Dos Esclavas en Familia

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Mario forma una nueva familia con su esposa y dos esclavas.
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Resumen:

La historia se desarrolla en un mundo alternativo actual donde existe la esclavitud.

Mario es el amo de Berta, una joven esclava desde la infancia en la casa de la familia Méndez, en una ciudad del Occidente de México. Los dos se aman y se casan en secreto pero la nueva esposa de Mario, Mónica, tiene celos y trata duramente a Berta y a Cristina, otra esclava más vieja, en la nueva casa de la pareja. Se forma una familia donde amos y esclavos logran convivir sobrellevando las tensiones y los cambios en el transcurso de los años. Descubriendo su vena sádica, Mónica usa las dos esclavas como mulas para jalar su calesa y las somete a degradantes castigos. Después de tratar inútilmente de cambiar la situación, Mario accede finalmente a las exigencias de su esposa y las dos esclavas se resignan a vivir como animales domésticos.

Caminata en el parque

Mario salió de casa con Berta, cerrando la puerta. Estaba callado, como absorto en algún pensamiento que lo atormentara. Berta no se atrevió a preguntar, sólo lo siguió manteniendo el paso tras de él, con la correa atada a su cuello que se aflojaba y tendía al ritmo de la caminata. Se dio cuenta que su amo la conducía por la vía hacia el parque, como solía hacer para dar un paseo. La mañana era soleada y limpia, con pocas nubes altas que estriaban de blanco la bóveda azul del cielo, la brisa fresca acariciaba su rostro y su cuerpo medio desnudo, y el suelo humedecido por una ligera lluvia nocturna se sentía suave y fresco bajo los pies descalzos y olía a piedra y tierra mojada.

Berta era esclava desde niña de la familia de Mario, los Méndez. Allí habían crecido todos juntos, los hijos del patrón Antonio Méndez con su esposa Cecilia y con sus tres esclavas. Había en total unos treinta niños entre libres y esclavos que llenaban la casa de barullo y alegría. Pero ella no había nacido allí, muy pequeña había sido comprada o mejor, entregada a Antonio como pago por una deuda. A pesar de ser esclava y servir en la casa, jugaba con los demás críos, sólo el hecho de tener un collar de hierro en el cuello y estar desnuda indicaba que no era libre. Tenía además que desempeñar las labores domésticas como los demás esclavos. A los trece años ya era una muchacha atractiva y comenzó a complacer a sus amos, experimentando con ellos los placeres del sexo. Mario se inició como hombre con ella y cuando cumplió dieciséis años, pidió a su padre que se la diera como regalo, como su esclava personal. Desde entonces solo tuvo relaciones con su amo Mario. Se le puso al cuello un nuevo collar, con incisas las iniciales de su amo. Un aro permitía fijar fácilmente una cadena o una correa de cuero para llevarla o encadenarla junto a la cama de Mario.

Generalmente, llevaba puesta sólo una blusa que le regaló Mario, sin nada del ombligo para abajo, y andaba descalza. Berta no recordaba haber calzado nunca zapatos y cubierto su culo y sus genitales. Orinaba y defecaba al aire libre, en el pasto o entre los arbustos, como los caballos y los perros, sin cuidado de que alguien la estuviera viendo.

Portaba su pelo castaño claro largo, recogido en una cola de caballo. Era alta, robusta, con fuertes piernas y pies grandes. Sus caderas eran anchas y su culo sobresalía sobre sus piernas musculosas. Tenía senos medianamente grandes y prominentes, que se adivinaban fácilmente bajo la blusa ligera. Su rostro era de una belleza sencilla, rústica, con facciones fuertes pero suaves, tenía ojos verdes y una piel clara, curtida por la exposición al aire y el sol en las partes desnudas. Se bañaba diariamente y cuidaba su limpieza, sólo sus pies estaban sucios por andar descalza todo el tiempo, pero las uñas eran bien cuidadas.

Berta y Mario siguieron hacia el parque a cuatro cuadras de la casa, a paso regular. Algunos conocidos saludaron a Mario augurándole buenos días. La entrada del parque era anunciada por una puerta grande con un arco que daba acceso a un camino flanqueado por árboles frondosos. Había gente de paseo, algunos con sus familias o esclavos. Berta reconoció algunos esclavos amigos suyos y los saludó con una sonrisa y un leve movimiento de la cabeza.

Como era costumbre, dieron una vuelta por caminos arbolados caminando despacio y gozando el aire fresco de la mañana. Mario se sentó en una banca para descansar un momento y leer el periódico. Berta se acuclilló detrás de la banca para orinar. No estaba permitido hacer pipí cerca de las bancas, los esclavos y los perros tenían que hacer sus necesidades entre los arbustos, por higiene, pero en ese momento no pasaba nadie. Sin dudar Berta se acomodó sobre la tierra mojada y orinó abundantemente, evitando salpicar demasiado sus pies y sus piernas. Distrayéndose por un momento de la lectura del periódico, Mario acarició su pelo con ternura, aflojando un poco la correa. Sus miradas se cruzaron y una sonrisa iluminó sus rostros. Berta se limpió con la hojarasca de un arbusto detrás de ella. Invitada por Mario que jaló la correa, brincó la banca y se sentó junto a él. No estaba permitido que un esclavo o cualquier otro animal se subiera a las bancas, pero aún no llegaba nadie más. Los dos miraron a su alrededor y sonrieron como niños traviesos. Se besaron en la boca tiernamente, acariciándose. Una mano de Mario recorrió el busto de Berta bajo la blusa, llegando a los senos y sus dedos pellizcaron los pezones erguidos. Ella acercó la mano a sus calzones para sacar el pene que presionaba rígido contra la tela. Miraron aun de reojo se llegara alguien. No, nadie se acercaba. La mano suave de Berta comenzó a frotar con vigor el pene de su amo. Berta se acercó, lo agarró en su boca y comenzó a lamer y chupar, recibiendo el orgasmo aspirando el semen con gracia y sensual pericia. Mario se relajó un momento con los ojos cerrados y una sonrisa de delicia. Luego, acercó una mano al vientre de Berta y buscó la fisura entre el pelo para frotar su clítoris. Sus dedos hicieron temblar el cuerpo de la esclava hasta que ella alcanzó el orgasmo, emitiendo un leve suspiro.

No era común que un amo le concediera a una esclava la gratificación del placer. La relación de Berta y Mario en efecto no era común. Berta se sentía afortunada y era feliz de ser la esclava de Mario, por ello lo servía con todo su amor y devoción. Aun cuando era castigada, sentía cariño y gratitud hacia su amo.

Mientras se recomponían en la banca percibieron la llegada de alguien. Berta bajó de inmediato y se acuclilló a los pies de su amo, y Mario aferró la correa. Un transeúnte saludó a Mario, mirando de reojo al culo de Berta. Su trasero era hermoso y era normal que llamara la atención y los comentarios de otras personas. Ella no hacía caso y si Mario lo permitía, se doblaba hacia delante apoyándose en sus rodillas para que el amigo o conocido de su amo le acariciara y le inspeccionara el culo. Pero le molestaban las miradas de celo de la novia o esposa de ellos. Para aliviar la tensión y evitar problemas a Mario, ella en algunas ocasiones se echaba un pedo. Con esto la conversación se tornaba trivial y ella recibía impasible los comentarios vulgares de los presentes, excepto Mario que se limitaba a sonreír o le daba una palmada benévola en la pompa como regaño. Las mujeres la miraban entonces como un caballo o un burro, y dejaban de considerarla como una competencia femenina.

Una extraña propuesta

Berta se sentó en el suelo. Su amo alternaba la mirada hacia ella y hacia los árboles, como si quisiera decir algo.

-Berta, quiero decirte algo, siéntate cómoda.

-Si Mario, te escucho.

-Es sobre Mónica, ya sabes...

Mario hizo una pausa, buscando las palabras.

Se refería a Mónica, su novia, era su prometida desde hace un año, tenía la misma edad de Mario, veinte años, un par de años más joven que Berta, que tenía veintidós. Mario no solía hablar de Mónica con Berta. Las dos mujeres se conocieron cuando Mario hizo oficial el noviazgo, en la casa. Mónica era un poco más baja que Berta, más delgada y de piel más clara, llevaba su pelo negro corto elegantemente peinado, su rostro era hermoso, estrecho, con rasgos marcados, destacaban sus ojos cafés profundos bajo las cejas bien delineadas. Tenía un aire altivo y severo acentuado por su maquillaje discreto y su atuendo, una camisa blanca con un largo foulard de color azul marino, portando encima un saco elegante negro. Un cinturón negro sostenía su falda gris no muy larga, que le llegaba hasta las rodillas.

Ambas mujeres se sintieron incómodas desde el comienzo, Berta trató de no cruzar la mirada de Mónica durante la visita y miró todo el tiempo los pies de la novia de su amo. ¡Que diferentes eran de los suyos! Mónica calzaba zapatos negros, con tacones bajos, y tenía medias negras que envolvían como una sedosa telaraña sus piernas delgadas. Berta en cambio era descalza, sus pies más grandes, bronceados y sucios, nunca habían conocido calzado. El único adorno de los pies de Berta no lo llevaba puesto: eran los grilletes que durante la noche eran fijados en sus tobillos, que le dejaban una ligera marca rojiza. Para Berta no había competencia, ella era una esclava, solo eso. Mónica, en cambio, fue directa con Mario, tenía que aclarar qué relación tendría con su esclava, pues no quería compartir a su novio con ninguna otra mujer, libre o esclava que fuera.

Después de varias discusiones, Mónica había impuesto algunas condiciones para después de la boda. Berta se quedaría en la nueva casa como esclava, sería usada animal de tiro, totalmente desnuda, con hierros en los pies y encerrada por la noche en una jaula o atada en el patio trasero como perra. Se le pondría un collar más pesado, con grabadas las iniciales de Mario y de Mónica. El látigo sería el castigo habitual para las faltas más mínimas de la esclava. Mónica no puso el veto al sexo con ella, es más, hizo comentarios positivos sobre los futuros esclavos que Berta generaría, que podrían trabajar en la casa o venderse a buen precio. Mario tuvo que consentir pero no le hizo mucho caso a los extravagantes y excesivos propósitos de su futura esposa.

Para que Mario entendiera bien, la tercera vez que vino a la casa de visita, pretendió que Berta le sirviera refrescos sin llevar nada puesto y con grilletes en los pies. Mario accedió, le quitó la blusa a su esclava descubriéndole los senos y le puso hierros en los tobillos. Caminando con dificultad y sintiéndose incómoda con los pechos al aire --cubrirlos era su única modestia-, Berta cumplió con las exigencias de su futura ama. No satisfecha, Mónica se quitó los zapatos y le ordenó lamerle los pies. Sin que Mario pudiera impedirlo, Berta se agachó y lamió diligentemente los pies de la mujer, que esa ocasión no traía medias. Los pies blancos y delgados estaban sudados pero olían a perfume y las uñas cuidadosamente recortadas eran cubiertas de esmalte transparente.

Berta en un instante recordó todo esto al escuchar las palabras de su amo. Recordó como Mario se había opuesto a los planes de Mónica de tratar a su esclava como un animal, y negociado para ella un trato menos degradante. Berta, por su parte, le había dicho a Mario que estaría contenta con cualquier arreglo que decidieran sus amos, con tal de quedar junto a él.

-Mónica y yo nos casaremos pronto. Ella será tu ama...

-Si Mario, lo sé.

-Es que no se si quiero casarme ahora, y con ella. Hemos tenido diferencias, no me imagino toda mi vida junto con Mónica. No es realmente mi tipo... No sé... siento que no la amo.

Berta abrió sus ojos asombrada. No podía creerlo, el noviazgo era oficial y ya en la casa se hablaba de una fecha para la boda. Las dos familias, la de él y la de su novia, consideraban la unión un hecho.

-Mario piénsalo bien, ¿qué dirá tu padre? La boda ya está decidida. Además Mónica me parece una buena mujer.

-Sí es buena, tiene clase, es educada, es hermosa, atractiva y todo... pero le falta algo... Le falta esa chispa que enciende una relación, que la vuelve sabrosa y duradera...

Mario se interrumpió, como si no encontrara la forma de decir lo que sentía. Pensó en Mónica con su largo pelo negro y profundos ojos cafés, con su rostro hermoso y un cuerpo que, aunque le parecía un poco delgado para sus gustos, era muy atractivo. Mario y Mónica habían hecho el amor varias veces pero no encontraba en esos encuentros el fuego, sólo tenues destellos fugaces. Cruzó la mirada de Berta que lo escuchaba con atención sentada en el suelo.

-Mario, tienes que escuchar tu corazón. Haz lo que tu corazón te diga y tomarás la decisión correcta.- Le dijo Berta con dulzura.

Mario la miró con ternura y recordó los momentos felices que habían vivido juntos como jóvenes amo y esclava. El descubrimiento del sexo, las peleas con sus hermanos para tenerla sólo para él, los paseos en el campo, hacer el amor en el pasto, masturbarse, hacer todo tipo de travesuras juntos, y las risas y las mil conversaciones donde ella escuchaba atenta y dándole palabras de aliento. Berta aprendió mucho de Mario cuando él regresaba de la escuela, compartiendo su curiosidad y sed de conocimiento. Se besaban y acariciaban todos los días, incluso cuando él la encadenaba o la encerraba en el calabozo de la casa por alguna falta. Si pudiera ser más que una esclava, Berta sería su mujer.

Suspiró y finalmente le llegaron las palabras que le salieron del corazón.

-Berta... ¿quieres casarte tú conmigo?

Berta se quedó boquiabierta, paralizada. No podía creer que Mario le propusiera casarse con ella. ¿Y cómo? Ella era una esclava. ¿Acaso puede una esclava casarse con su amo? No supo qué contestar, pero tenía que dar una respuesta.

-Mario yo sería feliz siendo tu esposa.- Le dijo con una sonrisa que le salió del alma. --Pero... yo soy solo una esclava. Tu esclava. Te amo, te amo tanto.

-Yo también te amo Berta, quiero estar contigo, siempre.

-Ya estamos juntos, aquí estoy contigo. ¿Qué importa si soy esclava?

Mario se quedó pensando. Miró a su esclava allí sentada en el suelo, atada al cuello a una correa que él tenía en la mano, descalza y casi desnuda. ¿Podría presentarla así como su legítima esposa? ¿Y quién los casaría?

Tampoco sería opción emanciparla. No sería bien visto, los trámites burocráticos eran sumamente engorrosos, y aun así Berta continuaría siendo considerada como una ex esclava, rechazada y relegada al estatus de paria social.

De repente, se le ocurrió una solución.

-Berta creo que sí es posible. Te diré como. Podemos casarnos en una iglesia sólo tú y yo con dos testigos. Conozco a un padre que lo haría discretamente, guardando el secreto.

-¿Y tu boda con Mónica? ¿Qué pasará?

-No, no se cancelará, esa será la boda oficial. La nuestra en cambio será la boda verdadera, para nosotros.

-Oh Mario, parece un sueño... Pero ¿qué pasará con nosotros, como le haremos para estar juntos?

-Guardaremos nuestro secreto por un tiempo, luego se lo diré a Mónica y lo haremos público. Mientras tanto tú quedarás como esclava. Espero que funcione y que pueda negociar con ella un cambio conveniente para ti.

-Pero sería como tener dos esposas oficiales, es poligamia ¿Se puede?

-No, nuestra religión y nuestras leyes no lo permiten, pero admiten el concubinato. Te podrías quedar como concubina, oficialmente esclava pero con un trato de mujer libre en la casa y entre nuestros amigos.

-Como tú quieras Mario, si quieres seguiré siendo esclava. Estoy feliz contigo como sea.

Continuaron durante una hora haciendo planes, emocionados, ingenuamente, sin pensar en los problemas y las complicaciones que surgirían. Finalmente, llegaron a los detalles de la boda. Mario contactaría pronto a su amigo sacerdote y la ceremonia se celebraría dentro de un mes. Todo parecía maravilloso y un futuro promisorio de pareja y familia esperaba los dos jóvenes.

Una boda en secreto

El plan de Mario funcionó. A las cinco semanas de haber conversado en el parque, se celebró la boda en la iglesia de Santa Ana, cerca de la salida de la ciudad hacia el este, colindando con campos de cultivo y lomas boscosas. El padre Melchor, conocido de Mario y hombre de corazón, fue el oficiante. Sólo acudieron dos amigos cercanos, Max y Sara, que serían los testigos. La ceremonia se llevó a cabo en un pequeño patio adosado a la iglesia, al aire libre, porque Berta, siendo esclava, no podía entrar en el templo principal. Mario venía vestido con un traje negro, con camisa blanca y una corbata amarilla, sobrio pero elegante. Berta vestía un medio traje de esposa, con una blusa blanca finamente bordada, cerrada con una faja blanca alta bajo el busto, que se ensanchaba como una minifalda con pliegues a la altura del ombligo, cubriendo parcialmente las caderas. El traje dejaba al descubierto el culo y las vergüenzas, también eran desnudas las piernas y los pies. Ni ella ni Mario pensaron que pudiera llevar puesto un vestido completo, porque Berta estaba acostumbrada a su desnudez y se sentía cómoda así. El padre Melchor, después de objetar amablemente por lo indecente del traje, aceptó. Otra concesión fue que Berta fuera llevada por Mario al altar atada al cuello con la correa. Berta lucia espléndida con el pelo recogido en su cola de caballo, cubierto con un velo nupcial blanco semitransparente. Había sido lavada y perfumada para la ocasión, incluso sus pies lucían limpios y bien cuidados, menos la planta que se ensució con la caminata. El collar y la correa eran nuevos, ligeros y plateados. En los tobillos Berta llevaba delgados aros de plata que le daban un toque de gracia y elegancia a sus piernas desnudas. Sus pies desnudos pisaban el suelo con gracia exquisita.

La situación era un poco extraña y de haber sido una ceremonia civil sería ilegal, pues los esclavos no podían casarse con sus amos ante el Estado. Pero, para la Iglesia esto no importaba.

La sencilla boda duró sólo una hora, pero le pareció a la pareja un tiempo larguísimo. El padre hizo las recomendaciones acostumbradas a los futuros esposos, con una fórmula modificada, que incluía los deberes de obediencia y sumisión de la esclava a su amo y el deber de éste de cuidar de ella y tratarla con humanidad. Sus hijos no serían vendidos y quedarían con la pareja como libres o esclavos, según eligieran sus padres, y serían educados en la fe cristiana.

Delante del sacerdote ambos pronunciaron sus votos y se intercambiaron los anillos. Mario tuvo que arrodillarse y le puso su anillo a Berta en un dedo de su pie izquierdo pues siendo esclava, no podría lucir un anillo de boda en su mano. Luego se abrazaron y besaron, mientras el sacerdote los felicitaba y los dos testigos aplaudían. Agradecieron al padre Melchor, se tomaron unas fotos abrazados, se despidieron de Max y Sara y salieron alegres y a paso rápido hacia los campos que colindaban con la iglesia. Se echaron a correr en el prado y llegados al límite del bosque, se desvistieron desordenadamente, se tiraron al suelo e hicieron el amor revolcándose en la hierba mojada.

Los días siguientes a la boda transcurrieron normalmente, sin que nadie se enterara de que Mario y Berta se habían casado. Pero cualquiera podría haber notado que ellos estaban más juntos que antes y se intercambiaban miradas de complicidad. La panza de Berta comenzó a inflarse, estaba embarazada. Antes había tenido un hijo pero éste había sido entregado como regalo por el padre de Mario a una prima casada, que no lograba tener hijos suyos.

Mario estaba contento y consideró que su vástago podría ser libre, pero aún había tiempo para pensarlo. Transcurrieron algunos meses, y vino el momento de celebrar la boda oficial entre Mario y Mónica. El rito se llevó a cabo solemnemente en una iglesia de la ciudad con muchos invitados y mucha pompa. Berta, en estado avanzado de embarazo, fue llevada a la boda y tuvo que esperar la salida de los recién casados junto con los demás esclavos, encadenada y acuclillada junto a la pared del lado derecho del frente del edificio, en un rincón con gruesos aros metálicos empotrados en el muro donde los dueños solían amarrar sus animales antes de entrar en la iglesia. Mario salió con su esposa e inmediatamente buscó a Berta con la mirada, la vio y le sonrió de lejos.