La Chica de la Guardería (11)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
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Parte 11 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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El grifo de la bañera seguía abierto, y Lara y yo nos adormilamos con el rumor de fondo acurrucados sobre el suelo, la espalda apoyada en el mueble del lavabo. Jadeábamos al unísono. Había sido un esfuerzo brutal, pero había valido la pena.

En su cara se iba secando el semen con el que la había bañado.

Fue ella la que antes recobró el resuello y una sonrisa se dibujó en su rostro. Era una sonrisa procaz, así que supe que la putilla estaba preparando alguna de las suyas.

Con gran prisa, se liberó de lo poco que llevaba encima: el sujetador, las pulseras y una medalla. La blusa se la recolocó, aunque la dejó abierta. Luego se dirigió a la bañera y cerró el grifo. Se introdujo dentro y se puso de rodillas mirando hacia mí, antes de hacerme una seña con el dedo índice para que me acercara.

Me levanté con la laxitud que da la fatiga del sexo y me situé frente a ella.

—¿Qué...? —pregunté sin comprender sus pretensiones.

Por toda respuesta, Lara se abrió la blusa con las dos manos y levantó la barbilla.

—No te entiendo, ¿no puedes hablar...? ¿Tanto te he apretado el gaznate?

Ella volvió a mover el dedo índice y entonces, con un flash, entendí lo que quería. Me gustó la idea. Y no la hice esperar.

Me agarré la fláccida polla y la apunté hacia ella. Contraje la vejiga y en menos de un segundo el chorro dorado comenzó a brotar como una fuente. Llevaba varias horas sin mear, por lo que debía tener bastante fluido como para empaparla durante horas.

Comencé apuntándola a la entrepierna y a las tetas, pero luego cambié la dirección hacia la cara y allí me mantuve unos segundos. El bonito pelo de Lara se le apelmazó y se le pegaba al rostro. Aquella meada parecía no tener fin.

Los goterones de lefa se escurrían desde su cara hacia el suelo de la bañera.

De pronto, Lara soltó la blusa —que había mantenido sujeta para que no se cerrara hasta ese instante—, elevó la cabeza y, sacando la lengua, comenzó a buscar mi chorro sobre su boca. Bebía de él y escupía de cuando en cuando. Reía de forma alocada, aunque siempre en susurros.

Yo también reía mientras que Lara seguía bebiendo de aquella lluvia dorada, como si fuera una experta en duchas de meado caliente y dulzón.

—Eres la tía más puta que he conocido en mi vida... —le confesé mis pensamientos mientras la bañaba—. Ha sido una suerte conocerte... pedazo de zorra...

—Calla y mea, bobo del demonio...

Y reía y volvía a escupir.

*

Cuando el chorro remitía, decidí terminar a lo grande. Así que la sujeté del pelo y le inserté mi polla, fláccida pero orgullosa, y seguí meando dentro de su boca. Lara se agitaba y tosía. Sentía asfixiarse e intentaba liberarse echándose hacia atrás.

—Y una mierda... —le dije con malas pulgas—. Tú no te escapas. Te lo tragas todo... ¿No querías zumo de rabo?, pues ajo y agua...

Pero el chorro se extinguió y Lara se liberó de mis garras. Se recostó hacia atrás, respirando agitada.

—Puto niño cabrón... —me susurró.

Le reí la gracia y ella comenzó a partirse de la risa.

—Lo... lo siento, Lara, de veras... —me disculpé con la boca pequeña—. Pero es que me has puesto muy cachondo...

—Déjate de gilipolleces... y a ver si aprendes a follar, atontado, que si me descuido me dejas a medias...

«¿A... medias...?», aluciné. Comprendí que aquella mujer era una puta máquina, y por más caña que la hubiera dado, jamás habría encontrado su límite. Me propuse que volvería a follarla. Fuera como fuera, pero la follaría como a una perra. La mataría a polvos. La próxima vez se iba a enterar de quien era yo...

Se incorporó pringada hasta la médula y me pidió que la esperara escondido en la habitación de matrimonio mientras ella se duchaba, esta vez de verdad.

No dudé en obedecerla y así lo hice. Mientras llegaba, me mantuve expectante recostado sobre su cama. A pesar del tufo a macho, la almohada de Lara olía a ella y me adormilé aspirando su perfume, al tiempo que me masturbaba fantaseando con el polvo que pensaba echarle en cuanto la pillara.

Cuando me despertó minutos después, ya se hallaba vestida con un conjunto de estar por casa.

—Arriba, dormilón, tienes que irte...

—Y una mierda —dije yo—. Me quedo contigo, y echa a la gordita que voy a follarte hasta que me duelan los huevos.

Ella sonrió y se colocó la melena, vanidosa.

—Vamos, Carlitos, sé buen chico... —dijo tirándome de un brazo—. Ahora te vas a ir con tu mamá... y de lo de follar ya hablaremos...

—¿Joder, me vas a dejar a medias, putita?

Lara reía con mis ocurrencias y mis palabras obscenas, aunque siempre en susurros.

—¿Pero tío, qué edad tienes? —dijo con expresión incrédula—. ¿Todavía te queda gasolina en el pito?

—¿Qué si me queda gasolina? —presumí—. Ya te digo que si me queda. Me queda tanta que podría ahogarte en ella. Ven, mámamela un ratito y verás como meriendas yogur con nata.

El chiste debió de gustarle, porque tardó en dejar de reír.

—Seguro que está muy rico, pero hoy no voy a poder probarlo... —dijo con media sonrisa—. Anda, vamos... Vas a ser un niño bueno y te vas a largar por la puerta sin que nadie te vea. Y mañana no dejes de pasar por la guardería. Si te portas bien, igual tienes premio.

Me imaginé follándome a Lara en algún rincón de la guardería —quizá en el baño donde me aseguró que no la iba a tocar en mi puta vida—, mientras los niños vociferaban alrededor, y volví a empalmarme.

—Sí, eso que estás pensando, so guarro... —corroboró ella adivinando mis fantasías con la mirada en mi entrepierna.

Me levanté de un salto y la abracé con firmeza. Durante unos segundos la morreé y la magreé hasta que ella se soltó y tiró de mi brazo.

—Vamos... —insistió en susurros.

Se las apañó para distraer a su amiga y luego me llevó hacia la puerta.

Según salía por ella, me hizo un corazón con las manos y me tiró un beso.

—Empieza a imaginar la ropa que me voy a poner mañana —susurró—. Pero no te toques, so pajillero, te quiero entero y cargadito para después de la siesta.

Le lancé un besito con la mano a mi vez.

—Ah... —añadió en un último suspiro—. Y, si te portas bien, igual te dejo que te folles a mi amiga. Es la vecina de esa puerta de enfrente, la única del rellano.

—¿La gordita?

—Eso es...

—¿Qué le pasa, está tan necesitada como tú...?

—Mucho más... —confirmó—. En cuanto te la presente te la vas a poder follar sin darle siquiera las buenas tardes...

—Tan zorra como tú no creo que sea... —dije sonriendo incrédulo.

—No dirías eso si hubieras visto la cara de guarra que ponía mientras se pajeaba mirándonos follar hace un rato.

—¿Qué...? —dije tragando saliva—. ¿No me jodas que nos ha visto?

—Sí, pero tranqui —dijo para calmarme—. Lourdes es muy discreta... y tiene un marido que ni la mira... Te la voy a poner a tiro y tu verás luego lo que haces... ¿No te apetecería romperle ese culo gordo que tiene?

Reí abrumado y ella gesticuló para que tomara el ascensor que acababa de llegar.

—Y ahora, largo, picha brava...

—¿No tendrás problemas si me ve salir el portero? —pregunté sujetando la puerta del ascensor, preocupado al recordar el mostrador de la entrada.

—¿Portero? Aquí no tenemos tal cosa. Lo sustituyeron hace años por el video-portero, no temas.

—Ufff... mejor así —suspiré y pulsé el botón del bajo.

Con un dolor de pelotas por la erección no resuelta, bajé los seis pisos de aquel bloque de vecinos, soñando con el polvo que iba a echarle a aquel pedazo de zorra al día siguiente.

Y a la amiga me la imaginé con su culazo roto por mi rabo y limpiándome los restos de leche de la polla con la lengua y con gesto agradecido.

¡Qué suerte la mía! ¡Menudo par de zorras!

Me las iba a follar hasta que se me arrugasen las pelotas de darles su merecido, por golfas. Y lo de las pajas se acabó, aquello era ya historia.

*

Tan absorto salía por la puerta de la calle, que el soniquete del portero automático me sobresaltó.

—¿Carlos...? —chirrió el aparato.

De entrada me alarmé. Pero me rehíce cuando oí las siguientes palabras.

—Hola... —titubeó la voz femenina—. Soy Lourdes... la vecina de Lara...

Con toda seguridad ella me veía a través del vídeo-portero, aunque yo solo podía escuchar sus palabras.

—¿Sí...? —articulé con voz tímida.

—Es que... —intentaba hablar, pero se le trababan las palabras—. Me preguntaba... si podrías subir a charlar un rato... Mi marido está de viaje y tengo una botella de vino que te puede gustar...

Reflexioné un instante. ¿Qué tenía que perder? Nadie me esperaba en casa, ni tenía urgencia por ningún examen a la vista. Así que, con una presión en la entrepierna que amenazaba con explotar, me vine arriba.

—Vale... ábreme y vete descorchando la botella, que subo...

Mil imágenes comenzaron a forjarse en mi mente. Aquella gordita se lo iba a pasar de puta madre, de eso me encargaba yo. Y, si Lara se apuntaba, quizá alargáramos la fiesta.

Oí el timbre de apertura y empujé la puerta con un «clac» seco.

—Ah, por cierto... —dije antes de que colgara el telefonillo—. Deja a la niña con tu vecina y vete buscando un lubricante potente, que lo vas a necesitar...

FIN

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