No te preocupes por el tiempo, yo cuido de los niños mientras lo preparas.

Y en menos de un segundo, Lara entraba en la cocina a toda velocidad, entornando la puerta tras de sí. Sin mirarme siquiera, preparaba una cafetera y la ponía al fuego. Luego, como si tal cosa, se volvía hacia mí y se me lanzaba al cuello para comerme la boca con su lengua dulce y húmeda.

Nos morreamos en medio de un silencio solo roto por el silbido de la cafetera. Luego, sin mediar palabra, me soltó el cuello y se levantó la falda. Y, tras apoyarse en la isla central de la cocina, me ofreció el trasero.

—Vamos... métemela, tío... que estoy que me muero por correrme...

—No me jodas, Lara, que la polla aún no se me ha recuperado del susto...

—A ver, déjame.

Se puso de rodillas y se la metió en la boca. La saboreó unos instantes y enseguida estuvo enhiesta como un poste. Volvió ella a su posición ofreciéndome su trasera y me atrajo hacia ella.

Acerté al segundo intento, tras corregirme Lara la dirección de mi prepucio que apuntaba hacia al orificio equivocado. Y comenzamos a follar como locos, mi mano en su boca para ahogar los grititos que salían de ella cada vez que mi glande tocaba fondo.

Mientras la embestía enloquecido, comprendí por qué me había pedido que la esperara en la cocina. Había planeado seguir el polvo allí desde el minuto uno. La muy puta lo necesitaba y era capaz de pensar a toda velocidad. Como premio, hice un revoltillo con su melena y lo agarré por la raíz. Luego tiré de él y, ahogándola con una mano y con la otra a punto de arrancarle el pelo, elevé la fuerza de las acometidas para sonrojo del mismísimo marqués de Sade.

Noté sus muslos ponerse rígidos y su vientre agitarse. El final para ella llegaba, aunque a mí me faltaba algo todavía. La tomé el clítoris soltando su garganta y se lo masajeé para hacerla llegar al cielo.

Pero dura poco la alegría en casa del pobre, como decía mi abuela.

Y algo volvió a torcerse.

—¡Lara! —gritó la gordita desde el salón—. ¡Tu niño se ha hecho caca! ¿Te lo llevo y lo cambiamos ahí mismo?

*

Otra vez volvió Lara a dar un salto del susto y de la rabia, pero no le dio tiempo a blasfemar. Yo me cagaba en todos los muertos de la gordita sin poderlo remediar. El cerebro de la putita, sin embargo, no dejaba de funcionar a toda máquina.

—¡Joder! —jadeó sujetándose a la encimera para no caerse por el temblor de las piernas—. ¡Corre y métete en el baño como antes! Ya iré cuando pueda.

Salí a toda leche, vigilando que la gordita no me viera y me metí en el aseo. Tras unos segundos de zozobra escondido tras la cortina de la bañera, me armé de valor y me asomé al pasillo. Las oí hablar y seguí su conversación. Tenía que salir de aquella casa cuanto antes, ya me la machacaría en un bar o donde fuera, pero aquello de follar y no poder descargar me estaba matando.

Las amigas cambiaron los pañales de los dos niños sobre la isla de la cocina. Luego pasaron al salón y tomaron café hablando de sus cosas. Lara apretaba mucho las piernas, imaginaba su temor de que si su amiga la veía sin bragas y con el coño al rojo vivo, iba a tener que dar muchas explicaciones. Yo las espiaba desde el pasillo, esperando la menor oportunidad para escapar por la puerta de la casa.

Hasta que Lara me descubrió.

Me miró de malas pulgas y me hizo una seña para que me volviera al baño.

«¡Y una mierda!», le respondí con la mirada.

Y entonces ella volvió a improvisar.

—Jo, creo que necesito una ducha... —rió desvergonzada—. No te puedes imaginar lo que me ha pasado... jajaja...

—¿Qué te ha pasado, pedazo de zorra...? —rió la gordita—. Vamos, cuenta, cuenta...

Lara se hizo la interesante dándole un largo sorbo a su café. Los ojos de la amiga se salían de sus órbitas, empujándola a seguir con la historia.

—Pues es que... —rió tapándose la boca y poniéndose colorada.

«Joder... —me estremecí—. ¿Qué coño le va a contar la muy puta? No me jodas que le confiesa que llevamos toda la tarde para terminar un puñetero polvo...».

—Verás... —continuó Lara ante la mirada expectante de la gordita—. En la siesta... mi marido...

—No me jodas que...

—Pues eso... que me ha jodido, pero bien... jajaja

—Hostia puta... ¡Qué puñetera suerte tienen algunas! ¿Y qué tal?

—Ay, chica... —decía Lara mirando a su amiga y de reojo hacia la puerta, es decir, hacia mí—. Pues que el tío estaba cachondo como un perro y me ha follado con todas sus fuerzas. Pim pam, pim pam... dale que te pego como si no hubiera un mañana.

La gordita se iba poniendo colorada a medida que la historia avanzaba.

—Joder, Lara, que me estás poniendo muy cerda... Hasta las bragas se me han empapado... Cuenta, cuenta... ¿qué más ha pasado?

—Pues no veas... El muy guarro ha empezado a decirme palabrotas... Que si perra, que si puta... ya sabes, esas cosas...

—Bueno, solo me lo imagino... porque saber, saber... —dijo la gordita con expresión contrita—. Ya me gustaría que mi marido me llamara puta alguna vez... al menos eso demostraría que está vivo... Pero sigue, ¿ha hecho algo más?

Lara volvió a reír.

—Pues verás... —fingió timidez—. Es que lo siguiente no sé si debería contártelo...

—Pero mujer, no puedes dejarme a medias... Anda, suéltalo o te estrangulo...

Entonces Lara se desabrochó la blusa.

—Pues que el muy guarro, cachondo como un cerdo, se ha liado a darme bofetadas en la cara y en las tetas... mira, mira...

Lara le estaba enseñando las marcas que yo acababa de dejarle en los pechos y mi polla comenzó a resucitar.

—¡Jo-der...! —murmuró la gordita llevándose las manos a la boca—. Hay que ver qué suerte tienen algunas. A mí ni un simple cachete en el culo me da el muy cabrón...

—Pues ya ves... —replicó Lara—. Pero lo peor llegó al final...

—¿Qué...? —suspiró la amiga de Lara—. ¿Hay más?

—¿Que si hay más...? —respondió la putita—. Pues que al final me ha regado de lefa todo el cuerpo y hasta la ropa... Menuda corrida el cabroncete... Mira, mira los lamparones de la falda...

La gordita se mordía las uñas para no gritar de calor, cachonda como una perra.

—Total... —apuntilló Lara—. Que como el niño se ha despertado de la siesta un poco guerrero, pues que no me ha dado tiempo ni para lavarme la leche del señor... Uffff.... Me siento muy puta... pero al mismo tiempo muy guarra... necesito una ducha larga y caliente...

En ese momento entendí de qué iba la jugada. Lara estaba propiciando el siguiente paso, como en una partida de ajedrez. La muy zorra no quería perderse el orgasmo que la había perseguido toda la tarde sin llegar a pillarla al final.

—Pues tranquila... —replicó la gordita, ofreciendo lo que Lara había buscado desde el principio—. Tú dúchate sin prisas que yo cuido de los niños. Y si quieres bañarte, pues igual... No te preocupes, cielo, que el niño está seguro conmigo.

Lara la abrazó y le dio un sonoro beso en la mejilla.

—Ay, amiga, eres mi salvación, que sería de mí sin ti.

La gordita se ruborizó y, quitando hierro a la frase de su amiga con un manotazo al aire, la empujó a irse al baño a limpiarse los supuestos fluidos de su marido.

Continuará...

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