Eva, Estudiante Promiscua (02)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 2 de la serie de 7 partes

Actualizado 04/29/2024
Creado 04/10/2024
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Serían sobre las once cuando me entraron unas ganas de mear irrefrenables. Debía llevar en el cuerpo no menos de media docena de jarras de cerveza y lo sorprendente era haber aguantado tanto tiempo, teniendo en cuenta que siempre he sido de muelle flojo.

Me levanté con ánimo de ir al baño y me zafé de mi silla a duras penas, con un mareo más que notable. No había dado dos pasos, cuando una voz a mi espalda me retuvo.

--Eh, Jose, ¿vas al baño?

Me volví y observé que era Eva la que me había hablado. Sonreía con ese tipo de sonrisa de la que antes os mencioné. De las matadoras. Se había levantado igualmente de la mesa e intentaba liberarse de su silla que, al igual que la mía, parecía querer hacerle la zancadilla.

Me extrañó no haberme fijado en ella en las dos horas que llevábamos en la terraza del bar. Mas increíble aún si teníamos en cuenta que había estado todo el tiempo sentada a mi izquierda, hombro con hombro. Aquella chica se hallaba en una constelación a un millón de años luz de la mía, pensé. Y quizá por ello la había ignorado toda la tarde. Y ella a mí.

Cuando Eva se apoyó en mi brazo para mover su silla hacia atrás sin caer, otro detalle evidenció lo inalcanzable que era aquel bombón para un infeliz como yo. Me explicaré. Si Eva se hubiera agarrado del brazo de alguno de los otros compañeros, cachitas de gimnasio la mayoría, seguro que su novio le habría mirado con ojo avieso y le habría enviado un mensaje fulminante: «ojito lo que haces con mi chica».

Al tratarse de mí, sin embargo, el muy imbécil ni se había inmutado. Muy al contrario, seguía impertérrito con el concurso de eructos que mantenía con los dos colegas sentados a su izquierda. Ni se había dignado a girar la cabeza hacia nosotros.

--Sí, voy a echar un pis --le respondí con voz turbia.

--Pues te acompaño, que yo siempre me pierdo por ahí abajo.

Se refería a que los baños se encontraban al final de una estrecha escalera en penumbra en la que el techo descendía tanto que tenías que tener cuidado para no golpearte la cabeza y bajar rodando.

Todo el trayecto lo hizo Eva con su mano derecha en mi hombro, como si intentara sujetarse por el mareo de las cervezas que había... ¡Espera! En mitad de mi neblina cerebral recordé un detalle: Barbie solo había bebido una cerveza, la primera de la tarde, con objeto de no brindar con algo sin alcohol. ¡El resto del tiempo había bebido coca-cola!

Joder, ¿por qué entonces se fingía mareada? ¿Por qué se aferraba a mí como si fuera una tabla en mitad del océano? Un escalofrío recorrió mi columna justo hasta la puerta de los baños.

El enigma se evaporó en cuanto ella abrió la puerta del lavabo de señoras y se metió dentro. La fracción de segundo en que tardó la puerta en cerrarse con el muelle automático la observé absorto. Confirmé que no la había mirado prácticamente en todo el día.

Si lo hubiera hecho, no me habría pasado desapercibida su minifalda rosa de vuelo a medio muslo que hacía las delicias de los mirones mientras la movía al andar. Por encima llevaba un top blanco con tirantes que amoldaba sus apreciables pechos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Del tamaño que a mí me han gustado siempre. Ambas piezas eran de una sencillez exquisita, y más pensadas para mostrar piel que para cubrirla.

Suspiré y recordé que me meaba sin remedio. Corrí hacia el baño de los chicos y entré a la carrera. Por suerte se hallaba vacío. En el lado izquierdo había tres meaderos de pared; a la derecha dos lavabos con espejo; y, al frente, dos cubículos individuales cerrados por completo que te permitían mear tranquilo sin que te atosigaran por el hueco de encima o de debajo de la puerta.

Me colé en el menos sucio y lo cerré por dentro. Vacié la vejiga con un suspiro de placer y tiré de la cadena. Después me abroché el cinturón y abrí la puerta.

El corazón se me detuvo cuando un meteorito se abalanzó sobre mí y me empujó hacia dentro de nuevo.

--Joder lo que tardáis en mear los tíos... --susurró una voz excitada que me dejó flipado.

*

La dueña de aquella voz me empotró contra los baldosines de la pared y, girándose, cerró el pestillo de la puerta. Acto seguido, bajó la tapa del wáter y dejó su bolso sobre ella.

--Hostias, Eva... --dije con los ojos como platos--. Vaya susto que me has dado. ¿Pasa algo...?

--Sssshh... --siguió con los susurros--. Habla bajo para que no nos oigan.

Me había puesto un dedo sobre los labios para reforzar sus palabras. Sus ojos chispeaban y sus mejillas arreboladas la embellecían aún más.

--Pero...

No pude continuar. Se acercó a mí, se puso de puntillas y me echó los brazos al cuello. Vi su lengua venir hacia mi boca y casi no tuve tiempo de abrirla para recibirla en mi interior. Los siguientes minutos nos comimos los morros con lentitud y parsimonia.

--Joder, que bueno estás... --suspiraba mientras me lamía los labios con ansía.

Su boca era suave y sabía a coca-cola y menta. Su lengua parecía una serpiente sedienta que buscaba todos los rincones de la mía. El calor que transmitía era tan agradable que era imposible resistirse a sus besos.

--Tú tampoco estás nada mal... --jadeé queriendo devolverle el cumplido.

Y se dejaba magrear. Con una mano le amasaba las tetas por encima del top y con la otra le sobaba el culo por debajo de la falda. Qué culo, por cierto, duro y firme como una pelota de goma maciza y suave como el terciopelo.

Me hubiera pasado toda la noche morreándola y sobándola, pero comprendí que lo que hacíamos --lo que ella hacía, para ser exactos-- era una puta locura.

¡Joder, su novio estaba en una mesa a unos metros bebiendo cerveza como si no hubiera un mañana! En cualquier momento podría aparecer por allí con la vejiga a punto de reventar.

La empujé hacia atrás y soltó el lazo en mi cuello. No obstante, no me permitió alejar mi cuerpo del suyo ni un milímetro. Su entrepierna se pegaba a mi muslo, y allí notaba un calor y una humedad que hacía crecer mi erección hasta matarme.

--Pero... ¿qué haces, Eva, por dios...? --me quejé asustado.

Me agarró la polla por encima del pantalón y sonriendo me dijo bajito:

--Sssshh... --volvió a repetir--. Te he dicho que susurres. Si nos oyen y mi novio se entera de que estamos aquí, va a correr la sangre... jajaja...

--Vale... --casi suspiraba las palabras, más acojonado que ella, por lo visto--. Pero dime que estás tramando...

--Verás... --replicó--. Es que esta noche me siento traviesa... Y quiero que juguemos a un juego...

Tragué saliva. Estaba claro que fuera lo que fuese que pretendía, no había hecho más que empezar. En mi mente solo había una idea: inventar algo para escapar de allí lo antes posible.

--¿Q-qué juego...? --conseguí articular intentando ganar tiempo.

--Al juego de tu mandas y yo obedezco...

Mi polla dio un salto dentro del pantalón y ella lo notó.

--Jajaja... está viva, se ha movido sola... --dijo con risa perversa, y la apretó aún más.

Pensé que lo mejor era llevarle la corriente y acepté jugar. Todo por acabar cuanto antes y salir de allí.

--Vale, juguemos... --dije--. ¿Qué quieres que hagamos?

--Hummm... --puso morritos de enfado--. Creo que no lo has entendido...

Mi expresión, en efecto, era de no entender nada... Sobre todo porque «no entendía nada». Y ella aprovechó mi desconcierto para proseguir.

--He dicho que «tú»... --me señaló con un dedo índice-- mandas y «yo»... --se señaló a ella misma-- obedezco... Así que dime, mi amo, ¿qué quieres que te haga tu esclava...? --terminó, poniendo morritos de niña buena.

Deseé que se me tragara la tierra. ¿Qué coño había fumado aquella chica? Le escruté los ojos para detectar lo que fuera que hubiera tomado. Pero no descubrí nada. Por suerte o por desgracia, tenía experiencia en detectar el efecto de las drogas en los ojos de la gente. Y comprobé que en aquellos ojos no había ni un ápice de sustancias tóxicas. Su locura debía de provenir de alguna otra parte, aunque del alcohol tampoco podía ser. Quizá estaba simplemente cachonda, me dije. Como una puta cerda, eso sí...

Seguí intentando ganar tiempo.

--Una pregunta, «esclava»... Solo es una pregunta, ¿eh...?, no te lo tomes a mal... --susurré con gesto concentrado, como entrando en el juego--. ¿Qué cosas son las que puedo... pedirte... que hagas?

--Jajaja... --rió desenfadada--. ¿Qué quieres, un menú...?

Reímos los dos a coro y ella apretó mi polla con mayor fuerza.

--Ufff... --me quejé--. Joder, Eva, que eso duele...

Pero ella ignoró mi comentario y volvió a apretar.

--Piensa, mi amo, las posibilidades son muchas... --dijo y me lamió los labios. Un estremecimiento me recorrió la columna vertebral. Me estaba poniendo cachondo de veras la zorrita.

Miré a mi alrededor y comprobé que no eran tantas las posibilidades, en realidad. El cubículo era pequeño --aunque limpio-- y la tapa del wáter estaba bastante deteriorada.

Follarla sobre el retrete iba a ser bastante jodido, valga la redundancia, porque sentarnos en la tapa para hacerlo la destruiría por completo y peligraba nuestra integridad. Por otro lado, metérsela de pie era más que complicado. Yo era mucho más alto que ella y su entrepierna me iba a quedar muy baja para acertar con el orificio sin romperme la espalda.

Pensé en una solución intermedia.

--Quiero que me la chupes... --lo dije por decir. Estaba seguro de que se iba a burlar de mí y me iba a dejar allí tirado. Ya imaginaba su risa mientras salía del baño. Y la risa de sus amigas al siguiente lunes, cuando les hubiera contado a todas el vacile que se había traído conmigo.

Su respuesta, sin embargo, pareció seguirme el juego. Y volví a acojonarme mientras mi polla se alegraba.

--Ufff, amo, eres un cabroncete, ¿eh...? --sonreía malévola apretando mi erección que crecía y crecía--. Acabas de mear, tu pilila va a estar muy guarra... ¿Vas a dejar que tu esclava se manche los morritos de pis...?

De pronto, tras los primeros momentos de zozobra, empezaba a tranquilizarme. ¿Qué podía perder por seguirle la corriente? Al fin y al cabo la acababa de morrear de lo lindo. ¡Había morreado a la diosa! ¡Yo, un simple mortal le había comido la boca a la Barbie! ¡Joder! Si me estaba vacilando y se reía de mí el lunes con sus amigas, al menos eso no me lo iba a quitar nadie.

Así que seguí con el cuento.

--Si mi pilila está sucia de pis y sabe mal, te jodes, esclava. Soy tu amo y te pido... no... no te pido... te «exijo»... que me la chupes.

Apreté los labios esperando su respuesta.

--Vale, mi amo... --dijo sin cortarse--. No te enfades, por favor... estoy aquí para cumplir tus deseos...

Abrí los ojos flipando cuando se puso en cuclillas, me desabrochó el cinturón y tiró de mis pantalones hacia los tobillos. Tras los pantalones fueron los bóxer y mi rabo rebotó hacia arriba, ufano y libre. No dejó de mirarme a los ojos mientras lo hacía.

No-me-jo-das, pensaba acojonado, ¡que la guarrilla de Eva me la iba a mamar...! No me lo podía creer.

--Venga... chupa... --dije aguantando la respiración.

Eva agarró mi polla con las dos manos y la miró con ojos de gata hambrienta.

--Joder... que dura tienes la pilila... y qué blanquita, ¿no es demasiado blanca?

--Sí, me lo dicen mucho... --repliqué consternado. La blancura de mi polla no solía ser un hándicap, sino todo lo contrario. Pero nunca se sabía si a una chica concreta le gustaría o no.

--Ya, claro, es que tú eres muy rubio... --me dio la razón y me hizo sentir bien.

Me amasaba los huevos con una mano y me pajeaba con la otra mientras hablaba...

--A mí me gustan más los morenos...

--Sí, ya, como tu... ejem... tu novio... --dije por no quedarme callado.

--Sí, tú lo has dicho, como el «capullo» de mi novio.

Parecía que no le hacía ascos a mi «pilila», como la había llamado, y eso me relajó. Y esperé a sentir el calor de su boca alrededor de mi glande, que ya rozaba sus bonitos labios.

Me apoyé en las dos paredes a mi alrededor para no caer porque las rodillas me temblaban. Mi polla se encontraba tan cerca de su boca que su aliento me llegaba nítido. Me concentré en no correrme para no liarla. Sería una real pena que se me escapara un chorro antes de que se la metiera dentro. Porque en ese momento ya no dudaba de que me la iba a chupar siguiendo las reglas de aquel juego tonto.

--¿Estás preparado? --me miraba a los ojos como una perrilla fiel.

--Espera... --la detuve--. Quiero algo más, esclava.

Me miró interrogativa, pero no la dejé hablar.

--Quiero que te recojas la falda y abras las piernas, me apetece verte el triángulo del coño mientras me la chupas.

Sacó la lengua por una comisura y se la mordió con expresión pícara. Después abrió las piernas y me enseñó su «piquito» de algodón blanco y rosa.

--¿Quieres que me quite las bragas, amo?

--No, no hace falta... esclava --tuve que aguantarme la risa--. Ya te las quitarás luego...

Y no hubo tiempo para más.

Posó su lengua en la base de los huevos y la subió con lentitud por el tronco de la polla hasta llegar al glande. Se notaba sus deseos de simular una película porno. Toda aquella tontería no era normal en un polvo de bar. Pero me dejé llevar, una vez más.

Y el recorrido de su lengua me produjo un escalofrío que me crispó el rabo de punta a punta. Al llegar a la parte superior, succionó el capullo y le dio unos lametones haciendo rizos con la lengua.

--Sí, es lo que imaginaba... --dijo pensativa--. Sabe a pis...

Pensé que allí acababa la aventura de esa tarde y cerré los ojos. Ya la imaginaba de nuevo corriendo hacia la salida.

Una vez más volvió a sorprenderme.

--¡Está riquísima...! --dijo sonriendo.

Miraba su sonrisa de dientes perfectos y nacarados a un centímetro de mi glande y no podía creer la suerte que tenía. Eva no se cortaba con nada. Cerré los ojos para no ver aquellos dientecitos infantiles, porque me temía que aquel gesto de su rostro podía hacerme correr antes incluso de que empezara a chupar de veras.

--Sí, cierra los ojitos, mi amo, que te lo vas a pasar en grande...

Y sin más dilación empezó a mover su cabeza adelante y atrás tragándose el rabo y soltándolo de forma alterna. Mi polla al completo era ya un escalofrío. Y no porque su boca no estuviera caliente. De hecho, ardía la muy puta.

Los siguientes minutos --al menos tres o cuatro-- me la mamó sin decir una palabra. Solo gemidos y ronroneos salían de su boca.

--Mmmm... ahhh... ahhh... Mmmm... Hummmm... gloglogló...

El sonido líquido de su boca al mamarla era música celestial. Yo no podía decir mucho al verla chupar, solo era capaz de animarla.

--Venga... venga... bien... chupa... chupa... así... Pero qué guapa estás cuando chupas, Evita...

--Jajaja... --rió de nuevo--. ¿Estoy guapa?

--Sí, preciosa... pero chupa, por dios...

--Vale, mi amo...

Conseguí aguantar y no correrme demasiado pronto. De hecho, yo solía durar más con una mamada que follando. Así que me sentí capaz de soportar lo suficiente como para no parecer un pardillo, y mi autoestima me ayudó a sobrellevar la tensión del momento.

Tras unos instantes de mamar sin descanso, se sacó el rabo de la boca y se limpió las comisuras de los labios con el reverso de la mano. Y entonces volvió a hablar.

--A ver... --me tomó de las manos y se las llevó a la parte trasera de su cabeza--. Haz algo, amo, que estás como muerto.

Parecía referirse a que fingiese que la estaba obligando. Y yo, obediente, no quise decepcionarla. La agarré del pelo y la apretaba contra los huevos cuando mi polla le tocaba las cuerdas bocales. La dejaba allí unos segundos --soportando su lucha para no asfixiarse-- y luego la soltaba.

--Agggg... qué cabrón... --suspiraba ella cuando conseguía respirar.

Alguna que otra arcada la hacía lanzar babas al suelo a porrillo, pero me había dicho que no me quedara quieto y yo obedecía. Así que tras la arcada volvía a jugar con ella. Y la cara se le teñía de morado cuando la mantenía cinco, siete, diez segundos sujeta y a un punto cercano a la asfixia.

*

En una de las ocasiones en que la permití respirar, Eva se echó hacia atrás y liberó su boca. La tiré aún más del pelo y quise volver a asfixiarla, pero ella se echó a un lado.

--Espera, tío, espera... --dijo tosiendo--. Solo una cosa: cuando vayas a correrte, avísame... amo... Como no me avises, te juro que te mato...

Solté una risita y confirmé con la cabeza. No estaba seguro de si lo haría o si la obligaría a tragarse toda mi leche, por zorra, pero cuando llegó el momento me apiadé de ella.

--Joder... joder... Eva... su puta madre... me corro... joder...

Había aguantado hasta el último segundo, sin embargo, y el primer lefazo le entró directo a la garganta. Eva, de un salto se puso en pie y se situó a mi costado, sujetándome con un brazo por detrás de la cadera. Con la otra mano comenzó a pajearme desbocada.

El segundo y el tercer chorro salieron con tanta potencia que salpicaron los baldosines de la pared de enfrente, quedando colgados como escupitajos. El resto --tal vez fueron seis o más-- salpicaron la tabla del wáter y el suelo más allá de él. Los restos finales ensuciaron la mano de Eva.

La chica se puso de puntillas y me dedicó un morreo póstumo, como un premio por la corrida. El sabor salado de su boca me confirmó que Eva se había comido el primer disparo. Me lo callé para evitar complicaciones.

--¡Vaya lefada, tío...! --silbó mirándose la mano pringada--. ¿Tú siempre echas tanto y con esta fuerza...?

--Bueno, casi siempre... --respondí orgulloso, aunque sabía que ni de coña era así. Mi cañón había disparado el doble de pólvora de lo normal, y había sido por lo cachondo que me había puesto aquella putita.

Se llevó la mano a la nariz y olió la lefa que le goteaba. Sentí un punto de asco e imaginé que a ella le pasaría lo mismo.

--Vaya, pues no huele tan mal... Se ve que eres un tío sanote... --dijo tan tranquila.

Sonreí sin saber qué decir. Por aquella época me faltaban muchos años para aprender que el olor del esperma humano tiene mucho que ver con la alimentación del hombre y, también, con su estado de salud. A más medicinas, peor olor.

Tomó el rollo de papel higiénico y extrajo un buen puñado de vueltas de él. Se limpió la mano pringada y, a continuación, cogió la polla y comenzó a frotármela.

--¿Así limpita está bien, mi amo...?

--Sí, pero así no me gusta...

--¿Qué...? --dijo como sorprendida, aunque sus ojos sonreían malévolos. Sabía de sobra a qué me refería. Por si acaso, se lo expliqué.

--¿Puedes limpiarme la pilila con la lengüita?

Sonrió con picardía.

--Te gustaría... ¿eh, Josito? --ya no me llamaba «amo», ahora éramos solo Eva y Jose, no unos personajes de cuento. Y así me gustaba más el juego.

--Pues que quieres que te diga, Evita, me haría mucha ilusión...

Tomó con dos dedos un pegote de semen que colgaba del frenillo y los amasó con ellos. Luego se los llevó a la nariz, oliendo de nuevo mi lefa.

--¿Quieres que la chupe...? --preguntó con una sonrisa de oreja a oreja--. Eres una guarrete, ¿lo sabías?

--Sí, cómetela, Evita...

Mi polla comenzaba a cabecear hacia arriba.

Y Eva llevó la lengua a sus dedos y los relamió con placer.

--Y ahora la pilila, anda, no seas mala... --le dije temblando de puro cachondo.

--Qué cabroncete... --soltó sin dejar de sonreír--. Eres como todos... Muy tímido y tal, pero a la hora de follar no os cortáis un pelo.

--Anda, no seas mala... --le dije empujándola del hombro para que se arrodillara.

Y sus piernas comenzaron a doblarse. Me volví loco del morbo, al tiempo que mi polla rebotaba hacia arriba dispuesta a una nueva batalla.

Y la imaginé a mis pies, sus piernas en cuclillas enseñándome las bragas por debajo de la falda. Y su lengua haciendo rizos alrededor de mi glande, dejándolo limpio y reluciente. Y luego se tragaría aquellos restos que tanto parecían gustarle. Y apreté los ojos para dejarla hacer.

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