Dos Esclavas en Familia

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-Cristina, ¿te recuerdas cuando tenías zapatos en los pies? ¿Cómo se sentía?

-Casi no me recuerdo, han pasado tantos años... Es extraño como se olvidan las cosas. Solo recuerdo que me era difícil encontrar mi número, tengo los pies tan grandes.

Cristina agarró un zapato del ama e intentó medirlo con su pie. Berta que también tenía pies bastante grandes agarró otro. Se rieron, y volvieron a acomodar los calzados con mucho cuidado.

No envidiaban los zapatos de Mónica, estaban tan acostumbradas a ir descalzas, que les resultaría incomodo llevar calzado, aun fueran sandalias. La suela de sus pies, especialmente los de Cristina que había vivido en el campo, estaba callosa y curtida como cuero. No necesitaban realmente calzar nada.

Las dos esclavas seguían llevando grilletes en los pies y su atuendo no cambió. En la cocina Cristina se ponía un delantal que le cubría de las rodillas hasta el ombligo, para que no le salpicara el aceite o el agua caliente sobre la piel, y así servía la comida, pero por lo demás giraba desnuda. Mario quería ponerle un sostén o una blusa, como la de Berta, para mantener firmes sus senos que oscilaban obscenamente, pero Mónica no quiso. En el desayuno este fue uno de los temas de discusión.

-Hay que poner algo a Cristina, no puede girar así con esas tetas.

-¿Y por qué? Es una esclava. No necesita ropa.

-Son pechos muy grandes, con un sostén se quedarían más firmes.

-¿Desde cuándo las esclavas tetonas tienen que llevar un brassier? He visto una en la casa de un vecino con ubres tan grandes como las de Cristina, y está desnuda.

-Pero Mónica... Berta los tiene más pequeños y lleva una blusa.

-Porqué tú quieres, para mí podría andar con los pechos al aire, como es justo, siendo esclava. Pero tú dirás...

-No es por decencia, entiende. Es por comodidad.

-Las vacas llevan las ubres descubiertas y no se ven incómodas.

-No es una vaca es una mujer, esclava pero mujer, y por edad podría ser tu madre. Un poco de consideración, por Dios...

-¿Y qué tiene que ver esto de la edad?

Mario perdía la paciencia, era la típica discusión en que Mónica se ponía necia, defendiendo a toda costa una postura extrema. Le indicó a Cristina que estaba trayendo el café que se acercara. La esclava apoyó la cafetera sobre la mesa y sirviendo el café rozó y golpeó con sus pechos la cara de Mario.

-¿Ya ves? ¡Te lo decía! Necesita un sostén.

-No me vas a convencer Mario, es una esclava y punto.

-¿Cristina, te incomoda llevar las tetas desnudas? --Le dijo Mario con franqueza a la mujer.

-No patrón, no me incomoda, estoy acostumbrada. --Contestó, sorprendida de que se le preguntara su opinión.

-¿Pero no te gustaría llevar un sostén o una blusa?

-Patrón, si me gustaría pero no me molesta estar así. Desde que soy esclava voy desnuda. Bueno, en invierno los amos me ponían encima un sarape de lana, por el frío.

-¿Y antes, cuando eras libre?

-Antes si estaba vestida, pero esto fue hace mucho tiempo, cuando era joven.

Mario no encontró más argumentos y la discusión se agotó. Mónica tal vez tuviera razón, además los pechos de Cristina le gustaban, disfrutaba verlos y poder acariciarlos sin tener que quitarle ropa. Cristina se había dado cuenta y acercaba a propósito sus tetas a la cara de su amo aprovechando toda ocasión para provocar su deseo.

Mario había cedido, pero se había quedado con la idea de que Cristina con su cuerpo tan grande y por su edad madura que suscitaba cierto respeto, estaba demasiado desnuda, algo tenía que llevar puesto. En el futuro trataría de convencer a Mónica de que pudiera vestir una falda por lo menos, sin embargo, por el momento, la esclava debería conformarse con su desnudez. Mario le regaló una cintura delgada, una sencilla cadenita de cuero y metal que rodeaba sus flancos abajo del ombligo, dándole un toque agraciado. A Cristina le encantó y desde entonces siempre la llevó puesta y se sentía incómoda cuando tenía que quitársela para recibir latigazos en las nalgas.

Mónica quería a sus esclavas completamente desnudas e intentó privar a Berta de su blusa pero Mario se opuso y logró que continuara llevando puesta su única vestimenta. Para Mónica se trataba de tener un control absoluto sobre sus esclavas, quería privarlas de cualquier sentido residual de decencia y modestia. Mario no estaba de acuerdo, pero tampoco deseaba que las dos mujeres fueran demasiado vestidas, sobre todo del ombligo hacia abajo. Le gustaba ver sus traseros encuerados, el voluptuoso culo de Berta, y las grandes nalgas de Cristina, que en su madurez tenían un atractivo especial. Sensaciones y sentimientos contradictorios, pues también creía que su amada Berta, y Cristina, para quien sentía cierto respeto y simpatía, deberían llevar un poco más de ropa y además poder maquillarse.

Mario era discreto en sus encuentros sexuales. Satisfacía a Mónica cada tres días, los demás se recostaba con Berta y con Cristina. Mónica se dio cuenta pero no tuvo objeciones y por lo demás gozaba hacerle el amor a su esposo, era un amante fogoso y espléndido en la cama. Con Berta el sexo era más apasionado, chispeante, con un sabor de travesura y complicidad que no tenían los encuentros íntimos con Mónica. A Cristina la tomaba con menos frecuencia, y el sexo con ella era intenso, con un extraño erotismo animal entremezclado con un fetichismo maternal. Aunque no se pareciera a ella, en algo le recordaba su madre, que había fallecido dos años antes.

Mónica no quería que su esposo tuviera sexo con sus esclavas en su presencia o en el piso de arriba. Le dijo a Mario que tenía que usarlas abajo, en el cuarto de servicio o en el patio. Le prohibió besar a Berta frente a ella y especificó que el sexo con las dos esclavas tenía que ser por detrás, estando ellas en cuatro patas. Mario no le hizo caso y tomó estas indicaciones como un arrebato de celo o una broma, aunque Mónica lo había dicho con seriedad.

Los encuentros sexuales en el piso de abajo eran frecuentes y daban lugar a situaciones diversas y divertidas pues a menudo las dos esclavas se encontraban allí y si era de noche, estaban ya encadenadas juntas. Las dos habían establecido una fuerte amistad y no eran celosas, aun si el amo Mario le hacía el amor a una de ellas en su presencia. En estos casos se formaban trios, con una de las mujeres que acariciaba y estimulaba a Mario por detrás mientras penetraba a la otra. Mario era generoso y llevaba a las dos al orgasmo, una con el pene y la otra con la lengua. Cristina que obtenía menos penetraciones que Berta en muchas ocasiones se limitaba a disfrutar viendo a su amiga gozando en la cama de a lado y se masturbaba con los dedos.

Mónica endurece la disciplina

Mónica quería que sus esclavas fueran obedientes y sumisas, pretendía dejarlo en claro de una vez por todas. Una falta trivial de Cristina, romper un plato, dio la ocasión a Mónica de ejercer su autoridad para castigarla. La regañó delante de Berta y la llevó en el patio para darle unos latigazos. Había comprado unos artículos para esclavos en la tienda en los días anteriores y quería probarlos, entre ellos un látigo de cuero más largo y robusto de lo que solía usar. Obediente, Cristina se apoyó en la pared de la casa con las piernas levemente separadas -lo más que pudo separarlas, por cadena entre los pies- y Mónica comenzó a golpearla con el látigo en la espalda y en las nalgas, haciendo temblar a la mujer y arrancándole gritos de dolor. El castigo, dijo Mónica, incluía quince latigazos y el encierro en la jaula. Cristina fue conducida hacia el calabozo, que quedaba bajo la sombra de un árbol de naranjo. Antes de encerrarla, Mónica fijó en el cuello de la esclava un grueso y pesado disco de madera en forma de rosca, bordado de metal, que había mandado hacer expresamente en un taller. También le encadenó sus muñecas. Cristina secundó mansamente todo lo que le hacía su ama y se puso de rodillas para que la pequeña Mónica pudiera encadenarla y ponerle el disco con facilidad. Luego se agachó y entró a cuatro patas con dificultad en la jaula y se sentó en el piso frío cubierto de piedras. No era muy estrecha pero, por ser ella tan grande y gorda, no podía hacer muchos movimientos. Sus pies salían entre los barrotes. Mónica cerró la jaula con una llave, miró a Cristina complacida y se fue sin decir nada. Después de dos horas, a Berta se le permitió llevar agua y un poco de comida al calabozo. El encierro era muy incómodo, Cristina tuvo que hacer sus necesidades en el piso sin casi poder moverse, además había muchos mosquitos que la fastidiaban sin que ella lograra espantarlos. Berta la reconfortó mientras le daba de beber agua con un frasco entre los barrotes. Para comer sólo pudo traerle restos de verdura y pedazos de pan que habían quedado en plato de Mónica y en la mesa, que Cristina comió con avidez. El castigo terminó en la noche, cuando Mónica bajó para liberarla, advirtiéndola que a la próxima falta, la punición sería peor. Antes de ir a preparar la cena, Cristina se quedó aun en el patio para refrescarse con una cubeta de agua y jabón.

Al regresar a la casa, Mario se enteró del castigo, el primer castigo "duro" que se aplicaba en la casa, pero se limitó a preguntarle a su esposa si no le parecía excesivo. Estaba preocupado que, en su ausencia, Mónica recargara la mano con Berta.

-¿No te parece demasiado? ¿Encerrar a Cristina toda la tarde sólo por un plato roto?

-Mario tu tal vez no entiendas la disciplina. Con los esclavos es necesaria, hay que educarlos, y el castigo es parte de su educación.

-Pero el látigo, la jaula... ¿no era suficiente encadenarla afuera en el patio unas horas?

-No, estas son mis reglas. Yo también mando en esta casa.

-Sí, sí, no te enojes, claro que mandas. Pero trata de ser menos dura, se puede obtener obediencia de otras maneras. No es necesario tratar a las esclavas como animales.

-Mira, si quieres saber de castigos excesivos, sé que mi amiga Yolanda encierra su esclava en un calabozo debajo de una letrina, medio lleno de excrementos, y le caga encima. Ella me lo dijo.

-Esto es brutal, se podría enfermar. Y es contra la ley además.

-Sí, pero ella paga las multas y caga sobre su esclava.

-No queremos llegar a excesos así en esta casa, ¿verdad? -Mario comenzó a preocuparse de que Mónica se excediera verdaderamente en su disciplina. Por lo cual, le dio la razón sobre los castigos menores.

-No, pero déjame a mí decidir cuales medidas de corrección debo aplicar a mis esclavas.

-De acuerdo Mónica, tú ganas, pero trata de usar el látigo lo menos que puedas. No me gusta.

-No lo usaré mucho, sólo lo necesario... Ah, y quiero instalar una picota en el patio, que se vea bien desde nuestra ventana. Se puede usar en vez de la jaula, dicen que es muy eficaz para disciplinar a los esclavos desobedientes.

-Haz lo que quieras, pero por favor no te excedas.

En los días siguientes Mónica experimentó con otros castigos para faltas más leves, como no contestar pronto a una orden, molestarla con el ruido de las cadenas, preparar comida menos sabrosa de lo normal o servir descuidadamente en la mesa. En estos casos se aplicarían solo seis o siet latigazos y la esclava sería encadenada en el patio con las manos atrás a la hora de la comida, teniendo que alimentarse de un plato en el piso agachándose como una perra. Mónica observó complacida desde la ventana de la sala comedor como Cristina --a quien le tocó primero ser castigada así- trataba de alcanzar la comida en el plato.

Mónica podía observar el patio desde la ventana de su recámara y era común que se asomara para echar un vistazo a sus esclavas trabajando, agachadas en la letrina haciendo sus necesidades o encerradas en la jaula cumpliendo su castigo.

Las ausencias de Mario se hicieron más frecuentes por los compromisos de trabajo. Esto quería decir que las dos esclavas pasarían más tiempo bajo el control exclusivo de su estricta patrona. Mónica las trataba peor que animales pero no era cruel con ellas, el trato era como el de un ranchero con sus reses y caballos. Una vez le preguntó a Mario si podía usarlas para jalar una calesa, le hubiera gustado dar unos paseos e ir de compras o a la iglesia con una calesa al viejo estilo, como lo hacían algunas amigas.

Mario se quedó perplejo.

-Mónica, esta es una idea descabellada. ¿Cómo una calesa? ¿Jalada por Cristina y Berta?

-Mario las calesas con esclavos se han vuelto de moda ahora que la gasolina cuesta tanto. Y es más ecológico, se contamina menos. Tengo al menos cuatro amigas que tienen estas calesas.

-No me gusta la idea de que mis esclavas tiren una calesa como caballos.

-Resulta que son también mis esclavas, y no tenemos caballos.

-Espera, no quiero pelear. Tratemos de ser racionales. Son dos hembras, no tienen la fuerza de tirar un vehículo.

-Sobre Berta tal vez tengas razón, pero Cristina es una hembra robusta, además trabajó en una granja. Pero quizás no sabes que existen calesas ligeras, hechas de balsa y bambú, que pueden fácilmente ser jaladas por esclavas, incluso por niños.

-Se me hace una reverenda estupidez. No es eficiente, el vehículo sería demasiado lento.

-¿Lento? Pero no es para cuando tienes prisa Mario, la calesa es para dar un paseo o ir de compras. Es para recorridos breves, no para ir al trabajo o salir de la ciudad.

-Pero no tienes una calesa.

-Pienso comprar una en estos días.

-Pero Berta todavía está embarazada, hay que esperar que se alivie.

-Estoy de acuerdo, pero la usaré para la calesa después del parto.

Al fin, a Mario se le acabaron los argumentos y accedió.

Parto y revelación

Mario posponía el momento que le diría a Mónica que se había casado con Berta. Tenía miedo y no sabía cómo decírselo. Le prometió a Berta que se lo diría después del parto. Esto llevaría a renegociar el trato con Berta en términos más favorables y convencería a Mónica de elevar su estatus en la casa al de una concubina semilibre, no de una simple esclava como Cristina. Berta podría ocupar un cuarto más cómodo en el piso de arriba, no llevaría ya cadenas por la noche y tal vez podría ponerse más ropa, quizás incluso una falda. No estaba seguro que Mónica aceptaría todo esto, pero lo intentaría.

Finalmente, Berta dio a la luz. Fue en su cuarto, asistida por una partera. Estuvo un poco incómoda durante el parto porque aún tenía los grilletes en los pies y su collar puesto, atado con la cadena a la pared. Mario esperaba afuera, emocionado. Cuando entró vio que Berta sostenía entre sus brazos un pequeño varón que lloraba. Le pusieron el nombre de Mauricio. El niño fue puesto en una cuna en el cuarto. ¿Sería esclavo o libre? Mónica, quien quiso que Berta diera a la luz encadenada, no tenía dudas, era un esclavo. Representaba una ganancia para la economía de la casa, si se quedaba podría servir allí o bien podría venderse en el mercado.

Mario o Berta tenían que decírselo a Mónica. Fue Mario, en la comida, dos días después del parto, que reveló todo a su esposa. Mónica se quedó pasmada, luego furiosa y empezó a gritar y a tirar platos en el piso. La discusión duró dos horas que parecieron una eternidad. Las dos esclavas escuchaban desde la cocina espantadas, comentando lo que llegaban a escuchar.

Mario entró en la cocina alterado. Le dijo a Berta que lo siguiera hacia el jardín. Se sentaron en el pasto y Mario le contó que Mónica no quería sentir razones y estaba enfadada con ellos. Si se llegaba al divorcio, sería una catástrofe, la casa quedaría para Mónica incluyendo casi ciertamente a las dos esclavas. Le dijo que la solución menos mala para todos era que todo siguiera igual, es decir, que Berta quedaría como esclava a todos los efectos sin cambio de su estatus. No se haría ninguna mención pública de su boda. Podrían hacer el amor, pero no delante de Mónica y sin manifestar públicamente sus sentimientos.

Además, y esto era lo más doloroso para los dos, los hijos de Berta serían esclavos. Lo único que pudo obtener Mario fue que no serían vendidos, sino que quedarían en la casa sirviendo en ella. El acuerdo incluía que Berta no fuera castigada o recibiera un trato más duro por la cuestión de la boda, pero sería tratada de manera idéntica a la de Cristina. Berta no supo decir nada y sólo abrazó con todas sus fuerzas a Mario, su amado amo y esposo, y a los dos le salieron lágrimas y sollozos.

La venganza de Mónica

En los días que siguieron todos en la casa trataron de hablar lo menos posible. Mario se quedó más de lo acostumbrado a trabajar en la oficina. Cristina y Berta hicieron sus tareas en silencio tratando de no llamar la atención de su ama. Berta no trabajaba mucho porque tenía que cuidar al pequeño Mauricio y darle pecho. Finalmente, tuvo que enfrentar a su ama y rival en amor. Con el pretexto de que una prenda entre la ropa lavada había quedado manchada, Mónica aplicó un castigo a Berta. El bebé fue dejado a cargo de Cristina, mientras Berta era llevada al patio para recibir sus latigazos. Tuvo que quitarse la blusa, quedando completamente desnuda, y apoyarse contra la pared, mientras Mónica preparaba el látigo. Los latigazos cayeron sobre la espalda y el culo de la pobre esclava que no pudo evitar lanzar unos gritos que se escucharon en toda la casa. Fue obligada voltearse, poniendo las manos detrás de la cabeza, y recibió latigazos también sobre las tetas y la panza. Las lágrimas le corrían por el rostro por el dolor y la humillación del castigo. Luego, Mónica le encadenó las muñecas, la hizo poner de rodillas, le cerró al cuello el pesado disco de madera, y la condujo hacia el calabozo. Berta entró como un perro en la jaula empujada bruscamente por Mónica quien le pateó el trasero. La jaula fue cerrada con candado. Para humillarla más, Mónica se quitó los zapatos y apoyándose en los barrotes introdujo un pie en la jaula para que Berta lo lamiera. La esclava se agachó y lamió con cuidado el pie de su ama, primero el derecho y luego el izquierdo, introduciendo la lengua entre los dedos y bajo la suela, llenándose la boca con el sabor y el olor de los pies sudados de la patrona, hasta que Mónica quedara satisfecha.

Estando descalza Mónica se levantó la falda y se quitó sus pantaletas blancas, descubriendo su vagina peluda. Se pegó a la jaula, alargó sus piernas y ayudándose con los dedos para tomar la mira entre los barrotes, hizo pipí sobre Berta. El chorro amarillo regó la cara de la esclava salpicando su pelo y goteando a lo largo del cuello, a través del hoyo del disco de madera, entre los senos y bañando las piedras del piso. Berta cerró los ojos y la boca para que no se llenaran de orina y sus lágrimas se mezclaron con el líquido amarillo de su ama. Abrió los ojos sollozando esperando que Mónica tuviera un poco de piedad por ella. Afortunadamente la mujer estaba satisfecha, volvió a vestirse y se retirò.

Antes de irse Mónica la advirtió que el día siguiente llegaría la calesa que había comprado y que Berta sería el animal de tiro. También le dijo que había comprado unas cadenas especiales para ella y que le pondría un aro en la nariz, sin importar lo que dijera Mario.

Berta quedó sola en la jaula toda la tarde, oliendo a pipí y fastidiada por los moscos, llorando su desgracia y asustada por los castigos que vendrían. Si solo Mario supiera... Después de un rato, Cristina le llevó su hijo para que lo amamantara, limpiándole con un paño húmedo los residuos de sudor, lágrimas y orina seca de la cara y las tetas y la ayudó a pasar los pechos entre los barrotes. Cristina la reconfortó y le dijo que era de esperarse que el ama la castigara, pero podría haber sido peor. Más tarde comenzó a llover, el chubasco fue breve y limpió la jaula, dejando charcos de agua que olían a piedra y tierra mojada. Berta estaba toda empapada y se le erizaba la piel pero los últimos rayos de luz antes de la puesta del sol lograron secarla.

El suplicio terminó en la noche, cuando llegó Mario. Fue directamente a la jaula y liberó a Berta ayudándola a ponerse de pie, a lavarse y recomponerse, y le trajo un poco de comida y de agua. Fue a quejarse con Mónica y casi se iniciaba una nueva pelea, pero Berta llegó y trató de apaciguarlos. Humildemente y pidiendo perdón por su atrevimiento, se puso de rodillas, y le dijo a Mónica que había sido justa con ella y que se merecía el castigo. Se agachó a cuatro patas y besó los pies de su ama. Mónica se tranquilizó y la discusión terminó. Mario fue a buscar la blusa de Berta y se la dio para que cubriera sus pechos, le dio un beso en la boca, la abrazó, le aseguró que no sería ya castigada tan duramente, y se fue a dormir.