Somos Felices Las Tres Capitulo 37

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- Si. Me parece buena idea.

- Me voy a quitar la bata, para quedar solo en bikini. Si quieres puedes hacer lo mismo.

- Si yo también prefiero lo mismo.

- Puse esta estación de música romántica.

- Me encanta.

Y así comenzaron a bailar muy lentamente, posando sus cabezas en el hombro de la otra, sin hablar, tan solo sintiendo el calor del cuerpo que tenían pegado a sus cuerpos. Minerva se fue relajando, al ver que nada agresivo o incómodo estropearía aquella audacia de curiosidad que le había movido a aceptar la propuesta de Salomé.

- Minerva, ¿te podría pedir que me desates y me quites el sostén?

- Claro, déjame hacerlo.

Siguieron bailando, ahora con las tetas desnudas de Salomé apretadas contra el pecho aún cubierto por el bañador de Minerva. Después de otra canción Salomé le preguntó.

- ¿Te molestaría quitarme el resto del bikini?

- Si. Está bien.

Mientras seguían bailando, las manos de Minerva tomaron la pieza y la deslizaron hacia abajo. Salomé no despegó sus brazos de la nuca de Minerva mientras ella la terminaba de desnudar. Salomé fue conduciendo a su pareja hasta situarse frente a un espejo. Allí se puso de espaldas al mismo, para que Minerva la viera completamente desnuda, abrazada a ella mientras seguían bailando. Salomé intuyó que esa visión, además del contacto físico estarían provocando cierta excitación en Minerva, por lo que se atrevió a darle un beso en el cuello. Al no encontrar oposición, lo volvió a hacer. Y luego un tercer beso detrás de la oreja. Minerva no rechazaba aquellas caricias, por lo que decidió besarle la mejilla.

- Me gustas mucho, Minerva. Eres muy bella.

- Gracias, Salomé. Tú también tienes lo tuyo. Tienes unas nalgas muy interesantes.

- Gracias, muñeca bella.

Salomé volvió a besarle la mejilla. Y siguieron bailando. Después volvió a besarle la mejilla, pero esta vez con una sucesión de pequeños besos mientras lentamente su boca se movía cada vez más cerca de sus labios. Finalmente le dio un beso muy ligero en los labios. Ambas se separaron un poco, se miraron a los ojos y se sonrieron. Salomé volvió a recostar su cabeza en el hombro de su amante, y siguieron bailando. Ahora fue Minerva la que se atrevió a besar el cuello de Salomé, y su boca se empezó a mover, repitiendo una cadena de besos muy suaves y tiernos, que desembocaron en la mejilla de Salomé, quien le ofrecía su rostro, sorprendida, y emocionada a la vez, pues Minerva daba señales de comenzar a bajar la guardia.

Minerva buscó la boca de Salomé y besó sus labios. Primero una vez, y después otra, y así siguió hasta que Salomé abrió sus labios. Ambas se besaron con mayor intensidad, pero sin atreverse a usar la lengua. Salomé fue moviendose hacia la pared con el espejo mientras seguían besándose y bailando. Cuando se encontraban frente al espejo, interrumpió el beso y el baile y se colocó detrás de Minerva. Le pasó los brazos alrededor de su cuerpo y besándola en el cuello le hablaba al oido,

- Eres muy bella. Me encantan tus ojos claros, y tu pelo. Tienes un cuerpo bastante atractivo.

- A mí también me gustan tus ojos y además tu boca, Tienes unos labios muy sensuales.

- Gracias por besarlos. Me encantó nuestro primer beso.

- No sé qué me pasó, pero de repente sentí ganas de besarte. Tengo muchísimo tiempo sin hacerlo y es algo que me gusta bastante.

- Que bueno saberlo.... ¿Cómo te estás sintiendo?

- Mas tranquila. Comienzo a disfrutar lo que estamos haciendo, aunque tengo que confesarte que todavía me da cosa... No sé... es algo tan diferente y que no sería una cosa como para irla divulgando por ahí.

- Pero no es para que te avergüences. Solamente sigue tu instinto, como ahora, al besarme. Quisiera comenzar a desnudarte, ¿puedo?

- Si... esta bien.

Salomé deslizó las cintas de los hombros, y deslizó hacia abajo el bañador, dejando los pechos de Minerva al desnudo, los cuales sostuvo entre sus manos, apretándoselos muy suavemente.

- Me llaman mucho la atención tus pezones. Son tan pálidos, casi transparentes.

- Si. Casi no hay diferencia entre el resto de la piel y mis pezones.

- Me parece algo bellísimo y exótico. ¿Te los puedo acariciar?

- Claro, chica. Mientras tanto yo veo a través del espejo lo que meestás haciendo... es tan sensual. Te confieso que me estoy comenzando a excitar.

- Me parecen tan lindos tus pezones... son tan rosados y casi planos.

Salomé apartó su mano derecha del pezón que acariciaba y llevó sus dedos a la boca de Minerva y le pidió que la abriera. Introdujo sus dedos, acarició ligeramente su lengua y una vez mojados de su propia saliva, volvió hacia el pezón, para acariciarlo muy suave y lentamente, ahora con la lubricación de saliva. Repitió el mismo gesto con la otra mano. Minerva comenzó a gemir muy ligeramente, y buscó con su mirada los ojos de Salomé. Ese contacto visual a través del espejo sirvió para decir lo que las palabras no podrían comunicar.

- ¿Te gusta, mi amor?

- Me encanta. No imaginaba que podría disfrutar algo así.

- Y falta mucho más, si tú quieres avanzar. No te haré nada que no quieras que ocurra, ni te forzaré. Este es un momento para tí. Quiero que jamás lo olvides y que lo disfrutes sin reservas.

- Gracias, bonita. Hasta ahora me siento cómoda contigo, y te confieso que más que curiosidad, estoy empezando a sentir un deseo desde mis entrañas.

- ¿Te puedo terminar de desnudar, mi amor?

- Si. ¿quieres que lo haga yo misma?

- Si tú lo quieres, hazlo tú misma.

Minerva comenzó a deslizar hacia abajo el bañador, mientras las manos de Salomé sujetaban sus tetas y no dejaba de acariciar sus pezones. Ahora estaba totalmente desnuda, viendo en un espejo cómo una extraña, también desnuda estaba pegada a su espalda y tocándola con ternura y sensualidad.

Salomé se sorprendió por la abundancia del vello púbico de Minerva, el cual nacía desde el ombligo y se regaba hacia cada uno de los muslos. Era muy parecida a Nuria, pero con una gran diferencia: El color de aquellos vellos era de un anaranjado encendido, lo que comprobaba que el color del pelo de su cabeza no era producto de algún tinte, como había supuesto. Era una pelirroja auténtica.

- ¡que cosa más bella! Jamás había visto algo así. No me imaginaba que se podía ser tan preciosa entre las piernas.

- ¿Te refieres a la abundancia de vellos? Desde que me separé de mi esposo no he dedicado ningún momento a cuidar ese jardín. Solo en estos días, por estar en la piscina del hotel me he rasurado un poco los lados.

- Si, eso es sin duda muy llamativo, y me gusta, pero me refería al color. Lo encuentro muy atractivo. ¿Te puedo tocar allí?

- Si, claro. Me encanta cuando juegan con mi mata de vellos.

Salomé deslizó sus manos, y entrelazó sus dedos entre los rizos dorados de su nueva amiga. Ambas contemplaban en silencio la escena, reflejada en el espejo. Salomé jugaba con aquella zona y Minerva se dejaba hacer, mansamente, disfrutando aquel momento tan diferente a lo que hasta entonces había experiemntado en su vida. Salomé no quiso romper el encanto del momento y frenó sus ganas de avanzar un poco más abajo, para acariciar la vulva. No podía darse el lujo de quebrar la situación que con sabia paciencia había sabido construir, dando al traste su deseo de tener sexo con aquella hembra mayor que ella. Después de un largo rato de juegos eróticos con aquellos largos y espesos vellos que haló, peinó, enrolló entre sus dedos, le susurró románticamente al oído, invitándola a bailar.

Minerva se dio vuelta y por primera vez tuvo una visión fugaz del cuerpo de la mujer que la estaba seduciendo lentamente, pero no se detuvo a contemplarlo, sino que pegó su cuerpo contra el de Salomé y pasándole las manos por detrás del cuello, se apretó con ella y comenzó a bailar, cerrando sus ojos para disfrutar aquella nueva sensación de otro cuerpo femenino rozando todo el suyo. De unos pechos aplastados contra los suyos, y de sus pubis frotándose entre sí con cada paso de baile que daban. Se daban muchos besitos en el cuello, en las mejillas, y algunas veces en los labios, pero no hablaban nada. Tan solo se miraban a los ojos y sonreían, disfrutando aquella extraña intimidad.

Así estuvieron por un par de canciones más hasta que Salomé le volvió a susurrar en el oído, esta vez para proponerle que se sentaran en el sofá. Minerva bajó sus brazos y tomando de la mano a su amiga, la condujo hacia el sofá. Salomé entendió aquel gesto como algo muy positivo, pues la hembra seducida estaba guiando a la seductora por primera vez. Sin duda alguna, ya había bajado la guardia y perdido cualquier reparo, y se estaba lanzando a vivir la experiencia más plenamente.

Salomé extendió el brazo y Minerva se recostó de ella. Salomé la rodeó con su brazo y le pidió un beso, y Minerva acercó su boca, abriendo los labios. Esta vez Salomé extendió cautelosamente su lengua y fue penetrando lentamente la boca de su amiga, quien no opuso resistencia. Al contrario, llegó un punto en el cual la suya respondió saliendo al encuentro de su igual y se enroscaron la una a la otra, intercambiando sabores y saliva. Fue un beso lento, suave, exploratorio y delicioso para ambas mujeres que mantenían sus ojos cerrados, aumentando aún más la sensibilidad a lo que estaba ocurriendo.

Salomé posó su mano derecha sobre el cuello de Minerva y fue acariciando muy lentamente su pecho mientras se seguían besando. Cuando su mano agarró de lleno la teta de su amante y esta no reaccionó, supo que ya no habría marcha atrás. ELlbeso se volvió más pasional, y ambas se restregaban las bocas y las lenguas con menor pudor y mayor audacia, comenzando a gemir. Salomé apretaba y acariciaba el pecho de su hembra y comenzó a estimular su leve pezón, el cual se endureció muy ligeramente.

Minerva posó su mano sobre una teta de Salomé, replicando las caricias que estaba recibiendo. Fue extraño para ella tocar, acariciar y apretar una teta ajena por primera vez en su vida. La mano de Salomé abandonó la teta y se deslizó por la barriga, y allí sus caricias circulares fueron cayendo cada vez más abajo del ombligo, hasta que sintió la selva de vellos de Minerva. Enredó sus dedos y los acarició, pero esta vez alargó uno de sus dedos para hacerlo rozar contra el nacimiento de la dulce rendija que conducía al tesoro que deseaba explorar. La reacción de Minerva fue gemir mucho más y separar sus piernas.

Salomé no necesitaba nada más para estar segura de continuar explorando, por lo que deslizó completamente su mano hasta envolver aquella cuca totalmente con su mano. La apretó y mantuvo así un minuto, mientras seguían besándose mientras Minerva por su parte, pasaba su mano de una teta a la otra, acariciando, apretando, arañando, jugando con unos pezones mucho mas grandes que los suyos. Fue el descubrir de una capacidad de respuesta de esa zona erógena de la que ella carecía. Por eso le divertía tanto jugar con aquellos pezones. Era algo nuevo para ella, que no sabía que podía ocurrir.

Salomé aflojó su mano para comenzar a acariciar aquella sonrisa vertical con todos sus dedos desde arriba hasta abajo, una y otra vez. Una y otra vez, y en cada pasada aumentando ligeramente su presión para ir separando muy lentamente aquellos labios que finalmente se abrieron como los pétalos de una flor. Pudo sentir la abundancia de secreciones. Sus dedos estaban completamente mojados de los jugos de Minerva. Decidió explorar la entrada a su vagina y fue moviendo sus dedos con ternura y paciencia hasta que aquel orificio practicamente succionó su dedo hacia adentro. Salomé sintió las delicadas superficies internas de aquella canal y su elevada temperatura. Comenzó a meter y sacar su dedo cada vez más aceleradamente y sentía los gemidos de aquella hembra rugir dentro de su propia boca. Cuando sintió que su cuerpo se estaba poniendo más rígido, añadió un segundo dedo y la penetró con ambos dedos hasta el fondo. Allí los dobló hacia la parte frontal, buscando palpar el punto G, el cual presionó con fuerza para provocar el primero de los orgasmos lésbicos de Minerva.

Esta soltó los pechos de Salomé y se colgó de su cuello mientras la explosión de temblores y convulsiones de su cuerpo se reproducían una y otra vez. Salomé pudo sentir cómo sus dedos eran apretados y aflojados en aquella sucesión de convulsiones vaginales, sin sacarlos y tratando de hundirlos más adentro todavía. Cuando fue calmándose, Minerva dejó de besar la boca de su amante y apartando ligeramente su cara la miró a los ojos y hablando en susurro le dijo:

- ¡que maravilloso orgasmo, mujer! Nunca había sentido algo así en toda mi vida.

- Me alegra que te haya gustado y que te hayas atrevido a probar esto tan rico que estamos haciendo.

- No me arrepentiré nunca de haberlo intentado. Solo me arrepentiré de no haberlo probado antes.

- Es que es tan distinto a cuando lo hacemos con un macho.

- Definitivamente. Es muy superior en belleza, en delicadeza, en sensualidad y en cuanto a las sensaciones que produce el contacto tierno con otra mujer.

- Y todavía no has probado casi nada. Ya verás lo mucho que vamos a hacer, si quieres que sigamos.

- ¡Claro que quiero!

- Bueno, ahora no te muevas que te voy a acariciar esa pepita que tienes allí, un poco más adelante.

- Dale, pues, juega con mi clítoris. Te advierto que es muy sensible. Cuando me he masturbado, acabo en corto tiempo.

- Veamos si es verdad...

Salomé movió sus dedos hacia el clítoris y separando los pliegues de piel que lo recubren,hizo presió primero sobre su base, y después comenzó a darle vueltas aprovechando la lubricación impregnada en sus dedos. Minerva puso los ojos en blanco, y comenzó a decir "así, así, sigue, por favor, no pares, ¡ay que rico!, así, así". Salomé redujo al mínimo la intensidad y la frecuencia del roce que estaba aplicando porque no quería un orgasmo tan rápido. Minerva puso su mano encima de la de Salomé pidiéndole más, "¡ay Salomé!, ¡ay Salomé!, ¡ay Salomé!, hazme acabar, mi vida", pero Salomé no le hizo caso, y siguió su labor lentamente. Agarraba entre sus dedos el clítoris extendido y lo soltaba. Entonces lo acariciaba frotándolo desde arriba, dando círculos a su alrededor, para de nuevo detenerse. Era francamente una tortura para Minerva que gemía exigiendo un nuevo orgasmo, que era negado por Salomé.

Llegó un punto en el que Minerva comenzó a menear su cabeza enloquecida, gruñendo como un animal, con los ojos en blanco. Salomé se sorprendió y hasta se asustó un poco, por lo que decidió darle a Minerva lo que desesperadamente ansiaba. Le comenzó a frotar rápidamente el clítoris, sin soltarlo, y cuando el cuerpo de Minerva comenzó a temblar y sus dedos se clavaron en el muslo de su amante, lo apretó con fuerza, halándolo y sacudiéndolo. Minerva comenzó a delirar, dando alaridos y breves respiraciones como quien quiere soplar y chupar al mismo tiempo. De repente, se desplomó, su cabeza se torció hacia atrás, sus brazos se aflojaron y sus piernas se estiraron.

Salomé comprobó que su corazón aún palpitaba y su respiración aunque muy lenta, no se había interrumpido. Estaba como muerta, pero seguía con vida. Se quedó contemplándola en silencio, admirada de lo que acababa de ocurrirle a su amante, quien seguía inconsciente. Tras unos dos o tres minutos, su cuerpo comenzó a moverse, como desperezándose. Cuando volvió en sí y pudo abrir los ojos, su rostro se iluminó con una gran sonrisa y acercando su boca a la de Salomé le dio un beso profundo, de esos que solo se ven en las películas porno. Era su manera de dar las gracias a quien por primera vez la había llevado a las puertas del cielo de esa manera.

- ¡Wow, que increible, Minerva. Jamás había visto algo así. Te desmayaste... ¿te sientes bien?

- Mejor que nunca. ¡que delicioso lo que me has hecho sentir, cariño. Yo tampoco había experimentado algo así en mi vida. Primera vez que me desmayo con un orgasmo.

- Ahora me da miedo continuar con lo que tenía planeado.

- ¡No mija! A mí usted no me va a dejar con estos dos orgasmos nada más.

- Pues tan solo imagínate lo que vas a sentir cuando te lo haga con la boca.

- ¿en serio me vas a mamar mi cuca? ¿me vas a hacer el amor con tu boca?

- Es lo único que he deseado hacer desde que aceptaste mi invitación allá abajo en la terraza.

- Haz conmigo lo que quieras. Soy toda tuya, quiero más. Pero por favor dame unos minutos para recobrar fuerzas.

- ¿No tienes algo para tomar?

- Si. Allí en la pequeña nevera hay algunas botellitas de licor. Vamos a brindar... por lo vivido, y por lo que me vas a hacer vivir. ¡que viva el sexo entre mujeres!

Después de brindar Salomé se acostó en la cama, lo cual Minerva entendió como una invitación a continuar la faena.

Cuando Minerva vio a su amante desnuda sobre la cama, esperándola, se acostó a su lado y le dió un beso, comentándole que por fin habia podido ver su cuerpo desnudo y que pensaba que estaba muy rica. Le comentó que su vello púbico era muy escaso. Esta le contestó que siempre habia sido así, que no tenia necesidad de rasurar sus piernas, ni acicalar su zona genital antes de vestir un traje de baño, a diferencia de Minerva.

Comenzaron a besarse y a acariciarse. Por primera vez Minerva se atrevió a tocar la otra cuca, aunque lo hizo muy superficialmente, no se atrevió a explorar sus pliegues o a acariciarla mas extensamente. Por primera vez en su vida tocaba a otra mujer de un modo tan íntimo, y todavía le quedaban algunos prejuicios por superar. A Salomé no le importó mucho porque pensaba que ya habría timpo para recibir lo que la noche anterior le habian dado Erika y Nuria.

En medio de sus besos y caricias Salomé se fue deslizando lentamente, pasando primero una pierna por encima de los muslos de Minerva y progresivamente terminó montando su cuerpo completamente sobre el de su amante, quien instintivamente abrió sus piernas, por lo cual Salomé se acomodó en medio de aquel par de extremidades. Los besos continuaron y con ellos la excitacion de ambas hembras fue creciendo.

Salomé comenzo a restregar su cuca contra la de su amante, muy suavemente pero a medida que la excitación fue aumentando sus movimientos se hicieron mas rápidos. Llego un punto en el cual Minerva elevó sus piernas y con ellas abrazó la cadera de Salomé, quien respondió presionando sus genitales contra los de su amante. En ese punto aquella conjunción de sus respectivos valles sexuales parecia un charco de tan abundantes jugos que se habian ido deslizando desde ambas vaginas. Esto favoreció el deslizamiento que ya estaba alcanzando niveles frenéticos.

Los besos se volvieron salvajes y los gemidos de ambas mujeres se podrían haber escuchado en las habitaciones contiguas. A ellas poco le importaba eso, solo querían gozar más y más aquella entrega mutua, que terminó en otro explosivo orgasmo de Minerva, cuyas convulsiones hicieron que Salomé sintiera como que estaba a punto de caer de un caballo indomito. Tuvo que agarrarse de los hombros de Minerva para no resbalar hacia la cama. Y todo eso cuando ya estaba sintiendo las primeras señales de un orgasmo muy próximo a explotar. Minerva por su parte quedó agotada y ya no tenía fuerzas ni siquiera para continuar besándola. Fue un poco frustrante porque el score ya iba tres a cero en la cuenta de orgasmos. Se sentía muy caliente y con extremos deseos de recibir algo en compensación a todas las caricias, besos y acciones para seducir a su nueva amiga. Sin embargo lo que más le importaba en aquel momento era asegurarse que Minerva se convirtiera a la causa y se siguiera atreviendo a experimentar aun más, y hasta ese momento, todos sus esfuerzos estaban rindiendo los frutos deseados.

Se deslizó de encima del cuerpo de Minerva y al estar acostada, muy pegadita a su cuerpo, quien jadeaba de felicidad y tratando de recuperar la calma, sintio que su telefono vibraba. Se levantó a buscarlo, y vio que era Ulises quien la estaba llamando.