Dos Esclavas en Familia

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Los invitados y los novios fuero a un restaurante donde disfrutaron una rica comida durante tres horas. Había unas veinte mesas y cien invitados, más unos treinta esclavos encadenados a un muro que consumieron una comida más sencilla sentados en el piso o recostados a la pared. Entre ellos Berta fue quien recibió la mejor comida pues Mario recomendó a los camareros servirla bien y llevarle un buen pedazo de pastel.

Una nueva vida

Después de la comida, los novios abordaron el automóvil que los llevarían a su nueva casa. Berta metida en otro coche que cargaba con las maletas, que siguió en caravana. La nueva casa era un edificio de dos pisos en los suburbios del oeste de la ciudad, cerca de los bosques, un barrio de clase media. Era un edificio bien construido, con estilo, aunque no de lujo, rodeada de una barda que la encerraba toda, con un jardín ancho en la parte delantera y un patio también ancho en la parte de atrás, separados por el edificio principal y por bardas recubiertas de vegetación. Berta ayudó a descargar las maletas, a pesar de su avanzado estado de embarazo y tener que caminar con grilletes en los pies.

La puerta no estaba cerrada con llave. Entrados en el vestíbulo, les dio la bienvenida una esclava que ninguno de los tres conocía. Ella hizo una reverencia y con una sonrisa se presentó.

-Bienvenidos a su casa. Me llamo Cristina y soy su esclava, soy un regalo de boda para ustedes.

-¿Un regalo? ¿De quién? --Le preguntó sorprendido Mario.

-De su tío Francisco, patrón.-

-Oh... habrá que agradecerle al tío Francisco, entonces --Le dijo Mario a su esposa.

La esclava entregó a Mario un manojo de llaves y se quedó de pie en espera de órdenes mientras Mario, Mónica y Berta la observaban con curiosidad. Estaba completamente desnuda, llevaba solo un collar metálico, casi escondido por una cinta roja de regalo. Tenía las manos encadenadas y hierros en los pies. Era alta, más alta que sus nuevos amos, aparentemente de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, podría haber sido la madre de Mario. Era robusta y corpulenta, con caderas anchas y panza un poco caída, con pliegues arriba y abajo del ombligo. Tenía pelo castaño oscuro, corto y ondulado, ojos café con cejas espesas y largas pestañas, su piel era bronceada, casi parda. Mario se acercó para examinarla, tenía facciones finas a pesar de su gordura. Sus tetas muy grandes con areolas marcadas caían por el peso pero estaban bien plantadas en el busto. Mario las agarró con una mano, pero no le cabían. Adivinando las intenciones de su nuevo amo, la esclava inclinó un poco hacia abajo y adelante su cabeza, para que pudiera ser examinada con más comodidad. Mario con un dedo abrió la boca de la esclava, que sacó la lengua y enseñó sus dientes. Llevaba aretes sencillos en los lóbulos de sus orejas. Su cuello era grueso, sin papada. Mario palpó sus músculos, tenía brazos fuertes y manos grandes, acostumbradas al trabajo pesado. Mario notó que tenía la vagina rasurada, se acercó para examinarla y tocarla con los dedos, la fisura era grande y húmeda, y tenía una pequeña argolla en uno de los labios.

-Esclava agáchate, quiero verte por detrás. --Dijo Mario.

Cristina se inclinó más hacia adelante, haciendo un esfuerzo para no caerse. Tenía un trasero grande, con pompas prominentes separadas por la profunda fisura del culo, apoyado en piernas anchas y robustas, que arriba casi no dejaban espacio entre ellas por su gordura. Tenía un poco de celulitis, sin exceso. La espalda y el culo no tenían marcas visibles de latigazos. Mario acarició las nalgas y las abrió levemente con los dedos par examinar el culo.

-Es robusta pero un poco gorda. --Le comentó Mario a Mónica mientras exploraba el grueso trasero de la esclava.

-La pondremos a trabajar, así seguramente bajará de peso.

-Cierto... de todos modos es un excelente regalo. Ayudará a Berta en las labores domésticas.

Mónica asintió con la cabeza y se acercó también a la esclava que aún estaba agachada para inspeccionar las nalgas y las piernas. Mario la interrogó.

-¿Cuántos años tienes Cristina?

-39 mi amo.

-Sabes cocinar?

-Si mi amo, cocina mexicana e internacional.

-Bien, entonces te encargarás de la comida, además de la limpieza.

Mario buscó en el manojo de llaves las que abrían las cadenas y le liberó las manos y los pies. Se volteó hacia Berta, que había estado esperando de pie junto a la puerta y con un gesto la invitó a acercarse.

-Berta, encárgate con Cristina de acomodar las maletas en la casa.

-Sí Mario, enseguida.

Mario se dio cuenta que Berta aun llevaba grilletes en los pies y fue a buscar la llave para quitárselos. Mónica aprovechó para terminar su examen de Cristina inspeccionándola por todo el cuerpo con sus manos delgadas y blancas, también le hizo agachar de nuevo para examinarle la boca. Le quitó la cinta del cuello, tenía una pequeña tarjeta con una frase escrita a mano: "¡Felicidades! Regalo del tío Francisco". Abajo se especificaban las habilidades de la esclava: "Cocinera, sirvienta, nodriza y niñera".

-Bien, a trabajar, hay mucho trabajo que hacer. Berta, Cristina, lleven las maletas a la sala, ábranlas y comiencen a buscar donde acomodar las cosas. Les diremos dónde ponerlas.

Mientras Mario y Mónica exploraban la nueva casa, las dos esclavas movían y abrían maletas, para colocar todas las cosas donde sus amos les iban indicando. Trataban de seguirlos cargando los objetos y la ropa, con algo de incomodidad por el embarazo de Berta y por la gordura de Cristina. La nueva esclava se esmeraba por complacer a sus amos y se encargaba de ejecutar las tareas más pesadas, como colocar objetos voluminosos arriba de los muebles y los clósets. Sus gruesos senos oscilaban como ubres de vaca y en más de una ocasión les pegaron a Mario y a Mónica, suscitando más hilaridad que molestia. Ayudó a Berta a cargar cosas, pues se veía bastante cansada. También Mario le quitaba objetos a Berta para que no se fatigara.

El día terminó y todos estaban cansados. Muchas cosas se resolverían en los días siguientes. Mientras tanto, Mario y Mónica dieron instrucciones a las dos esclavas y les indicaron donde dormirían. Había un cuarto para el personal de servicio en la parte baja de la casa, con dos camas y acceso directo al patio trasero. Cada cama estaba provista con un aro de hierro empotrado en la pared, para colgar una cadena. No había baño, lo esclavos harían sus necesidades en una especie de retrete en un rincón del patio, una piedra con una fisura en medio, colocada arriba de un canal de desagüe, expuesta a la vista desde la casa. En el patio también había una pequeña jaula debajo de un techo, una perrera suficientemente grande para que cupiera un esclavo. Berta y Cristina la miraron con un poco de temor.

Mario fue a buscar las cadenas y las llaves, mientras Mónica organizaba las tareas de las dos esclavas para el día después.

-Escúchenme bien, esclavas. Yo soy su ama y me tienen que obedecer a mí como al amo Mario. ¿Entendieron?

-Si ama Mónica. --Contestaron las dos al mismo tiempo un poco asustadas por el tono seco y duro de su patrona.

-Bien y más les vale. Estas son las tareas y las reglas a seguir, por el momento. Mañana se levantarán temprano para preparar el desayuno y hacer limpieza en los baños y la cocina. El resto de la casa lo limpiarán en la tarde. Cristina prepararás la comida y la cena. Berta, por el momento ya que estás embarazada, tu tarea es la de ayudar a Cristina y hacer los trabajos menos pesados. Quiero que hagan todas las tareas puntualmente y a la perfección. ¿Entendieron?

-Sí ama Mónica.

-Este es su cuarto para dormir, por el momento no serán encadenadas a la pared, pero sus collares serán atados con una cadena y comenzarán las tareas del día juntas. Después del desayuno el amo Mario o yo las separaremos.

Llevarán los grilletes puestos de noche y de día, y más vale que no hagan ruido arrastrando las cadenas. Cualquier falta se castigará con latigazos y si son faltas graves, con el encierro en la jaula sin comida ni agua hasta que me plazca.

Tú Cristina quedarás así como estás, desnuda, y tú Berta puedes continuar llevando tu blusa. Es una concesión de mi marido y tienes que sentirte muy agradecida, yo no creo que los esclavos deberían llevar ninguna prenda puesta.

¿Entendieron todo lo que dije?

-¡Si ama Mónica!

-Entonces, ¡a dormir! Mañana hay mucho trabajo que hacer.

Mientras Mónica se salía del cuarto, Mario llegó con las cadenas y las llaves, puso los grilletes en los pies a las dos esclavas y fijó con candados una cadena larga a sus collares, que les permitía dormir cada una en su cama, que estaban a poca distancia una de la otra. Luego se retiró con su esposa en el piso de arriba. Antes de salir del cuarto, sin que Mónica se diera cuenta, le dio casi furtivamente un beso en la boca a Berta y le acarició tiernamente el vientre abultado.

Cristina y Berta se vuelven amigas

Cristina fue sorprendida por la ternura del amo con Berta y quiso saber más. Ahora solas, las dos esclavas, cada una sentada en su cama y unidas por la larga cadena atada a sus cuellos, se relajaron, rompieron el hielo y comenzaron a conversar. Se caían bien, ambas eran mujeres sencillas, alegres y de buen ánimo. Cristina sentía cariño por la joven embarazada y Berta veía a su compañera mayor de esclavitud como una figura protectora.

-Hay mucho que platicar Cristina, pero tendremos mucho tiempo.

-Es cierto Berta, creo que estaremos aquí sirviendo por muchos años. Espera, tengo que salir a hacer pipí, ¿vamos? --Las dos tenían que ir juntas, estando atadas por la cadena.

-Si yo también tengo ganas, vamos.

Salieron hacia el patio caminando con dificultad sobre el pasto y la tierra, haciendo tintinear un poco las cadenas. Ambas cuidaron de no hacer ruido, para no molestar a los amos. Cristina se agachó primero sobre la piedra, buscó atinarle a la fisura y orinó abundantemente, salpicando sus grilletes. Luego fue el turno de Berta que también hizo pipí, acomodando como pudo su panza. Las dos continuaron conversando mientras orinaban. Ya estaba oscureciendo, y notaron que se apagó la luz en la ventana del cuarto de arriba donde estaban los amos.

Regresando en el cuarto prendieron la luz y se sentaron para continuar platicando. Era la primera noche y estaban abrumadas por las novedades del día. Ninguna de las dos tenía sueño.

-Entonces, Berta, ¿que hay entre tú y el amo Mario?

-Voy a ser sincera contigo. Sí, Mario y yo nos queremos, y espero hijo de él.

Cristina se había dado cuenta y asintió con la cabeza, sonriendo. Berta continuó relatando a grandes rasgos su vida pero no reveló que se había casado con Mario, por el momento quería guardar el secreto.

-Y tú Cristina, como llegaste aquí. Quiero decir, antes de ser comprada por el tío Alejandro.

-Oh... es una larga y triste historia, ¿quieres escucharla?

-Pero por supuesto Cristina, te escucho.

-Bien, ¿Por dónde comenzar? Nací en el norte, soy de Durango. Mis padres tenían un rancho con reses. Estudié en la ciudad y conseguí una licenciatura en economía. Me fue muy bien, enseguida entré a trabajar en una compañía de seguros con un buen salario.

-Por Dios Cristina, ¡eres licenciada! Ni nuestros amos tienen licenciatura... - Berta no podía creerlo y estaba asombrada, la mujer desnuda y encadenada sentada delante de ella tenía un título universitario.

-Si Berta, tengo una licenciatura, como te dije. Pero espera, la historia continua. No lo vas a creer. Al poco tiempo que entré, subí de nivel y me encargaron el área de finanzas. Estaba feliz por el ascenso, pero resultó ser una trampa. La policía estaba investigando una gran estafa y yo fui arrestada con otros empleados. Fuimos los chivos expiatorios. El tribunal nos condenó a mí y a otros quince empleados, todos inocentes. A mí me dieron cadena perpetua con trabajo forzado, pero el juez se compadeció de mí y conmutó la pena en esclavitud de por vida.

Fui llevada a una cárcel especial donde fui entrenada como esclava. Allí me desnudaron, me encadenaron y me enseñaron a obedecer y trabajar. Fue muy duro, estaba encadenada todo el tiempo, trabajaba como un animal y recibía latigazos por cualquier falta o aun por capricho de los guardias. Aprendí a chupar vergas y a ser penetrada en el culo todos los días sin lamentarme. La comida era horrible, me lavaban a cubetazos y tenía que dormir en una jaula pequeña con otras cuatro mujeres. Se me acabaron las lágrimas de tanto llorar y al final me acostumbré. Después de cinco meses en ese infierno, me sacaron para llevarme a la venta. Fui metida en un tráiler para ganado, lleno de esclavas desnudas y encadenadas. Nos descargaron en un mercado en Chihuahua, en un pueblo que no recuerdo como se llama. Allí fuimos ofertadas y vendidas como vacas. A mí me compró un granjero menonita que me llevó a su ranchería, donde fui usada como animal de tiro y recolectora de manzanas.

Era un trabajo pesado, del amanecer hasta la noche, sin protección bajo la intemperie, y estaba encadenada todo el tiempo. Dormía sobre un montón de paja en un establo con los animales y otros cuatro esclavos, atada por el cuello. El lugar apestaba y en el verano se llenaba de moscos. Pero no todo era malo en la granja. No me daban muchos latigazos y la comida era buena, la esposa del granjero era cariñosa conmigo. Me leía la biblia y me enseñó a rezar. Allí entendí que ser esclava era el destino que Dios había elegido para mí.

Después de par de años, pasé del campo a la casa, primero como nodriza de un hijo del amo, luego en la cocina donde aprendí del ama las artes culinarias y como ves, engordé bastante. El amo se enteró que yo era licenciada en economía y me confió sus cuentas. Como administradora y cocinera, tenía un estatus bastante bueno, pero seguía siendo una esclava. Aun dormía en el establo y estaba siempre encadenada y desnuda aun cuando revisaba las cuentas en el escritorio del amo. Por lo menos en invierno, con el frío, me daban un sarape de lana para ponerme encima, fue la única vestimenta que conocí.

Me usaban también para el sexo. Tuve cuatro hijos con el amo, uno de ellos creció conmigo en la granja, los demás fueron vendidos muy pequeños a otros granjeros de los alrededores. Supe que ellos crecieron y están bien, trabajan todos en el campo.

Hace unas dos semanas el dueño de la granja vendió dos cerdos, un mulo y dos esclavos, para pagar unas deudas. Fue así como terminé en un mercado donde fui comprada por un señor, que resultó ser el tío Francisco, como regalo de bodas para el amo Mario. Él fue muy amable conmigo, me explicó cómo debería servir a mis nuevos amos y cuáles eran sus preferencias.

-Cristina cuantas cosas te han pasado...

-Sí, la vida está llena de sorpresas y no todas son agradables. Pero hay que seguir adelante. Al fin si este era mi destino, lo que Dios quiso para mí, aquí estoy. Busco ser una buena esclava para mis amos. --

Cristina emitió un suspiro mirando hacia el fondo del cuarto y continuó.

-Berta, ¿puedo preguntarte algo?

-Por supuesto Cristina.

-¿Cómo es el sexo con el amo Mario? ¿Lo disfrutas?

Viendo que Berta se quedó perpleja, sin decir nada, Cristina se explicó mejor.

-Sabes Berta, tengo muchos más años que tú, he pasado cosas... Cuando tenía tu edad salía con chavos y tuve un novio. Conocí y gocé el sexo. Pero desde mi desgracia, desde que soy esclava, todo cambió. En la granja solo era usada por el amo y algunas veces por sus hijos mayores, además era encargada de masturbar a los esclavos, como recompensa por su buen desempeño en el trabajo. También tenían autorizado venir en mi boca.

-Entonces no hacías el amor!

-No, no tuve amor, solo placer de vez en cuando. A veces el amo era cariñoso... Pero entonces, dime...¿Qué hay con el amo Mario? Como hombre, quiero decir...

Berta no se sentía cómoda para contestar pero la pregunta de Cristina tenía un tono de sinceridad e inocencia que la desarmó.

-Oh Mario es un macho muy bueno y con él gozo muchísimo. --Le contestó con una sonrisa.

-Y ¿crees que pueda interesarse por mí? Soy tan gorda y vieja. Podría ser su madre...

-Pero no, no eres vieja, tal vez un poco grandota sí, pero a Mario le gustan las mujeres regordetas. ¿Ves? Yo tampoco son delgada. Espera, veo que te preocupa que Mario y yo seamos amantes. No, tranquila, no soy celosa. Mario puede hacerle el amor a otras, tener sexo con otras, hacerlas gozar, pero yo sé que a mí me ama. Te deseo lo mejor con Mario, ojalá tenga sexo contigo, te va a encantar.

La duda de Cristina se resolvió dos días después de la llegada de los amos. Cristina estaba vaciando la lavadora y tendiendo la ropa en el patio cuando notó que Mario la estaba observando entre las sábanas y las toallas mojadas. El amo se acercó a ella y acarició con ternura sus grandes pechos, luego comenzó a chuparle sus pezones, que se pusieron duros por la excitación.

Sacó de su bolsillo unas llaves y se agachó para liberar los tobillos de Cristina de los grilletes. Volvió de pie y continuó acariciándola en los senos, los brazos y la panza. Ella tomó valor y lo abrazó apretando su cabeza entre sus tetas, sofocándolo, y acariciando su pelo y su espalda. Bajó una mano y tocó los calzones del amo, sintió que su pene estaba rígido, apretando contra la tela. Se intercambiaron una mirada maliciosa y cómplice. Mario la agarró gentilmente con una mano para llevarla hacia el cuarto de servicio, y la hizo recostar sobre su cama. Se desvistió parcialmente, quedando sólo con la camisa puesta. Cristina que aún no lo había visto desnudo, se lo comía con los ojos, excitada. El pene del amo se puso rígido como un palo. Mario se inclinó sobre el borde de la cama, apartó con las manos las piernas enormes, carnosas, de la mujer para descubrir la vagina. Aún estaba rasurada y era húmeda. Se arrodilló , acerco su cara y comenzó a lamer en la fisura buscando el clítoris y mordisqueando los labios de la vagina. Cristina estaba en éxtasis y alcanzó rápidamente el orgasmo emitiendo un largo suspiro. Mario dejó de lamerla y moviéndose hacia delante sobre la cama, entró en ella. Empujó rítmicamente durante unos minutos y llenó la amplia vagina de la esclava con su semen, suspirando y gozando intensamente. Cristina volvió a tener un orgasmo en sincronía con su amo. Exhausto, Mario avanzó sobre el cuerpo de la mujer y se recostó entre los brazos de ella, apoyando la cabeza sobre sus senos como almohada. Se quedaron los dos abrazados una media hora, con los ojos cerrados, satisfechos y felices. Cristina casi no recordaba que el sexo fuera tan placentero, no era como ser tomada y usada por los amos en el campo, esto era un goce verdadero, que hacia aflorar sus recuerdos de cuando aún era una mujer joven y libre. Mario y Cristina abrieron los ojos y se besaron, ella lo acarició con ternura casi maternal y le dio para chupar una de sus enormes tetas, que Mario trató de ponerse en la boca pero alcanzó solo mamar el pezón. Juguetearon divertidos durante unos minutos. Luego Mario se levantó, volvió a vestirse y fue al patio para los grilletes. Regresó al cuarto y cerró nuevamente los hierros en los tobillos de Cristina, delicadamente, tratando de no lastimarla. Le dijo que regresara a sus labores y con una sonrisa se despidió.

Sexo y reglas

En las semanas siguientes la casa comenzó a cobrar un ritmo regular y muchas cosas se fueron aclarando. Cristina era alegre y satisfecha con el sexo sabroso con su amo. Su buen humor se reflejó en la cocina, pues sus platillos se hicieron más ricos y le gustaron mucho a los amos. Berta también estaba contenta, gozaba con su querido amo Mario y trataba de complacer a Mónica para alejar sus celos.

La limpieza y el orden eran satisfactorios. La ropa se lavaba diariamente y se acomodaba en los roperos y closets. Las dos esclavas ordenaban todos los días los vestidos y los zapatos de su ama, que tenía buen gusto y disposición para gastar. Su colección de zapatos era impresionante.