Somos Felices Las Tres Capitulo 36

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- Que rico besas. Me ha gustado mucho.

- Tú también, mi niña hermosa. Estoy muy excitado con todo esto.

- Y yo también, mi vida. ¿Crees que podríamos irnos adonde podamos tener más intimidad? Tengo muchas ganas de que me hagas tuya.

- Claro, mi muñeca. Voy a pagar la cuenta. Espérame en la mesa, recoge tu bolso y subimos a la habitación.

- ¡que rico! Dame otro beso, anda!

Ulises me volvió a besar, sin importarnos que nos estuviesen viendo. Aunque esta vez fue menos largo e intenso. Se alejó hacia la caja mientras yo iba a nuestra mesa. Sentía que las piernas me flaqueaban, y la humedad de mi bichito corriendo entre mis bolas y escapando hacia uno de mis muslos. Al regresar, volvió a abrazarme, yo lo recibí con un besito, y nos fuimos hacia los ascensores para subir a la habitación. Nos encontramos a solas en el ascensor y me animé a tocarle la entrepierna, para acariciarle su miembro. Puede comprobar que lo tenía muy rígido, y por suerte no era tan grande ni grueso como su gran anatomía me había hecho temer por un pene demasiado grande para mi defloración.

Al llegar a nuestro piso, salimos hacia la habitación, y antes de abrir la puerta Ulises me empujó contra la pared y me besó con pasión y desenfreno. Yo me dejaba hacer todo pues quería disfrutar de aquella nueva sensación de sumisión femenina y mientras más fácil se lo ponía, más audaz y creativo era mi primer macho. Finalmente abrió la puerta y una vez dentro nos volvimos a besar. Esta vez yo le agarré su miembro por encima del pantalón, y así fuimos moviéndonos hasta el centro de la suite. Seguimos besándonos y él me alzó el vestido para poner sus manos en mis nalgas y yo respondí con un gemido y apretándole aún más el miembro que en algunos minutos me penetraría.

Ulises me soltó y poniendo sus manos en mis hombros me empujó, forzándome a ponerme de rodillas. Yo comprendí lo que el quería, y comencé a desatarle el cinturón y bajarle los pantalones. Le agarré el pene por encima del interior y acerqué mi cara para olerlo y besarlo. Fue cuando él mismo se lo bajó, dejando ante mis ojos el pene con el cual perdería mi virginidad. ¡Me pareció tan bello! Era un más largo que el mío, pero menos grueso. A diferencia del mío, estaba circuncidado, por lo que su cabeza aparecía ante mis ojos con todo su esplendor y perfección. Era muy proporcionado, y brillante. Mi instinto natural me llevó a besarlo. Lo hice con adoración y delicadeza, pues quería demostrar mi entrega y gratitud por la manera tan maravillosa como me había venido tratando. Después de darle muchos besitos tanto al tallo como a sus preciosas bolas, decidí probarlo pero esta vez con mi lengua, y al pasarla lor la superficie de su cabeza, me sorprendió lo suave de su superficie. No creo que haya otra zona del cuerpo humano que pueda ofrecer esa sensación. No quería dejar de jugar con mi lengua con aquella cabeza tan bella, tan perfecta, tan delicada y tan deliciosa al contacto con mi lengua. Podría haberme quedado allí por horas. Era un inesperado descubrimiento, y me gustaba de modo extraordinario.

Además de eso, me maravillaba ante la belleza de las gotas cristalinas de líquido preseminal que brotaban por el hoyito de la cabeza. Su brillo y la redondez de su superficie, la viscosidad y suavidad con la que se deslizaba aquel lubricante natural de nuestros órganos sexuales. Me atreví a probarlo con la punta de mi lengua, y me gustó. Me gustó muchísimo. Era una mezcla entre ácido y salado, un sabor delicioso. Hubiese deseado que fuese más abundante, para paladearlo aún más. Ese otro descubrimiento me movió a probar el mío desde entonces, y no hay vez en la que mane ese líquido cristalino de mis entrañas en que yo no quiera recogerlo con mis dedos para saborearlo.

Pero Ulises empujó su miembro dentro de mi boca y comprendí que quería que se lo mamara. Puse mucho cuidado de evitar que mis dientes no lo molestaran, y moví mi cabeza lentamente, mientras mi lengua acariciaba toda su extensión. Mis movimientos se fueron acelerando y podía escuchar los gemidos de placer de Ulises, lo cual me motivó a tratar de capturar aquel instrumento de placer hasta lo más profundo de mi boca. Al tocar mi garganta, sentí una arcada como respuesta refleja involuntaria, lo que me hizo toser. Ulises me colocó sus manos en mi cabeza, diciéndome. Tómalo con calma, muñeca. Sé que es tu primera vez... ya aprenderás a tomarme más profundamente. Anda, ponte de pie y desnúdame.

Me puse de pie y comencé a desabotonar su camisa. A medida que iba descubriendo su pecho pude notar que era muy velludo. También me provocó ir besando su pecho, y lamer sus pezones. El grato olor de su colonia era intoxicante y me provocaba pasarle mi lengua para saborear su cuerpo, lo cual hice. Le besé todo el torso y hasta metí mi lengua en su ombligo. El se dejaba consentir y me ponía la mano en la cabeza, aprobando mis gestos. Terminé de quitarle la camisa, y me arrodillé ante él para quitarle los zapatos, terminar de sacarle el pantalón y el interior y finalmente los calcetines. Allí lo tenía, erguido sobre mí, en toda su admirable y bella desnudez. Volví a besar su miembro, con todo el cariño y delicadeza de una novia virgen que quería ser tomada y servir a aquel varón, el primer varón de mi vida. Jamás pensé que podría desarrollar atracción por otro hombre, pero aquel macho me cautivaba y me gustaba cada vez más. Me había tratado con respeto, cortejándome con romance y haciéndome sentir verdaderamente una mujer. Era mucho más de lo que me esperaba. Creía que sería un encuentro meramente sexual, pero él me estaba ofreciendo algo mucho mejor y más bello. ¿Cómo no podía sentir gratitud y deseos de complacerlo? Quería hacerlo feliz, darle todo lo que esperaba de mí, complacer sus deseos y hacer de aquella una experiencia inolvidable tanto para mí como para él.

Ulises me tomó las manos y me ayudó a ponerme de pie, "Ven mi nena, quiero quitarte el vestido, porque me muero de ganas de verte desnuda". Dicho eso, comenzó a deslizar el vestido de mis hombros y progresivamente fui quedando expuesta a su mirada y caricias, que fueron abundantes. Sus manos se deslizaban por mi espalda, por mi vientre, a lo largo de mis piernas, mientras me decía palabras dulces y también besaba mi piel. Salté por encima de mi vestido, ahora a mis pies, me agaché para recogerlo, y Ulises me pidió que no me levantara. Se colocó detrás de mí, y comenzó a besar mis nalgas y a acariciarlas mientras yo estaba con mi cuerpo doblado. Sentí cómo apartó la cinta de mi tanga y estudiaba mi ano, el cual también besó. Yo sentí un delicioso escalofrío, pues no me esperaba esa caricia tan íntima. Después de eso, me ayudó a erguirme. Allí estaba yo, ante mi varón, con un bralette negro, mi mini-tanga negra y mis sandalias. Ulises me escudriñó con la mirada, y alzándome una de las manos me hizo girar para estudiar mi cuerpo desnudo. "¡Qué bella eres, Claudia!, te voy a comer, te voy a hacer mía, mi vida". Después me condujo hasta la cama, me hizo sentarme al borde y arrodillándose ante mí, me desató las sandalias, tras lo cual me pidió que me acostara en el centro de la cama, que era kingsize. Yo obedecí sumisamente su pedido, y entonces se acostó a mi lado. Me hizo virar mi cuerpo sobre mi costado izquierdo y se arrimó junto a mí, pegando su pecho contra mi espalda y pasando su mano por encima de mi cuerpo, hasta posar su mano en mi pecho.

- Gracias por aceptar pasar la noche conmigo, muñeca.

- No tienes que darme las gracias. Yo estoy disfrutando mucho tus atenciones.

- Me gustas mucho... tu piel es tan suave, tus nalgas tan redonditas, y besas muy rico.

- Tú me pareces muy atractivo y varonil. Tienes un pene bello y me gusta tu cuerpo, piernas sólidas y brazos muy fuertes,

- Me ha resultado muy fácil relacionarme contigo. Eres muy dulce y tierna.

- A mí me pasa lo mismo contigo. Salomé es muy afortunada de ser tu mujer.

- Tú puedes decir lo mismo de tu esposa. Me sorprende que te apoye en lo que estamos haciendo.

- Nuria es muy especial y Erika ha llegado a nuestras vidas para transformarnos y descubrir nuestra nueva sexualidad. Si no es por ella, esto no estaría ocurriendo

- ¿Cuantas veces has estado con otro hombre?

- Esta es mi primera vez.

- ¿En serio? No me lo puedo creer.

- No tengo por qué mentirte. Jamás me he acostado, ni siquiera besado con un hombre.

- Pero ¿te han penetrado alguna vez?

- Solo con pequeños objetos. Tú serás mi primera cogida.

- Te prometo que lo haré con cuidado y paciencia.

- No esperaba algo distinto de ti. Te lo agradezco mucho, pues aunque tengo muchas ganas porque me gustas bastante, tengo un poco de miedo.

- No lo tengas. Te prometo que te haré gozarlo y me pedirás que lo volvamos a hacer.

- Gracias, mi vida. ¿Quieres cogerme ahora?

- Si tú lo pides, vamos a prepararnos para tu primera vez. También será mi primera vez, y quiero que sea algo de grata recordación.

- Espera, que voy a buscar el lubricante en mi bolso.

- No, deja que yo lo haga.

Mientras Ulises se levantó de la cama para buscar el lubricante, yo me deslicé hasta el borde de la cama, con mis piernas colgando, para facilitarle la penetración, cara a cara, con mis piernas alzadas y mi culo levantado. Al voltearse Ulises me dijo, "muñeca linda, vamos a usar otra posición para nuestra primera vez. Por favor súbete de nuevo a la cama y te pones boca abajo. Entonces tomó una almohada y la puso bajo mi vientre, pero prefirió poner otra más, para de ese modo elevar más mi culo. Me besó las nalgas mientras me decía palabras tiernas y románticas. Entonces tomó la elástica de mi tanga y me la quitó. Se colocó entre mis piernas abiertas y comenzó a besarme de nuevo las nalgas, y enseguida comenzó a lamer mi raja desde arriba, hasta que llegó a mi ano. Allí se recreó lamiendo, chupando y tratando de meterme la lengua. Yo separé mis nalgas con las manos para facilitarle el acceso mientras gemía de placer. No había prisa, y ambos disfrutábamos aquella estimulación oral de mi "cuquita", como la llamaba él.

Después de un largo rato, cuando se le cansó la lengua, se irguió para aplicarme lubricante. Comenzó a frotarme el ano con sus dedos y haciendo fuerza contra el orificio logró introducir primero la punta de uno de sus dedos. Volvió a aplicarme más lubricante y esta vez pudo hundir más su dedo, el cual comenzó a mover en todas direcciones. Mis músculos se relajaron adecuadamente pues al rato me dijo, "mi amor, tengo dos dedos dentro, ¿te molesta?" Para mi fue una sorpresa que ya me hubiese metido otro dedo, lo cual le dije, pidiéndole que me metiera otro más, para ver cómo lo toleraba. Eso hizo, y esta vez sí me molestó un poquito, pero estaba tan excitada que no me quise quejar. En ese momento yo solo quería que me destrozara el culo, estaba decidida a entregarme sin reservas y eso es lo que hice. Volvió a echarme lubricante y esta vez me metió los tres dedos en un solo impulso. Ya no era necesario hacerlo lentamente, porque mi ano se había dilatado lo suficiente. Después de jugar con esa penetración por un buen rato, Ulises consideró que había llegado el gran momento, y me lo hizo saber.

Se acomodó mejor entre mis piernas y sentí cómo rozaba la punta de su pene alrededor de la zona anal varias veces. Yo estaba desesperada para que me cogiera de una vez, pero aguardaba en silencio, sumisa, lo que mi macho prefiriese hacer. Finalmente sentí la presión de su pene contra mi ano, y yo respiré hondo, y decidí relajarme lo más posible. Me abrió un poco mi ano con sus dedos y lentamente me fue penetrando al tiempo que yo sentía sobre mis caderas el peso de su cuerpo. Pude sentir cuando su delicioso pene pasó más allá de mi esfínter y a diferencia de cuando me habia metido los dedos, sentí una punzada de dolor que curiosamente se reflejó en la parte anterior de mi vientre. Se sentía como cuando uno tiene ganas de defecar. Ulises sintió mi reacción, y aflojó la presión. Incluso, lo sacó un poquito. Cuando mi respiración dejó de ser agitada y me sentí más relajada, reanudó su fuerza de empuje y yo alcé mi cadera, para que me lo pudiese hundir mejor y a fondo, lo cual ocurrió casi enseguida. Yo gemí fuertemente, pero con gusto. Sabía que él como macho se excitaría al escuchar mis quejidos, y quise regalarle ese estímulo, para que se sintiera mi dueño y me cogiera bien rico.

Dejó caer su cuerpo sobre mi espalda y me besaba el cuello mientras me decía lo mucho que me quería y que estábamos más unidos que nunca. Mi recto palpitaba ante la invasión de un cuerpo extraño pero era una sensación agradable, dentro del dolor que me causaba. Creo que el efecto psicológico de saberme penetrada por primera vez y por un hombre que me gustaba, contribuyó a experimentar un sentimiento de alegría, de orgullo por haber sido capaz de llegar tan lejos y descubrir que no era tan doloroso como temía. En ese momento una oleada de amor me inundó y solo quería hacer feliz a aquel mi primer macho. Me gustaba tanto sentir el peso de su cuerpo arropando al mío, y su pecho peludo contra mi espalda. Era sinceramente algo delicioso.

Yo hice un ligero movimiento hacia arriba y sentí los pelos de su zona genital frotar mi raja y cómo su verga se hundió un poco más en mí. Ulises respondió comenzando un movimiento de vaivén. Primero lentamente, pero a medida que mi dolor iba desapareciendo y gemía de placer, se fue animando y aumentó la frecuencia de sus impulsos, hasta llegar un momento en que me lo hundía con fuerza, y al ver que no me oponía ni me quejaba, se atrevió a cogerme con un ritmo desaforado y violento. Yo le dejaba hacer, porque para mí en aquel momento lo más importante no era mi goce, sino que él lo disfrutara al máximo. Llegó un punto en el que cabalgaba sobre mi culo sin control y diciendome palabras dulces pero a veces vulgares. También pude sentir varias veces el choque de sus bolas contra las mías, y me sorprendió que eso fuese posible, y lo disfruté muchísimo.

Yo gozaba aquella mi primera cogida. Jamás me imaginé que pudiese ser tan rico que se lo cojan a uno. De pronto su respiración se agitó y gemía como un toro hasta que de repente se puso tenso y rígido, se pegó lo más que podía a mí y mugiendo descargó en mi vientre su primera entrega de leche. Yo pude sentir el calor del líquido que acababa de ser descargado, y me sentí dichosa de haber sido impregnada y de esa forma haber dado un paso muy importante en mi feminización. Ulises cayó rendido sobre mi cuerpo, mientras yo me quedaba quieta, sin moverme, y saboreando todo lo que acababa de pasar. ¡Cómo me hubiese gustado que Nuria hubiera podido estar allí para ser testigo de mi primera cogida! Le debía mucho a ella este momento, pues sin su consentimiento y apoyo no habría conocido ni descubierto esta cosa tan rica de sentirse cogido, penetrado e impregnado por otro varón.

Unos minutos después Ulises me lo sacó y se deslizó hacia un lado. Yo retiré las almohadas y me recosté junto a él. Busqué su boca y le dí un super beso. Profundo y amoroso. ¡Estaba tan agradecida a este mi primer hombre! Luego bajé mi boca para tomar su miembro entre mis labios. Quería limpiarlo con mi propia boca. Ulises me dejó hacerlo, pues estaba rendido. No tenía fuerzas para oponerse. Al tocarlo con mi lengua, pude sentir un ligero sabor de su semen, pero no era muy fuerte. Me propuse que más tarde tendría que saborear una mayor cantidad de su leche. Con ternura lo lamí, lo besé y lo mamé. Se le volvió a parar, y decidí montarme sobre él y metérmelo yo misma. El quiso detenerme, pero yo estaba tan excitada que ignoré sus deseos de reposar un rato más.

Me posicioné con mis rodillas a cada lado de sus muslos y me fui moviendo hasta que su verga estaba directamente bajo mi ano. Se lo agarré, y mientras le sonreía pícaramente me lo puse en el hoyo. En ese momento me dí cuenta que no me había aplicado lubricante, pero decidí probar a ver si de todos modos funcionaba de ese modo. Ulises me devolvía la sonrisa y bajó su mirada hasta mi bichito, el cual tenía ante sí, sobre su barriga. Era la primera vez que me lo veía. Extendió una mano y lo agarró suavemente, descubriendo que tengo prepucio, a diferencia de él que se lo cortaron. Mientras, yo iba empujando lentamente mi cuerpo hacia abajo y disfrutaba mucho la sensación de penetración. En esta postura el ano se relaja y no me resultó tan dolorosa como la anterior. Pero ese dolor lo asumí con gusto.

Cuando llegué hasta el fondo, lo tenía completamente metido y me gustó mucho, muchísimo más. Me sentía plena, dependiente de un pene ajeno para ser feliz y emocionada por llegar tan lejos. Comencé a bambolearme y a cabalgar y a probar distintas maneras de disfrutar el roce de su miembro enterrado en mis entrañas. Llegué a descubrir que si inclinaba mi cuerpo hacia el frente me rozaba la próstata y me hacía sentir casi lo mismo que cuando me masturbaba. Por ello escogí mecerme hacia arriba y abajo, pero inclinada hacia adelante para estimularla lo más posible. Mientras, Ulises jugaba con mi pequeño bichito al cual comenzó a llamar "clítoris". Se divertía con mi prepucio, estirándolo, metiendo un dedo entre el prepucio y la cabeza, frotándome, y cuantas travesuras se le ocurrían. Entonces envolvió mi "clítoris" entre sus dedos, y con mi movimiento de vaivén se produjo un efecto de masturbación. Sentía crecer en mi interior la explosión de un orgasmo, por la combinación de su frotamiento con mi estimulación prostática dentro de mi recto... hasta que exploté, derramando mi leche entre sus dedos y sobre su barriga. Me quedé muy quieta, mirando sus ojos, con temor de que no le hubiese gustado, pero descubrí una mirada tierna, una amplia sonrisa y mis oídos se deleitaron al escucharle decir "qué bella eres, me encantas, mujer". "¿Te duele mucho la cuquita, cariño?" Yo le dije que tan solo un poquito, y me despegué de su miembro, le tomé las manos y se las limpié con mi lengua, para luego hacer lo mismo con su barriga, barriendo cualquier rastro de mi propio semen. A medida que lo hacía iba tragando mi propia leche, y Ulises se limitaba a contemplarme en silencio, como sorprendido, pero sin oponerse a mi acción.

Luego apoyé mi cabeza en su pecho y Ulises me pasó el brazo, apretando mi cuerpo contra el suyo. Yo comencé a juguetear con mis dedods entre los vellos de su pecho. También disfruté mucho hacerlo con su espesa mata de vello púbico. Mientras, nos hablábamos en susurros. Fue un momento muy bello, de gran intimidad. Ulises me hacía muchas preguntas acerca de mí, y yo le respondía con absoluta franqueza. En aquellos minutos conoció practicamente todo lo que he ido narrando en esta historia que tú, amigo lector, has ido siguiendo. Lentamente fuimos cayendo en un sopor y no se cuando me quedé dormida entre sus brazos.

Hacia las tres de la madrugada desperté y estaba aún abrazada por Ulises, quien dormía profundamente. Extendí mi mano hasta su vientre y pude agarrar su pene completamente fláccido. Me fascinaba poder hacer aquello. Era la primera vez que tenía en mis manos un pene ajeno en aquellas condiciones. No quise estimularlo, tan solo lo apreté pero muy suavemente y sostuve entre mis dedos, mientras él seguía dormido. Cerré mis ojos y me dediqué a saborear el momento, al mismo tiempo que me preguntaba qué me deparaba el futuro ya que había descubierto mi atracción por otro hombre. Era algo que no me esperaba. Hasta entonces me cautivaba la diversión de un juego sexual, para luego compartir mis experiencias con Nuria y Erika. Pero esto era diferente. Yo podría en aquel instante haber decido irme a vivir con Ulises como su amante y puta personal.

Todavía estaba yo en mis pensamientos, cuando sentí que su verga se iba hinchando. Era muy emocionante sentir aquel crecimiento entre mis dedos, sin que yo estuviese ejerciendo ningún estímulo. Cuando lo tuvo del todo erecto se lo apreté y comencé a masturbarlo, por lo que Ulises se despertó, y dándome un beso me preguntó que como estaba, a lo cual respondí ¡Feliz!, ¡muy feliz, mi vida!. Fue cuando le pedí con una carantoña muy femenina que me cogiera de nuevo, a lo cual él respondió de inmediato, queriendo montarse sobre mí, pero yo le pedí que mejor me cogiera en el balcón, al aire libre. Como era de noche, no puso reparos, y nos dirigimos al balcón mientras yo lo llevaba agarrado de su dura verga. En el camino, recogí el lubricante, y mientras él abría las puertas corredizas de vidrio, yo me apliqué una cantidad abundante en mi ano. Entonces me apoyé contra la baranda del balcón y poniéndose detrás de mí me lo fue metiendo mientras él también se agarraba de la baranda. De ese modo me arropaba con su musculoso cuerpo y yo elevaba mi culo para facilitarle la penetración que tanto necesitaba. A mí me parecía tan rico todo aquello. No solo me estaban dando una buena cogida, sino que lo estábamos haciendo al aire libre. No quise ver hacia los lados, para detectar si alguien nos estaba mirando. Para mí lo más importante era ofrecerle mi culo para que Ulises descargara toda su pasión en mí. Poco o nada me importaba que nos vieran. Tal vez hasta lo deseaba secretamente.