Somos Felices Las Tres Capitulo 37

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- Donde estas mi amor?

- Estoy en una habitación en el piso de abajo, con una amiga

- ¿Amiga?

- Si. Una que conoci en la piscina.

- Suena intersante. ¿Debo saber algo mas?

- Si... Mucho más. Te va a gustar cuando te cuente lo que está pasando.

- Me encanta saber que estas teniendo una aventurilla con otra mujer.

- Ha sido una sorpresa... muuuy agradable.

- Oye, te llamo porque tenemos otra sorpresa

- ¿Sorpresa? ¿Cual?

- Adivina quien viene en camino... ¡Claudia!

- ¿En serio?

- Si. Viene para pasar la noche con nosotros

- ¡Ay que rico!

- ¿Por que no te vienes?

- Voy a invitar a mi amiga para que me acompañe. ¿Puedo?

- Claro, traela, que quiero conocer a tu nueva amante. Y de paso la invitamos para lo que promete ser una noche muy divertida.

- Esta bien. Subiremos lo más pronto que se pueda, para estar en el cuarto cuando llegue tu noviecita Claudia.

- Te amo

- y yo a tí, ¡muchachón!

Minerva preguntó acerca de la llamada, y Salomé le explicó. También le dijo que Ulises la invitaba para que participara de la fiestecita que nos esperaba. La primera reacción fue de miedo y rechazo, pero Salomé la abrazó y entre besos le fue diciendo que no tendría razones para temer. Y que le prometía que más nadie la tocaría, sino ella... a menos que por su propia decisión quisiera explorar el contacto con su esposo y con Claudia, la chica con la cual se estaba besando en el baño. Agregó que todavía quedaba pendiente por cumplir una promesa, la de hacerle el sexo oral, lo cual era mucho mejor de lo que había probado hasta ahora.

Minerva seguía indecisa, y Salomé sabía que si ella la dejaba sola, podría no aceptar completar el viaje lésbico iniciado. Por eso insistió, y cambió la argumentación,

- Vamos, estamos un rato para que conozcas a Ulises y a Claudia, y después de un rato nos venimos, para dejarlos a ellos solos para que hagan lo que quieren hacer.

- Eso está mejor. Pero prométeme que no nos quedaremos contra mi voluntad. Si me quiero regresar, no me lo impedirás.

- Te lo prometo.

- Pero antes, vamos a bañarnos... estoy toda sudada y olorosa a sexo.

- Esa última parte es la más deliciosa, jeje.

Ambas mujeres entraron al baño, y allí tomaron una ducha juntas, por supuesto que se enjabonaron mutuamente y se frotaron sus cuerpos deslizandose sensualmente la una contra la otra. Pero evitaron estimularse más allá del natural toqueteo juguetón, lo que no impidió que los dedos de Salomé entraran ligeramente dentro de su amiga y además lo intentaran por el pasaje trasero, aunque sin éxito porque hubiese sido necesario disponer de más tiempo para vencer la resistencia inicial de Minerva, no acostumbrada a ser acariciada en esa otra zona. Salomé se contuvo, lo que permitió que en menos de diez minutos ya estuviesen secando sus cuerpos. Después de ello Minerva entró a la habitación para buscar quá ropa ponerse, y al volverse, detrás de ella venía Salomé con las dos batas de baño de cortesía que colgaban detrás de la puerta del baño.

- Vamos a vestirnos solo con esto, mi amor.

- ¿estás loca? ¿cómo vamos a salir así?

- ¿cual es el problema? Estamos en un hotel de playa y nadie sabrá que vamos desnudas debajo de las batas

- No sé... me da vergüenza

- ¡anda mujer! Además sera solo subir un piso. Si quieres, lo hacemos por las escaleras.

- Bueno está bien... ¡pero estás loca!

- Eres tú quien me tiene así, muñeca preciosa... anda, vamos.

Y de esa forma salieron, agarradas de manos, vistiendo solamente una corta bata de paño. Pasaron frente al ascensor, pero tal como lo habían conversado, tomaron la escalera, que estaba unos pocos metros más adelante. Cuando subían los primeros escalones Salomé haló el cinturón que llevaba atado en la cintura Minerva, con lo cual su bata se abrió por completo, exponiendo su desnudez en medio de las risas de Salomé. Minerva le reclamó, a lo que Salomé respondió desatando su propia bata y quitándosela por completo. Minerva no podía creer la audacia de su amiga, de estar completamente desnuda en un espacio público. Salomé sabía que era improbable que alguien las pudiese ver, por lo que se había atrevido a hacer aquella travesura. Pero a medida que iban subiendo más escalones y se acercaban a la puerta que las conduciría al pasillo del sexto piso, se volvió a poner y atar la bata y le devolvió a Minerva el cinto. Minerva le dirigió una pícara mirada entre sonrisa y regaño, pero no dijo nada. Salomé la tomó de la mano y la guió hasta su habitación. Allí tocó la puerta y al instante abrió Ulises, quien les dio la bienvenida con una copa de champaña para cada una.

Después de las presentaciones de rigor, ambas mujeres se sentaron en el sofá, y Salomé se pegó mucho de su amiga y le pasó el brazo por el hombro, mientras entre sorbo y sorbo del exquisito licor le hizo un reporte resumido del encuentro de ambas mujeres. Minerva prefirió guardar silencio, para que los dos esposos conversaran y Ulises entendiera la razón de su presencia en aquella habitación, con tan escasa vestimenta. Apenas habrían transcurrido unos cinco minutos cuando yo llegué a la puerta de la habitación y toqué la puerta, encontrando a estas tres personas, que esperaban por mi llegada.

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