La Chica de la Guardería (10)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
1.5k palabras
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Parte 10 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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Y allí la esperaba yo, la ropa por el suelo y la polla en la mano, dispuesto a darle su merecido.

Tras esperar a que Lara abriera el grifo de la ducha para disimular, la quité la maltratada falda, la empujé hacia el lavabo y le metí la polla en el coño caliente todo en un solo movimiento. Lara bajó la cabeza y se agarró a los grifos para evitar que su frente golpeara la pared y alertara a la gordita. Solo nos hubiera faltado aquello para coronar la tarde.

En pocos segundos la follada comenzó a elevar la temperatura del baño. El sudor de Lara y el mío inundaba de olores la estancia, no dejando hueco para la imaginación. Si la amiga de Lara entraba en ese momento, el lío que se iba a montar no tendría parangón.

Las bofetadas en las tetas y en la cara, los tirones del pelo y las presiones de garganta volvieron, y Lara comenzó el crescendo hacia la búsqueda del orgasmo que la matara en vida.

Acojonado por los gritos de su garganta, que iban en aumento, cogí una esponja del lavabo y se la incrusté en la boca. Sus gemidos ahora solo eran quedos lamentos.

*

Estaba gozando a aquella guarra de puta madre. Y Lara demostraba algo parecido, a tenor de sus jadeos, ahogados ahora por la esponja salvadora. Pero entonces recordé las enseñanzas de la guía de la sumisa y decidí dar un nuevo giro de tuerca en el juego.

Me incorporé un poco y tiré de su melena para girar su rostro hacia mí. Su gesto de dolor me advirtió que el tirón había sido efectivo.

—Abre la boca —la ordené.

—¿Qué...? —preguntó desconcertada.

—Que abras la puta boca... —le repetí y la ayudé con un pulgar entre los dientes—. Así, muy bien, zorrita... Ahora saca la lengua...

—¿Qué... vas a hacer...?

Era una pregunta retórica. Lara sabía de sobra por donde iban los tiros. Un nuevo tirón de la melena la aconsejó no llevarme la contraria.

—¡Au...! —gimió y sacó la lengua como una perrita dócil.

Había detenido la follada, pero permanecía dentro de ella. Y, mientras la manipulaba para mi siguiente movimiento, le propinaba unas cuantas embestidas para que supiera quien estaba al mando.

—No, por dios... eso no... —dijo cuando me vio hacer esfuerzos para juntar saliva en mi boca.

—Calla, puta... —la espeté y acerqué mi boca a la suya.

Dejé entonces caer el salivazo sobre su lengua y ella apretó los ojos con expresión de asco.

—Trágatelo... —le ordené.

Se lo pensó un instante, pero pareció desobedecerme. La bofetada la descolocó y soltó un gemido. Luego, sin más demora, cerró la boca y tragó el salivazo con una pequeña arcada.

Había dado con su talón de Aquiles.

Y entonces comprendí lo que había leído en la guía: «El amo debe descubrir el punto flaco de su sumisa. Una vez conseguido, debe explotarlo haciéndola llegar al extremo. Ella se sentirá angustiada, pero agradecida, y deseará que su amo repita para llevarla al delirio. Será entonces cuando el nivel de los orgasmos de la sumisa se multipliquen por diez, haciéndola perder la razón y la voluntad. Y le pedirá al amo que la penetre sin compasión, hasta reventarle la vagina con su duro miembro».

—Ábrela de nuevo... —repetí muy despacio.

—Cabrón... —dijo, pero abrió la boca y sacó la lengua como un corderito.

Volví a dejar caer un escupitajo en su lengua. Esta vez el doble de grande. Y ella hizo de nuevo el movimiento de tragarlo. Le detuve con mi mano en su mandíbula.

—No lo tragues, zorra... —le solté—. Extiéndelo por tus labios y lámelo.

Se resistió un instante, pero cuando mi mano apretó de nuevo su mandíbula, cerró un poco los labios y con la lengua comenzó a restregarse mi saliva por ellos. Algunas arcadas la asaltaban al hacerlo y yo reía bajito.

—¿No te hace esto tu maridito...? —la pregunté enardecido.

—No... él no es tan puto cabrón... —respondió.

La escupí enfadado. El escupitajo esta vez le cayó sobre una mejilla y comenzó a deslizarse por su cara. Los ojos los tenía acuosos.

—Mide tus palabras, pedazo de puta...

Intuí una leve sonrisa en una comisura de su boca. Y comprendí que había aceptado el juego. Un nuevo salivazo le cubrió la mejilla limpia, y una arcada fuerte la hizo bajar la cabeza hacia el lavabo.

Y entonces dijo las palabras mágicas:

—Fóllame, cabrón... Reviéntame, hijo de mil putas...

Fue el colofón, el momento en que comprendí que la aquella guía que parecía más un cómic que un libro didáctico era como una biblia para los de su cuerda. Una cuerda de sexo duro y extremo que hacía bullir el semen en mis testículos. Había sido una suerte dar con aquella hembra. La puta más puta entre todas las putas... Y no iba a dejarla escapar así como o así.

—Claro que te voy a follar, pedazo de zorra —exageré el tono para estimular su lujuria, que a esas alturas ya la desbordaba—. Te voy a reventar el coño...

—Sí... por dios... dame fuerte, Carlos... por tu madre, fóllame ya...

Y las embestidas que siguieron fueron brutales. La misma Lara se había colocado la esponja en la boca, y ahora apoyaba la cabeza contra la pared para no golpearse con los impulsos de mi cadera.

Cuando su vientre se puso rígido, una sacudida amenazó con hacerla caer al suelo. Sus piernas se habían encogido, antes de empezar a temblarle como un flan. Y supe que estaba empezando a correrse. La sujeté por las caderas y seguí empotrándola para que su corrida se alargara.

Aguanté su orgasmo monumental tirando de ella hacia arriba para que no se derrumbara. El clímax le duraba una eternidad, y pensé que vaya polvazo se estaba llevando aquella zorra. La muy puta se lo merecía, se lo había currado de lo lindo. La guía había cumplido su cometido.

Las paredes vaginales apretaban mi polla de una manera agradable, pero extrema. Casi dolía. Y, aunque sabía que era lo normal, en el caso de Lara su vagina se «apropiaba» literalmente de mi rabo. Lo estrujaba hasta aplastarlo y lo engullía hacia dentro. Mientras se corría, a pesar de que me movía en su interior, a veces me sentía incapaz de embestirla porque me hallaba completamente atrapado dentro de ella.

Cuando por fin terminó —juraría que la corrida le había durado minutos—, cayó desmadejada de rodillas sobre el suelo y supe que era mi momento. Le sujeté la cara hacia arriba, tirándola de la melena.

—Alla voy, cerda... te vas a tragar un litro de leche... Por mi padre que te lo tragas, guarra...

Lara abrió la boca y sacó la lengua... Luego cerró los ojos.

La bofetada hizo eco en el baño.

—Abre los putos ojos, zorra... Te los voy a pintar de blanco...

—No, por favor, no... —se quejó a media voz—. En los ojos escuece...

—Pues te jodes... —la espeté—. Te lo mereces por guarra... ¡Toma, pedazo de puta...!

Jadeé un «aaagg» y sonó como un aviso de que mi descarga estaba rompiendo las barreras y subía por mi polla sin freno.

Y así era.

Cuando mi rabo comenzó a manar como una fuente, mi leche espesa aterrizó sobre uno de sus ojos, señalándolo desde la mejilla con una línea ascendente. A continuación, seguí pintando de blanco su cara con un latigazo de placer a cada chorro. Dos trazos más habían surcado su nariz, antes de que el siguiente recalara por completo dentro de su boca. Los disparos de mi esperma parecían que no iban a acabar nunca. Y yo mismo me sorprendí porque no era habitual en mí tanta cantidad. Había sido una larga espera y mis testículos tenían carga para rato.

Sin esperarlo, ella comenzó a agitarse sobre el suelo y comprendí que volvía a correrse. Me fijé en algo en lo que no había reparado. Lara se masturbaba mientras la inundaba la cara de semen. Y mis disparos, casi finalizados, volvieron a resurgir. Con tres rugidos de mi garganta, otros tres chorros terminaron de cerrar su ojo limpio y de teñir su bella melena. A cada ráfaga de leche ella respondía con un espasmo, y pedía más con un ojo medio abierto. Al final, me atrapó la polla entre sus labios para recibir los últimos coletazos dentro de su boca. Saboreaba mi esperma con una lengua dulce y voraz haciendo círculos sobre mi prepucio.

Y sonreía feliz con los ojos entrecerrados.

Le tomé la cara con las dos manos y de rodillas la encaré frente con frente. Sentía que su orgasmo no acababa nunca y deseaba que ella siguiera así, estremeciéndose eternamente para mí.

—Mírame mientras te corres —la ordené, y ella abrió sus ojos cruzados por mi semen y yo veía que los tenía en blanco, absolutamente descontrolados por el placer.

Y, tras una eternidad, terminó su orgasmo y Lara quedó desmadejada entre mis brazos.

—Gracias, Carlitos... ha sido un polvo de muerte... —dijo y se dejó caer sobre mis piernas.

Estuvimos un rato abrazados. Lara no me retiró la boca cuando la besé. Su aliento quemaba y su lengua sabía a semen recién eyaculado. Un asco, pensé, mientras absorbía su saliva mezclada con mi sustancia. Aunque en esta ocasión me dejé llevar y le relamí cada rincón de su boca.

Continuará...

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