Dos Esclavas en Familia

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-Lo sé, pero ten paciencia, no somos animales.

-Mónica me quitó la blusa, la que me había regalado Mario. Ahora estoy desnuda, sin nada...

-Berta, yo llevo quince años completamente desnuda, ni me recuerdo como es llevar ropa. Bueno salvo el sarape que tenía en invierno en el campo. Además tenemos las cadenas.

-Ah las cadenas. Estas nuevas que nos puso Mónica son bien pesadas, casi no puedo caminar.

-Es cierto, pero al menos nos las quita para dormir.

-Y dormimos siempre con el collar y los grilletes. Te acuerdas? Hasta nos tocó parir así, ¡encadenadas!

-¿Qué esperabas? Somos esclavas.

-Bueno... sí. Pero las cosas son cada día peores. Ahora Mónica nos hace tragar su pipí cuando estamos en castigo. Es tanta la que tomé que casi me enfermo del estómago, sabe ácido, y huelo a pipí todo el día.

-El pipí de la patrona no sabe tan mal, vamos, ya te acostumbraste. Sólo hay que tomar más agua para diluirla, y lavarse enseguida. Además... la patrona nunca nos hizo caca encima. Tampoco nos escupe y nos pega con palos. Y lamer sus pies... no es tan terrible, sólo saben un poco a sudor, la patrona es muy limpia. Además ¿de qué te quejas?, cuando le daba pecho a mi bebé a mí me ordeñaba como una vaca para su desayuno.

-Yo también fui ordeñada... ¿Ves? ¡Somos como animales! Oí la patrona comentar a sus amigas que esperaba que me preñara pronto, quería más esclavos para la casa y quería ordeñarme para su caffelatte.

-¿De qué te sorprendes? Nuestro vientre y nuestras tetas le pertenecen, somos suyas. Pero somos también de Mario. Al patrón le encanta tener más hijos y disfruta el café con mi leche. Ojalá consiga preñarme pronto.

-Tienes razón, me gusta cuando Mario me ordeña y saborea mi leche. Y quiero darle muchos hijos.

-Sería lindo, tendremos una gran familia y nuestros hijos crecerán juntos.

-¿Cómo esclavos?

-Si, como esclavos, no creo que podrán ser libres. Pero mira Berta, velo de otra perspectiva. Nos podría ir peor, mucho peor. La patrona no es mala, sólo es muy estricta, obsesiva con la disciplina y posesiva. Nos deja con nuestros hijos, podemos cuidarlos, y seguro no serán vendidos fuera de la casa. Además tenemos nuestro cuarto y comemos bien, yo diría muy bien. Hay esclavos que duermen en jaulas y comen solo porquerías y sobras. Yo en el campo dormía en un establo que apestaba a estiércol en medio de vacas, cabras y cerdos.

Berta entendía que su situación pudiera ser mucho peor pero igual se sentía tratada como una bestia.

-¿Y el látigo? ¡Tengo el trasero rojo de tantos latigazos!

-Berta, no son tantos y la patrona cuida de que no nos queden las marcas.

-Oh Cristina ojalá tengas razón y esto no empeore, y ojalá Mario regrese pronto. La patrona es tan extraña, quiero complacerla, me esfuerzo por ser obediente y cumplida, y aun así me humilla y castiga. Creo que me odia.

-No te odia Berta, relájate. No te quejes demasiado. Esta es la vida que nos toca vivir. Sé alegre, disfruta las buenas cosas y despreocúpate.

Aun con sus matices por la edad y las circunstancias diversas de su biografía, las dos esclavas al fin tenían un carácter jovial y aun en medio de las tribulaciones sabían encontrar la forma de vivir serenas y gozar con alegría las pequeñas cosas de la vida.

Mónica en cambio tenía un carácter inconstante, lunático, con lados sombríos. Había momentos que llegaba a ser amable con sus dos esclavas, incluso hacía alguna broma y se reía con ellas. Pero en otros momentos estallaba en cólera y aplicaba castigos por faltas mínimas casi con sadismo. Además se ensañaba con Berta por los celos, que nunca habían desaparecido. La sumisión y obediencia de Berta y Mónica ayudaba a calmarla pero no modificaba el trato general hacia ellas.

Cuando Mónica se hacía lamer los pies por una de las dos esclavas en la sala, viendo televisión y comiendo algún antojo, o maquillándose, parecía relajarse. Acariciaba con un pie la cabeza de ella y luego la hacía recostar en el piso, para apoyar los pies sobre su espalda. Mónica se acostumbró a que sus esclavas les limpiaran los pies con la lengua con más frecuencia y le hicieran un pedicura completo limando las uñas y poniéndole esmalte. También tomó la costumbre de orinarles en la boca aun si no estaban siendo castigadas. Era más cómodo que ir al baño y las dos esclavas aprendieron pronto a tragar todo el líquido sin que salpicara el piso. Aunque Mónica no era lesbiana, tomó gusto en hacerse limpiar la vulva con la lengua y lamer el clítoris, después de orinar, incluso llegaba al orgasmo. Era una forma de compensar la larga ausencia de Mario. Berta y Cristina lo comprendieron y complacían premurosamente a su ama, esperando que así moderara su trato hacia ellas.

A los seis meses Mario, finalmente, regresó de su estadía en el exterior. Al llegar a la casa alrededor de las tres de la tarde, encontró Mónica, que le vino a saludar con su pequeño hijo en los brazos. Mario se conmovió y la abrazó, besándola con ternura. Cristina que estaba haciendo la limpieza en la sala esperó pacientemente atrás que el amo la notara. Mario se dirigió hacia ella para abrazarla también, la besó en la boca y acarició y besó sus tetas. ¡Como extrañaba el caffelatte con su leche fresca!

Notó que Cristina llevaba puestas cadenas más gruesas de lo acostumbrado, un collar del cual pendía una cadena que llegaba hasta los pies uniéndose a los grilletes, y atado también a la cadena que unía las muñecas. Aunque largas, las cadenas dificultaban los movimientos. Fue sorprendido por el aro taurino en la nariz, y los nuevos aros en su vagina. Dio la vuelta a la mujer y vio que su espalda y sus nalgas eran rojizas, y aunque no tenían marcas visibles, se notaba que eran el efecto de sendos latigazos.

-Mónica, ¿no te has excedido con el látigo? Mira las nalgas de esta pobre mujer... ¡te dije que fueras moderada!

-Mario, es por disciplina. Además ves que no dejo marcas, no las lastimo, sé usar el látigo con toque ligero.

-Ya lo veo... ¿Y las cadenas?... me parecen demasiado pesadas, muy incómodas ¿Cómo va a trabajar bien así una esclava?

-Se las quito por las noches, sólo quedan atadas por el cuello y les dejo sólo los hierros en los pies.

-¿Berta también lleva cadenas así?

-Sí, también ella.

-Espérame aquí, quiero verla.

Preocupado, Mario fue al patio para buscar a Berta. La encontró en el cuarto-prisión, encadenada de la misma manera que Cristina, cuidando a su hijo y al hijo de Cristina en una cuna de madera. Se lanzó hacia ella y la abrazó fuertemente, los dos se besaron y acariciaron, recostándose sobre la cama de ladrillos, como lo permitía la cadena que estaba atada al collar de Berta. Mario notó con sorpresa que ella también llevaba un aro en la nariz, como el de Cristina, dos aros en su vagina, y además estaba rasurada y tenía los pechos desnudos. Hizo dar vuelta a Berta para examinar su trasero y vio que también su piel había sufrido los efectos del látigo. Olía un poco a orina y tenía los pies y las piernas bastante sucios.

Mientras la examinaba y acariciaba con ternura, la interrogó para averiguar más.

-Berta no sabes, no sabes cuánto te extrañé.

-Yo también Mario, me hiciste tanta falta. Muchísima falta.

-Quiero preguntarte una cosa. ¿Mónica te trató bien en estos meses? Dime con sinceridad, sin miedo.

-Mario... no quiero tener problemas con Mónica.

-Dime, no te preocupes por Mónica, quiero saber.

-Bueno... en general me trata bien, puedo cuidar a los niños durante el día alternando con Cristina. Ella me castiga solo dos o tres veces por semana, aplica el látigo y tengo que estar en la jaula con los moscos, el calor y olor a pipí.

-¿Te haces piss en la jaula?

-Sí, pero... es que debo beber el pipí de Mónica.

-Por Dios... ¿Te orina en la boca?

-Sí, casi todos los días, aun si no estoy castigada. Nos usa a las dos como orinales.

-¿Y tus pies? se ven bastante sucios.

-Lo siento Mario, no me pude lavar, en la mañana tuve que tirar la calesa de la patrona hasta la iglesia.

-¿Cuántas veces por semanas te usa para la calesa?

-Solo una o dos, ahora usa más a Cristina.

-¿Y este cuarto? ¿Cuándo te encadena aquí?

-Cuando tengo que cuidar a los bebés. Aquí está la cuna, ¿ves?

-Oh Berta...

Mario no hizo más preguntas, estaba ya bastante indignado y enfadado con Mónica.

-No pensemos ahora en estas cosas, lo importante es que estamos de nuevo juntos.

-Si Mario, ¡finalmente juntos!

La felicidad del momento y el salvaje deseo de poseerla disiparon rápidamente el coraje por el trato degradante que Berta tuvo que soportar. Sin pensarlo más se quitó los calzones y estando aun Berta con el culo levantado, la agarró y la empujó para que se acomodara sobre la cama a cuatro patas. Por las cadenas que llevaba adelante, esta era la posición más cómoda para los dos. Mario lamió con lujuria la vagina mordisqueando los labios y jalando los aros con los dientes, arrancando a la mujer suspiros y gemidos bestiales de placer. Luego la penetró con el pene duro empujando más y más rápido, hasta que ambos llegaron al clímax al mismo tiempo lanzando un grito ahogado que resonó en el cuarto. Entretanto en la sala, Cristina y Mónica habían adivinado lo que estaba pasando, la esclava con un poco de envidia por su amiga, el ama furiosa por la humillación.

Como era de esperarse, más tarde estalló una violenta discusión entre Mario y Mónica, que las dos esclavas escucharon desde abajo con temor. Continuó durante horas, hasta bien entrada la noche. Ese día no hubo cena y los amos se olvidaron de quitarles las cadenas a las dos esclavas, que durmieron como pudieron completamente encadenadas.

El día siguiente, Mario bajó al cuarto de ellas y les comentó lo que habían acordado él y Mónica. Las dos esclavas escucharon atentamente, sentadas en sus camas.

-Berta, Cristina, ya vieron que tuvimos una discusión su patrona y yo.

-Si Mario, nos dimos cuenta. --Contestó Cristina.

-Bien, escúchenme. Sobre ustedes hemos llegado a un acuerdo. Ya no habrá tantos latigazos y se aplicarán solo en las nalgas. Habrá menos castigos, pero espero que se porten bien y no obliguen a Mónica a aplicar su disciplina. También espero que ella deje de orinar encima de ustedes, dejé en claro que las esclavas no son retretes. Sin embargo, tienen que lamerle bien los pies y hacerle todos los días una buena pedicura, a ella le gusta.

Mario hizo una pausa, luego prosiguió.

-Ahora lo más importante: Mónica se compromete conmigo a no vender nunca los hijos de sus esclavas, pero estos son y serán siempre esclavos, propiedad de la familia. Se quedarán en la casa sirviendo, desnudos y con un collar de hierro a partir de los cinco años. Los hijos de Mónica serán amos de ellos y de ustedes.

Berta y Cristina se miraron con alivio pero también con preocupación, se decidía el futuro de sus hijos.

-Berta, lo siento, pero no podré ya expresarte mi cariño en presencia de Mónica, tendremos que ser más discretos. Esto es necesario para el bien de todos.

Ahora, en cuanto a sus tareas en la casa, seguirán iguales. Continuarán tirando la calesa de Mónica. Me prometió que los recorridos serán más breves para que no se cansen y que serán tratadas con más cuidado.

En cuanto a sus cadenas, continuarán llevando puestas las que traen, hasta que consiga encontrar unas más ligeras y cómodas. Estas que cargan ahora serán para trabajar en castigo o para cuando estén encerradas en la jaula. Los aros que les puso Mónica en la nariz y en la vagina quedarán para siempre.

Y la ropa... Berta, lo siento, tienes que olvidarte de tu blusa, te quedarás con los pechos desnudos. Lo único que pude obtener para ti es que lleves puesta una cintura de adorno, como la de Cristina. Te la regalaré yo cuando encuentre una bonita.

Berta no pudo escuchar más y se puso a llorar desconsolada, aferrándose con las manos a la cadena que pendía de su collar. Mario se sentó junto a ella y recostó su cabeza sobre su pecho, tratando de reconfortarla. Cristina más resignada y estoica, también se acercó para dar consuelo a su amiga.

-Berta, Cristina, no se preocupen, Mónica no cambiará los arreglos. Yo cuidaré nuestros hijos, para mí no hay distinción entre los de ustedes y los de Mónica. Todos son mis hijos y los voy a querer por igual.

-Gracias Mario, gracias. --Le dijeron las dos esclavas abrazándolo.

-Ahora es tiempo de trabajar, no sean tristes, vean lo positivo y vivan serenas. Ya estoy aquí con ustedes.

Las dos esclavas se levantaron y haciendo tintinear sus cadenas se dirigieron a sus labores cotidianas, tranquilizadas por las palabras del amo. Faltaba tiempo para digerir todas las novedades y entender cómo sería su vida a partir de ahora. Mario observó desde la puerta Berta bajar al patio a orinar en el retrete. Se movía con dificultad por las cadenas pero sin tropezar. Se acuclilló sobre el hoyo, abrió un poco las piernas y orinó salpicando la piedra y sus pies encadenados. Luego se levantó y se dispuso a recoger la ropa limpia colgada.

Berta no había perdido su gracia y su encanto aun así, toda desnuda y encadenada. El aro que llevaba en la nariz era extraño pero no feo y los que llevaba en la vagina le parecían sensuales. Qué animal tan bonito era Berta, pensó, sorprendiéndose consigo mismo de estar viendo a su amada esclava y esposa como una bestia. ¿Una bestia? Confundido y como buscando alejar los pensamientos, bajó al patio para ayudarla a poner la ropa limpia en los canastos. Acarició su culo, le hizo un cumplido travieso y le dio un beso en la boca. Le dijo que en la tarde, darían un paseo en calesa por el barrio. La esclava sonrió a su amo, agachó la cabeza en señal de sumisión, y le contestó con dulzura teñida de melancolía que lo llevará a donde quisiera ir.

En la tarde Berta fue encadenada a la calesa por Mónica quien le dio a su marido un látigo y un paquete de golosinas para la esclava. Mientras subía a su asiento Mónica le dio un beso, despidiéndose con una sonrisa y un augurio de buen paseo. Mario devolvió el saludo con cariño, los dos se habían reconciliado. Un chasquido sonó sobre las nalgas de Berta, quien comenzó a tirar hacia la calle. La calesa se dirigió lentamente hacia una avenida flanqueada de árboles, mientras el cielo se encendía con los colores del atardecer.

[FIN]

[©Xfrank, 2013, 2020]

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