Rosa en la Playa

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Rosa se entrega a orillas del mar.
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Conocí a Rosa cuando justo alcanzaba la cúspide de la ola que hace fértil a la muchacha. Tenía el cuerpo pleno y abundante de la mujer ya amena a procrear, pero aun sin haber experimentado los procedimientos correspondientes de activación de la energía sexual.

Llegué a ella y, doble fortuna, a un lugar extraordinario. Playa remota en medio de una reserva natural, pueblito de pescadores, palapas con techo de palma, una bahía de más de 20 kilómetros, igual que la mujer en cuestión, totalmente virgen. Uno de esos pocos lugares que guarda aún la pureza original de la tierra. En la noche era común hallar tortugas haciendo sus nidos de arena.

Noches de sentarse en torno al fuego entre fragantes nubes de humo de marihuana. Nada del ruido usual de la marabunta humana, solo la voz infinita del mar, grillos y el crepitar del madero al ser devorado por la llama.

Y allí encontré a Rosa, alzando sus pechos recién logrados, aún sin tocar. De muslos gordezuelos, su cintura estrecha y su vientre plano daban lugar a caderas anchas, nalgas abundantes, cuya redondez señalaba disposición y sustancia para compartir ratos de sano esparcimiento.

Esa fruta me la como yo, pensé, antes de que algún bribón se me adelante y la arruine al no saber cómo hincarle el diente.

Empecé por aparecer en la periferia de su visión, poco a poco me fui acercando, sin hablar mucho, pero hallando por momentos sus ojos con los míos. Pronto se formó un ligero magnetismo, empezó a buscarme entre los otros, a dejarme estar cerca.

"Ven," le dije un atardecer, "te voy a contar la historia del caballo de arena". Como si no pasara nada en particular la hice caminar un poco, alejándonos de las palapas a la última luz del dia. Nos sentamos, y le conté esa y otras historias con voz pausada, como hablándole a un animal asustado. Ella se sentó junto a mí, tocándome, y supe que empezaba a aceptar la idea de tenerme cerca.

Lento, un movimiento en falso y la podía ahuyentar en un instante. Dejarla estar, como no queriendo, dejarla acostumbrarse a mi presencia, a mi olor, al sonido de mi voz. Observarla de reojo, darle solo un par de segundos mirándola a los ojos antes de buscar el horizonte.

Pronto me empezó a buscar con más insistencia, y empezamos a separarnos poco a poco de nuestros grupos, hallando momentos para estar solos, dándonos lugar para nuestro cortejo. Caminábamos hacia los acantilados y yo le hablaba de los pájaros marinos, de los cangrejos, le inventaba historias sobre la maña de los pulpos para hacerla reír. Ella me miraba con naciente ansia al escucharme, y su cuerpo empezó a hablar, ofreciendo con timidez lo que tenía por ofrecer.

Sin embargo había clara resistencia, miedo a reconocer el ímpetu de las nuevas sensaciones que su cuerpo en desarrollo le hacía nacer, y que yo buscaba activar con paciencia y delicadeza. Me miraba queriendo, pero sin querer dar el paso. Dispuesta a escaparse ante el primer avance directo.

Fue una tarde que hablando y riendo nos alejamos bastante cuando finalmente me dió la apertura que esperaba. De pronto metió su mano en la mía y se acercó hasta estar casi entre mis brazos. Rodeé su talle con los brazos y la atraje hacia mí. Ella se plegó de inmediato a mi cuerpo, aplastando sus senos contra mi pecho y alzando el rostro buscó que la besara. Inclinándome un poco tomé sus labios con los míos, lento, sin forzar, dejando que el beso floreciese por sí mismo. Sus labios se abrieron y pude beber su aliento fresco, mi lengua buscó la suya, y al sentirme ella me abrazo por el cuello y se dejó arrobar por el frenesí del primer contacto. Gimiendo empezó a frotar su lengua con la mía, sus senos duros se restregaron contra mi pecho, y proyectando el pubis hacia mi, sentí su pelvis empujando en mi entrepierna, causando de inmediato en mi una erección palpitante y casi dolorosa.

Cuando notó mi miembro contra su vientre se separó de golpe, acusando una punzada de miedo.

"Shh... Tranquila," le susurre al oído, abrazándola de nuevo, pero acomodando mi cuerpo de lado para que no sintiese mi excitación. "Esta bien, es solo un beso."

La sentí temblar, pero quiso quedarse entre mis brazos, jadeante, desconcertada ante el ímpetu de su propia energía. La tomé de la mano y avanzamos otro rato sin hablar, sintiendo la tremenda cercanía del otro.

Luego ella me jaló a sentarnos en una gran roca. Puso cara seria. "Disculpa, no quería que eso pasara. No se si estoy lista para... Estar contigo", me dijo.

"Quieres que me vaya?" pregunté.

"No! Quiero que te quedes, pero tengo miedo."

Honesta, la chiquilla, hay que reconocer.

"No tiene que pasar nada más, si no quieres", dije, "fue solo un beso, el mas delicioso del mundo, pero puedo esperar hasta que quieras darme otro".

"De veras?" dijo ella, mirándome a los ojos, sin aliento.

"Que no te diste cuenta como me haces enloquecer?"

Se le colorearon de rubor la cara y las orejas, y rehuyó mi mirada por un momento.

Le tomé una mano y la hice voltear hacia mi. "Te quiero, chiquilla".

Me miró a los ojos, temblando, y sus ojos se llenaron de lágrimas. "Yo tambien te quiero," dijo, "pero no estoy lista."

Yo me acerqué a su rostro y ella, al contrario de lo dicho, ofreció su boca de nueva cuenta.

La besé saboreando los labios hinchados y la lengua que, tímida, entró a mi boca buscando ser aceptada.

Solté sus labios y la abracé con fuerza, esta vez dejando que sintiera mi erección contra su vientre, y murmuré su nombre en su oreja. Rosa soltó un suspiro tembloroso.

Lento, recordé, y separándome de ella la volví a tomar de la mano.

"Ven, vamos a caminar."

Bajamos de las rocas y seguimos por un rato la curva ancha de la bahía. El sol se hundió en el horizonte y para evitar el ataque de los moscos caminamos justo a la orilla del mar, en donde la brisa nos daba cierto respiro. Me detuve de pronto y la volví a atraer hacia mí, para besarla más profundamente, con las olas lamiéndonos los pies. Su aliento se volvió un jadeo entrecortado y frotó su cuerpo contra el mío, haciendo pleno contacto con sus senos, su vientre, su pubis, sus muslos. Estuve a un instante de agarrarle las nalgas, pero logré contenerme. En su lugar le besé los ojos, la frente, luego me acerqué a explorar una oreja.

Cuando Rosa sintió mi lengua recorriendo los pliegues de su oreja todo su cuerpo se sacudió en un espasmo, y soltó, sin poder controlarlo, un largo gemido mezclando angustia y deseo por partes iguales.

Decidí no insistir, y la llevé de regreso a las palapas, dejándola temblorosa, habiendo hundido en su carne el arpón de doble filo del alivio de ver que su miedo había sido infundado, junto con la excitación incipiente, incompleta, frustrada del primer contacto. Yo me fui a mi hamaca con los testículos bien hinchados y dolorosos. Ni modo. Esa noche fue solo puñeta, larga y placentera eso sí, pero alivio temporal de las ganas de cobrarse esa pieza.

A la mañana siguiente había logrado obviamente desencadenar el proceso químico del emparejamiento, con el riesgo ineludible de que me afectara a mí por igual medida. Al encontrarla su cara se iluminó en una gran sonrisa y sus ojos brillaron, y me sentí responder de igual manera, con hormigas corriéndome por la panza y oleadas de deseo hinchándome el pecho. Nos abrazamos, ignorando por completo el entorno y nos besamos. Algunos de mis colegas soltaron entonces risillas cómplices, mirando por un momento, antes de volver a sus asuntos de dominó, cerveza y hierbas de fumar.

Nos separamos. Pasamos el día a corta distancia, mirándonos un poco de lejos, sin querer hacer más obvia nuestra atracción. No fue sino hasta el anochecer que me senté junto a ella frente a la fogata, y luego de un momento ella sin decir palabra se puso en pie y arrancó hacia el mar. Yo tomé unos segundos para recoger una manta y echármela al hombro antes de seguirla.

Al alcanzarla me ofreció su mano, y seguimos en silencio, escuchando las estrofas infinitas de las olas. Nos alejamos del fuego y las palapas bajo la luna llena que jugaba a esconderse entre jirones de nubes. Caminamos buen rato sin hablar hasta que el fuego del campamento fue solo un punto naranja en la lejanía. Entonces Rosa indicó un talud de arena, yo extendí la manta, y ella se sentó acomodándose la larga falda de gasa que llevaba en torno a los muslos. Me senté junto a ella y de inmediato sentí sus brazos en torno a mi torso, al girar la cabeza encontré sus labios justo frente a los míos, ofreciendo en silencio su aroma fresco y dulce. Nos empezamos a besar. Luego de besarla en la boca besé sus ojos, sus mejillas, su cuello. Mis manos, bajaron por su espalda y le recorrieron el talle, luego subieron por su vientre hasta acunar sus senos, sintiendo la forma cónica que tienen los pechos sin estrenar, duros, con los pezones tremendamente erectos empujando la tela del bikini y la playera que le cubría los hombros. Al sentirme tocar sus senos sus ojos entrecerrados se abrieron de golpe y el aliento se le quedó en la garganta. Negó con la cabeza y quiso apartar mis manos.

"Tranquila, solo quiero conocerte un poco, no va a pasar nada." Juntando sus manos en las mías le bese las palmas. Ella dudó un instante y luego llevó lentamente mis manos de regreso a su pecho, para ponerlas sobre sus senos turgentes.

Froté los pezones haciendo círculos con mis pulgares, adivinando las areolas bajo las capas de tela. Rosa soltó un largo suspiro, dejándose hacer. Le acaricié ambos senos con la punta de mis dedos, y luego recorrí sus hombros, su espalda, hasta encontrar el lugar donde su cintura se ensanchaba para dar lugar a la cadera generosa. Cuando agarré los bordes de la blusa y jalé hacia arriba, susurrando en su oreja "hermosa, quiero conocerte un poco", ella alzó los brazos y dejó que le sacara la blusa, quedando solo con el bikini y la falda de gasa.

Era ya momento de actuar con firmeza, sin darle oportunidad de dudar. Había que detonar en ella nuevas sensaciones y dejarlas correr sin interrupción, para que al momento de hacerla mía su cuerpo respondiese de forma instintiva a mi estímulo. Por otro lado, ya tenía yo el inmenso deseo de descubrir esos pechos nuevos, aspirar su fragancia, mamarlos.

Cuando subí la tela del bikini exponiendo al aire los pezones endurecidos, Rosa se tensó un instante, pero me dejó hacer, así que le saqué la pieza del todo, quedando ella con el torso desnudo. Me retiré un poco para admirarla.

"Hermosa mujer. Eres una delicia."

Ella sonrió complacida, y alzó un poco sus pechos desnudos, para darles mejor proyección.

Extendí las manos y acuné los senos pálidos, trazando el contorno de los pezones enhiestos con mis pulgares. Tenía la carne firme, los pechos cónicos bien alzados. Afortunado yo, la muchacha resultó tener los pezones asi como me gustan. No es que me hubiera detenido el hallarlos diferentes, pero las areolas anchas y los pezones oscuros, generosos, grandes como habichuelas me parecieron fabulosos. Me gusta tener de qué agarrarme al chupar un seno.

Incliné la cabeza hasta tomar un pezón en la boca y empecé a mamar sin prisa, aspirando la fragancia de su piel, jugando la punta dura con la lengua. Rosa soltó un suspiro tembloroso al sentir mi boca en su pecho y subió los brazos para acunar mi cabeza. Sus dedos se mezclaron con mi pelo mientras me veía succionar su pecho turgente, entregándolo por primera vez a una boca ansiosa.

Es importante estimular adecuadamente los senos de la mujer. Un pecho bien mamado despierta en ella instintos maternales, y facilita el acceso posterior a otras regiones más recónditas.

Solté el seno con un ligero chasquido para poder chupar el otro, y me pareció aún más delicioso que el primero. Pude identificar el aroma de su excitación subiendo por su vientre. Estarían ya hinchándose los pliegues de su sexo, lubricándose, preparándose para recibir mis atenciones.

Con paciencia y buena maña pronto estaría yo bebiendo las mieles de esa flor que recién empezaba a soltar su fragancia.

Rosa se dejó caer sobre su espalda, recostándose en la manta. Yo la seguí, sin soltar el pecho, recorrí con la punta de mis dedos la piel de su vientre. Tuve que soltar el pezón erecto para poder cubrir su boca con la mía, y distraerla un poco mientras mis dedos bajaban más allá de su ombligo, acariciando la zona de sus ovarios. Rosa dio un respingo cuando me sintió tocar su bajo vientre, y su mano quiso por un momento apartar la mía. Alzando la mano insistí en el beso, luego volví a chupar los pezones morenos, e hice una larga línea de besos desde un pecho hasta su oreja, subiendo por el cuello. Sus jadeos indicaron el tránsito de su atención a lo que estaba ocurriendo en su oreja, liberando oleadas de gozo en su cuerpo vibrante. Cuando volví a poner mi mano sobre su monte de venus, por encima de la falda y el bikini que llevaba debajo, ella estaba ya tan caliente que solo gimió y empujó su cadera contra mi mano facilitando el contacto.

Ya estaba casi al punto, esta Rosa, de dejarse hacer mía.

Cuando mi mano trazó los primeros círculos sobre su monte de venus aun sin tocar directamente la perla escondida entre los pétalos de jade, Rosa me dejó hacer, marcando el movimiento de mi mano con sus gemidos. Poco a poco fui bajando hasta que mis dedos encontraron un clítoris erecto y prominente levantándose bajo la tela, indicando la ubicación inmediata del umbral del templo en el que pronto esperaba yo hacer ofrenda y sacrificio.

Arrodillándome a su lado empecé a besar el espacio entre sus senos, y bajando un poco, el vientre aterciopelado y fragante. Extendí un brazo y puse la mano en su rodilla. Poco a poco fui subiendo la falda para descubrir sus muslos, y recorrer la piel recién descubierta con la punta de mis dedos. Acerqué mis labios a su ombligo, y comencé a trazar círculos con mi lengua en torno a él, Rosa tembló un instante, y abrió un poco las piernas. Mi lengua llegó finalmente al ombligo, y hallando su aroma tremendamente excitante, metí la punta en él, simulando a pequeña escala lo que habría de ocurrir pronto un poco más abajo. Flor soltó un gemido mezclando angustia y deseo cuando sintió mi lengua en su ombligo. Sus manos agarraron mi cabeza, como si quisieran detenerme, y, cosa de no interrumpir el proceso abandoné el vientre aterciopelado para volver mi atención de nueva cuenta a sus senos. Chupando un erecto pezón, decidí empujar mi suerte metiendo una mano bajo su bikini para acunarla directamente sobre su pubis, enredando en mis dedos el vello abundante que cubría su monte de venus.

Rosa soltó un largo gemido y negó con la cabeza, pero sin rechazar el contacto. Deslicé mis dedos entre los labios hinchados hasta dar con el clítoris erecto. El pubis estaba desde allí empapado con los fluidos de su excitación.

"Que flor mas linda" le susurré, "hay que probar la miel de esa flor". Me incorporé a mis rodillas, y metiendo mi mano entre sus piernas le hice separar los muslos para poder colocarme entre ellos. Aparté la tela del bikini para descubrir su sexo, hallando entre los labios hinchados un clítoris grande y bien formado, como una perla brillante, alzándose orgulloso entre los pliegues de la vulva. El aroma del fluido que impregnaba los labios del sexo me llamaba a gritos a que fuera poner ahi la boca, asi que bajando la cabeza di una primera pasada con la lengua a todo el bizcocho recién expuesto al aire de la noche. Rosa apreció el trato con un fuerte gemido.

Mientras trazaba círculos con la lengua en torno al clítoris, haciéndola vibrar y perder el control de sus miembros, me deshice de mi short, liberando mi propio instrumento que empujaba tenso contra la tela, deseoso de unirse a la fiesta.

Juzgué que Rosa estaría próxima a correrse cuando sus gemidos tomaron cadencia regular y empezaron a hacerse más audibles. Ya la tenía en la plataforma de despegue, así que era momento de subirse a la nave, ya que estaba por zarpar. Le saqué el bikini y monté entre sus muslos de leche. Besando sus senos me acomode sobre ella. Mi pene hizo el primer contacto con su centro húmedo y caliente, deslizándose a todo lo largo entre los labios, quedando atrapado entre nuestros vientres. Le di un par de empujes, buscando que mi glande tocara su clítoris, antes de querer entrar.

Rosa estaba ya tan cerca del clímax que se dejó llevar por las sensaciones. Usando mi mano rectifique el ángulo de empuje, y esta vez sentí mi glande embonar en el vestíbulo de la vagina, que se cerraba pronto, prieta, estrecha. A duras penas controlé el impulso de empujar con todo mi peso y adueñarme de su canal secreto de una buena vez. Sabiendo que nos iría mejor si le daba buen trato en esta primera cópula, empujé, pero sin forzar la entrada, estimulando sólo el umbral, dilatándolo poco a poco hasta lograr hacer entrar el glande.

Fue ahí que di con la barrera de su virginidad.

Rosa de pronto abrió los ojos azorada y logró modular sus jadeos, "espera, espera."

Yo, haciendo otra vez un tremendo esfuerzo me detuve, sin retirarme, con mi glande atrapado en ella.

"Me quieres?" preguntó de nueva cuenta con voz ronca.

"Te quiero," le dije de regreso, y la besé con suavidad en la boca.

"Me va a doler?" insistió ella.

"Te duele ahora?"

"No..."

"Te gusta lo que sientes?"

"Si. Me tienes en las nubes."

"No tiene porque doler, si te esta gustando," dije, y di un par de empujes cortos. "Primero sigamos asi. Me puedes decir cuando estes bien lista, y entonces averiguamos."

Ella jadeó al sentirme entrar, y noté sus muslos y su vientre relajarse, aceptando la intrusión.

"Sigue así," ordenó, "yo te digo cuando."

Correcto, no podría haber pedido mejores instrucciones.

Para darle variedad al asunto, me retiré de la entrada aún sellada y bajé la cabeza para poder lamer todo cuanto allí encontrase, procurando empezar desde bien abajo y recorrer toda la ranura hasta dar con el clítoris hinchado, testigo ciego de nuestro encuentro. Su abundante fluido salino me supo mejor que el más fino néctar, y dirigí mis atenciones a su botoncillo, haciéndolo vibrar con mi lengua, frotando la capucha que quedaba en torno a la base.

Rosa halló grato el procedimiento. "Eso, ahí... Sigue."

Sus jadeos regulares indicaron que estaba por hallar su primer transporte esta noche. Jadeando laboriosa fue subiendo, dejándose beneficiar por la sensación, y de pronto logró coronar la cúspide, sin inhibirse en volumen o ademán. Con un largo gemido gozoso arqueó la espalda y tensó por un momento el cuerpo, arrebatada por la primera ola.

Siguieron una serie de espasmos y contorsiones muy sorprendentes, mientras la chica se dejaba arrastrar por su primer orgasmo y me inundaba la boca con un fluido lechoso y perfumado. Tragué goloso, aspirando su esencia, mientras ella pulsaba y temblaba bajo mi boca, arrojada de golpe al campo sensorial primigenio de la vida.

Frené un poco, dejándola correr, hasta que sentí amainar su primer tormenta, contento con poder beber la energía abundante desencadenada en su entrepierna.

Me incorporé a mis rodillas para poder verla, temblorosa, con los ojos cerrados, trayendo la nave de regreso a buen puerto, jadeando cada vez más suave, hasta que finalmente soltó un grandísimo suspiro entrecortado y abrió los ojos.

"Uf. Guau. Yo nunca..." Dijo con voz ronca. Yo le sonreí en silencio.

"Pero tú..." agregó. "Ven."

Me incliné sobre ella, y ella me beso en la boca. Subiendo las rodillas hacia el pecho me dio amplio espacio entre sus muslos, y bajando la mano se apoderó de mi erección, para guiarla hacia los pliegues empapados de su sexo. Dejé caer un poco mi peso sobre su vientre y mi glande halló pronto el anillo estrecho de su vagina. Cuando me sintió en la entrada, soltó mi boca para verme a los ojos y repetir "Ven."

Empuje un poco, sintiendo el canal tremendamente estrecho, ella abrió las rodillas aún más, proyectando el pubis hacia arriba, dándome total acceso a su vientre. "Eso," dijo al sentirme dilatar su entrada. "Primero así, poquito."