¿Pagué por Sexo?

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El masaje relajante que me di en Moscú.
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En octubre del 18 recorrí Europa en tren y barco con mi mochila, yo solo. Salí de mi casa, aquí en España, y atravesé Francia, Mónaco, Italia, Alemania, Polonia, Suecia, Estonia antes de llegar a mi último destino: Rusia. Visité todo lo que pude, probé cada uno de los platos típicos y disfruté todo lo que pude de cada producto nacional (vosotros ya me entendéis).

Un viaje así es muy chulo pero físicamente cansa mucho. Por eso, en mi último día en Moscú, antes de pillar el vuelo de vuelta, decidí regalarme un masaje. Me alojaba en un hotel llamado Kitay-Gorod, en pleno centro y esa mañana me fijé que en el tablón de anuncios, había varios anuncios de masajes.

Tuve mucho cuidado en descartar los masajes que resultan ser prostitución encubierta y anoté los teléfonos de tres chicas y dos chicos. Mientras visitaba el GUM les escribí a todos. Tras un buen rato negociando, opté por el masaje que daba una rusa llamada Anna. Me comentó que ella usaba una técnica de masaje de su zona, una provincia rusa de más allá de los Urales que yo nunca había escuchado y que pronto olvidé, que cobraba 30 euros y que el piso donde los daba estaba a dos calle de mi hotel. Como era la más económica y más cercana de los cinco, le pedí una cita. Ella tenía ya la tarde completa pero como yo dejaba Rusia al día siguiente me dijo que me podía hacer el favor de darme una cita a las 8:30 de esa noche. Así que cené temprano en un Hooters que había cerca del hotel, volví para darme una ducha e ir limpito y fui al lugar que ella me indicó.

Me abrió la puerta una chica rubia y delgada, de unos 25 años que llevaba una camiseta blanca ancha y unos leggings negros. Tenía pinta de ser tímida y recatada. Me saludó en inglés y me dijo que ella era Ana, la masajista con la que había hablado, y que la acompañase al cuarto de los masajes. Su inglés era horrible. Pensé que seguramente se había aprendido esas frases de memoria y que había usado un traductor para escribirse conmigo.

La habitación tenía una camilla de masaje de cuero negro y encima había colocada una toalla blanca que la cubría totalmente y un tanga oscuro de papel. Me dijo que tenía que ponérmelo y me dejó solo en la habitación para que me cambiase.

Me desnudé y me puse el tanga. ¡Cómo odio esas telas! Me miré en un espejo que había en la habitación y por detrás parecía que estaba completamente desnudo. La tira se ocultaba entre mis nalgas. Y por delante, era casi peor. Tuve que adecuar mi paquete varias veces para que no se escapase nada. ¡Era minúsculo!

Me tumbé boca abajo y la esperé.

A los pocos minutos entró, encendió un aparato oloroso de aceite y pronto toda la habitación olía dulce. Comenzó el masaje como lo hace mi fisio: me aplicó una loción sobre la espalda y las piernas, luego me relajó las zonas a tratar y luego comenzó a soltar mis nudos. Pero a diferencia de mi fisio, ella lo hacía con tal suavidad que yo estaba empezando a excitarme. No me importaba, mientras estuviese boca abajo no habría problema. También, me sorprendió mucho que ella incluyese el culo en su masaje. Mi fisio no me lo toca ni con un palo, pero bueno, aquello era Rusia y aquella era una técnica de allí.

Pasó una media hora concentrada en reverso y acariciándome el pelo me dijo «turn around». Comprobé que no estaba empalmado y que todo estaba dentro del tanga y me di la vuelta. Por el anverso, me masajeó el pecho, los hombros, los brazos y las piernas. Yo cada vez me notaba más excitado y cuando esas centro en los muslos comencé a empalmarme. Mi rabo crecía sin control y se empezaba a evidenciar en el tanguita, pero ella se mantuvo muy profesional y aunque estoy seguro de que lo vio, no se inmutó. Siguió a lo suyo. A su masaje de muslos. Pronto, mi rabo palpitó fuerte y se asomó fuera de ese minúsculo tanga de papel. Yo estaba muerto de vergüenza. Tan tenso que levante la cabeza para mirarlo, pero ella seguía a lo suyo. A sus muslos.

«Relax», me dijo al verme levantando la cabeza. «Debe pasar muy a menudo esto en los masajes con tanga minúsculo y ella estará acostumbrada», pensé yo. Volví a reclinar la cabeza y me despreocupé. Que la masajista siga con el masaje aunque yo tenga media polla fuera. Total, es una parte del cuerpo más. Con vida propia, pero al fin al cabo una parte más.

Minutos más tarde, escuché «do you mind?», levanté la cabeza, la miré y vi que miraba con cara modosita a mi polla y luego a mí. Simplemente, me bastó sonreír para que ella me retirara el tanga con cuidado y me acercarse un almohadón para que pudiese ver cómo aplicaba loción a mi rabo. Me masturbó durante varios minutos como si siguiese dando un masaje. Estaba totalmente concentrada. No sé si eso era cockwarming, masaje lingam o cómo mierdas lo nombrarían en Reddit, pero me tenía en sus manos. Me estaba encantado.

En una de sus caricias, ella acercó su boca a mi glande. «Can I?». «Yes, please».

Me la chupó igual que había hecho todo hasta entonces, con mucha lentitud y conciencia. Parecía como si todos mis polvos hasta la fecha hubiesen sido a la velocidad de la luz. Parecía que se había graduado en lentitud y no en fisioterapia. Sabía cómo ser lenta y hacer disfrutar. De vez en cuando hacía algún tímido gemido con la boca llena y yo resoplaba y resoplaba.

De repente, ella me dijo algo en ruso. No la entendí, así que ella fue a buscar su móvil, tecleó algo y dijo «condom». Le contesté afirmativamente y fui a mi mochila a buscar uno, se lo di y volví a tumbarme boca arriba.

Continuó un rato con la mamada antes de ponérmelo. Después, con suavidad se sentó sobre mi polla. En esos momentos no sabía si estaba follándola o continuábamos con el masaje. Puff, me tenía en trance y ella me estaba masajeando la polla con su coño. Estuvo así varios minutos y poco a poco el impulso de ser yo quien marcase el ritmo creció en mí. Quería que ella también disfrutara y ser yo quien le hiciese disfrutar.

Haciendo signos le dije que se pusiese a cuatro patas en la mesilla. Me obedeció y comencé a lamer. Cada vez que metía un dedo o movía la lengua hacia los mismos gemidos que cuando tenía mi polla en la boca. Sin embargo, poco a poco su excitación comenzó a traicionarla y se soltó. Se volvió más salvaje y gimió más alto.

Decidí volver a penetrarla. Y ahora ya no iba a ser su ritmo suave de masaje, sino al mío, que era todo lo contrario. Gritó y gritó hasta que acabó corriéndose. Pocos segundos después lo hice yo dentro de ella y dentro de mi condón.

Me derrumbé a su lado. Nos besamos por primera vez durante un par de minutos y después, nos reímos. ¿Qué más íbamos a hacer? Ella me entendía casi inglés y yo tampoco ruso.

Como no había más que decir, me levanté, me vestí y ella me acompañó desnuda hasta la puerta. Allí me besó de nuevo. Salí de su apartamento y justo cuando estaba cerrando la puerta, la paré con la mano. ¡Mierda, no le había pagado! Dije «wait», busqué en mis bolsillos y le dí en rublos los 30 euros del masaje. Ella los miró y los cogió despreocupadamente. «Bye». «Pa-ká».

Bajando las escaleras me sentí raro. ¿Había pagado por sexo? Pero ella tampoco me había pedido el dinero, parecía que se le había olvidado. ¿Pudo ser un masaje normal que nos fue de las manos?

Jamás lo sabré, no hablaba ruso y no pude preguntárselo.

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